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El nuevo “carretaxe” de votos: bots, mentiras y transportistas

Las nuevas técnicas para influir en las elecciones conviven con la antigua práctica de acarrear votantes a los colegios el día de los comicios

Una monja empuja a una persona en silla de ruedas hacia un colegio electoral el pasado 23 de julio en Verín (Ourense) / Fotos: Lois Colmenero y Noelia Caeiro

Iván Olmos - Luzes

Al igual que sucedió en todos y cada uno de los comicios electorales celebrados en Galicia desde el restablecimiento de la democracia hasta el mediodía del pasado domingo 23 de julio, religiosas y auxiliares de una de las residencias geriátricas existentes en Verín empujaban durante la jornada electoral docenas de sillas de ruedas por el carril bici de la Avenida de Laza en dirección a la mesa situada en el estadio José Arjiz.

Estampas típicas de las escenas de carretaxe, como se conoce en las villas de Galicia al acarreo de ancianos y personas con discapacidades a los colegios electorales por personal médico o religioso de las residencias de ancianos.

Tal y como recogieron en diferentes jornadas electorales los periodistas locales del Diario do Támega, a lo largo de más de dos horas la secuencia fue siempre a misma: “Personal del asilo de ancianos, o incluso religiosas, empujando sillas de ruedas de ancianos con evidentes dificultades motoras y, puede que en caso alguno, hasta cognitivas”.

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Los colegas verinenses testimoniaban un año más cómo a eso de las 10 de la mañana comenzaba el flujo de visitantes al colegio electoral, desde los vulnerables mayores conducidos por las monjas hasta los que venían en los vehículos privados de los miembros del personal del asilo. Un año más. He aquí la normalización de este fenómeno estructural de manipulación electoral. Una postal socialmente aceptada en muchos lugares del país después de cuatro décadas de convivencia con estas prácticas. Es como cuando tienes una figurita que nadie sabe de dónde salió en un estante al lado de los libros: lleva ahí tanto tiempo que ya ni la ves. Algo semejante ocurre con el carretaxe. Manipulación electoral asimilada y completamente normalizada la plena luz del día.

Pero esta práctica no se reduce al uso espurio de personas mayores con dificultades cognitivas y de movilidad con la finalidad de ganar las elecciones, a espaldas de sus familias, con la connivencia de las religiosas y del personal de las residencias o asilos, con la participación activa de apoderados e interventores; y con la aquiescencia, en algunos casos, de los miembros de las mesas —ora por ignorancia, ora por miedo, ora por lo que sea—.

También hablamos de carretaxe cuando nos referimos a las redes organizadas de supuestos voluntarios, censo en mano, que se sienten en el deber de devolverles favores a según quiénes y que se distribuyen por todas y cada una de las pequeñas aldeas que ni siquiera cuentan con colegio electoral para ofrecerse con la mejor de las sonrisas y una nada interesada voluntad solidaria, a llevar a las mesas electorales a mayores que viven en soledad o la familias completas que no disponen del transporte idóneo. A estos últimos los llaman «transportistas».

Es cómo cuando tienes una figurita que nadie sabe de dónde salió en un estante al lado de los libros: lleva ahí tanto tiempo que ya ni la ves. Algo semejante ocurre con el carretaxe

Isaac Vila y los transportistas

El pasado mayo, en la precampaña electoral para las municipales, el PP de Xinzo de Limia organizó un encