Tras la tramoya del hotel
Las empleadas domésticas, conocidas popularmente como 'kellys', realizan un trabajo silencioso, discreto e invisible por los pasillos de los hoteles. En el proceso, renuncian a sus espaldas, su salud y más tiempo del que figura en su contrato.
Marta Otero Mayán
Galicia-Actualizado a
Entre las tablas de un escenario y la alfombra de la vida real hay una fina línea que disuelve la ficción y la realidad, que separa el guion del imaginario y éste de la vida misma. Esa línea, a veces, no es tal. Cuando el telón se levanta al comienzo de la función, casi siempre deja un secreto a la vista y convierte a los espectadores que presencian el espectáculo en cómplices. Esto no es más que una historia de secretos y cómplices.
Comienza la función. Las actrices de la compañía de teatro A Panadaría saltan a las tablas y se rebelan contra el secreto. Areta Bolado, Ailén Kendelman y Noelia Castro dan voz y rostro a un colectivo invisible en As que limpan, un grito de "basta" dramatizado y dividido en actos que transforma en protagonistas a las responsables de que la cama esté hecha cuando los turistas regresan de la playa, las toallas quitadas, y el espejo del baño impecable. Secreto, porque nadie quiere mostrar la tramoya que, en cines y hoteles, hace que las cosas funcionen. Cómplices, porque en esos nos veíamos todos.
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Los que limpian, las kellys, camareras de piso y todo eso junto. Silencioso, diligente, rápido y, sobre todo, cansado. "Nuestro trabajo es físico y, últimamente, muy devastador a nivel emocional y de salud mental. Todos vamos a trabajar con pastillas", reflexiona M, ama de llaves en un hotel de cuatro estrellas del sur de Galicia, que prefiere no dar su nombre por el conflicto laboral que los empleados mantienen abierto con la dirección del establecimiento. Tras años de cumplir, y de un tiempo a esta parte, hace unos años empezaron a decir basta, siguiendo el ejemplo de sus compañeras de enclaves turísticos como Benidorm, Marbella, Barcelona, Fuerteventura o Lanzarote, que vienen denunciando la precariedad del sector durante un tiempo que corre paralelo a la transformación del país en uno de los principales atractivos turísticos de Europa.
Una realidad que también empieza a ser norma en Galicia
Galicia en los últimos años ha visto un proceso irreversible hacia un modelo de turismo de masas, del que las encargadas de la limpieza de los hoteles están siendo testigos de primera mano, porque repercute directamente sobre sus hombros "He estado haciendo esto durante 18 años. En el pasado, era un tipo diferente de cliente. Ahora es un cliente más masivo. Una hace lo que puede y más, siempre, pero cada vez tenemos más presión", dice M.
Las kellys gallegas de los hoteles de mayor capacidad asumen, diariamente, una ratio de 20 habitaciones de media, cuando lo normal y legal, según fuentes sindicales, es de 12 habitaciones por camarera. Los datos, desglosados, despliegan un árbol de rutinas: las trabajadoras de la limpieza tienen que arrastrar y mover, todos los días, unas 30 o 40 camas que, en la mayoría de los casos, no tienen ruedas que favorezcan la tarea de las que limpian. Son 20 o 30 espejos al día, lo que significa 20 o 30 movimientos circulares con el brazo extendido. A eso hay que sumar la limpieza exprés de zonas comunes, salas de reuniones y pasillos. Con espaldas dañadas y automedicadas la mayor parte del tiempo. En estos casos, la meticulosidad es menos importante que la velocidad. "La empresa quiere más cantidad que calidad. Lo quieren todo: que se vea bien, que estén limpios y ser rápidos. No es lo mismo hacer diez salidas (cuando el cliente deja definitivamente la habitación) que diez cuadras (cuando el cliente sigue estando). Y ya no podemos más", lamenta M.
V, empleada de limpieza: "A la empresa no le importa cómo lo hagas, siempre y cuando la habitación esté lista"
Una visión que comparte V, empleada de limpieza de un hotel de cuatro estrellas de A Coruña, que matiza: "El trabajo es duro, pero a veces puede ser incluso peor. Ahora tengo suerte, si se puede llamar así, de que la gobernanta me echa una mano a veces; nos dan ropa limpia por la mañana y solo tenemos que dejar la ropa sucia en las jaulas, pero hay hoteles en los que hay que estar arriba y abajo todo el día. Coges malas posturas mientras haces la cama, tienes que arrodillarte veinte veces al día, sufres de hombros, de espalda... Tengo que pagar un fisio, y es por el trabajo. Las mutuas dan pautas y consejos, pero no puedes pretender seguirlas para no perder el ritmo. A la empresa no le importa cómo lo hagas, siempre y cuando la habitación esté lista", describe V.
El papel de las empresas
El personal asume una paradoja en carne propia: cuantos más turistas y clientes se alojen en los establecimientos, menos derechos y calidad de vida para las responsables de que todo funcione. También en este escenario, las empresas, en lugar de prever y amortiguar, calculan a la baja sus necesidades de personal. Si el cálculo falla o es insuficiente, son las trabajadoras quienes cargan con las consecuencias para mantener los márgenes de beneficio. "Hoy en día, las empresas trabajan con tiempos de reserva mucho más cortos. Mucha gente reserva casi el día anterior. Piensan: si necesito 10 camareras de piso, contrato 8 y, si falla, refuerzo. Es imposible reclutar refuerzos en menos de 24 horas. No lo hacen", advierte José Miras, responsable de hostelería en Galicia de Comisiones Obreras.
Una situación que no se puede arreglar, argumentan, aumentando los salarios de las trabajadoras, que rara vez alcanzan los 1.000 euros, sino aliviando la presión que soportan en su día a día y que deriva en patologías como el estrés o problemas musculoesqueléticos. "Una solución plausible es hacer las habitaciones entre dos personas, porque pueden turnarse en las tareas: mientras uno limpia el baño, el otro hace la cama. Bajas la presión y el esfuerzo, porque 20 cuartos es excesivo. Con eso solucionas muchos problemas, sobre todo problemas de salud. Subir el sueldo, aunque sea necesario, no soluciona esto", dice Miras.
A la carga de trabajo de las camareras de piso se le suma la formación de las incorporaciones nuevas en plantilla
La última gran batalla que libran estos días es la de la progresiva externalización del personal del sector. A la lucha por la conciliación y la prevención de riesgos laborales se une, en esta ocasión, la lucha contra la subcontratación. "Es una forma de perder derechos. Si estamos en una Empresa de Trabajo Temporal no podemos votar. Antes, si sentíamos que teníamos que pedir algo, estaba nuestro delegado. Es una estrategia para abusar más y separar a los trabajadores de primera y segunda, porque con el resto del personal del hotel no pasa", se quejan. Las empresas suelen basar este tipo de movimientos en la búsqueda de una mayor especialización técnica de la plantilla, otro punto en el que las trabajadoras se diferencian de las patronales. Las kellys aseguran que la formación recibida y las exigencias de la gobernanta no son, ni remotamente, lo que eran. "En verano, cuando vienen nuevas chicas de refuerzo, quieren que les enseñemos a hacer las cosas, pero manteniendo nuestra ratio y nuestro ritmo de trabajo. Es injusto para nosotros y para ellas", se queja M.
Las empleadas domésticas exigen derechos
La conciliación y el descanso más el tiempo libre son los derechos que más se les resisten, aún hoy, a las trabajadoras de todos los sindicatos; pero cuando hablamos de un sector que encuentra su mayor volumen de trabajo en fines de semana, fiestas y periodos vacacionales, desaparece el derecho, así como el sentido de legitimidad de las trabajadoras para reclamarlo. "Las propias trabajadoras, a veces, ni lo dicen cuando reclaman sus derechos. Todos sabemos en qué temporadas trabaja la industria hotelera. Se da por hecho que, llegado ese momento, hay que trabajar, y no nos parece normal que un trabajador pida vacaciones. Tienen que poder. Lo que hay que hacer es adaptar el personal a las necesidades, y si tienes un hotel pequeño con dos camareras, contratar una más para que, si lo necesitan, se tomen el fin de semana libre", exige Miras.
Las camareras exigen mejoras tangibles en su calidad de vida, pero, sobre todo, piden que se les dé el lugar que se merecen, su lugar "No está ni bien pagado ni bien valorado. Si no trabajamos, el hotel no puede abrir", se queja V. Saben que, si fallan, las cosas no funcionan. Ahora, insisten, solo falta que los sepan los demás.
Un día más, termina la función. La tramoya funciona, la tela se cae y las camareras de piso se van a casa, un poco más cansadas, un poco más hartas. Hasta el día siguiente.
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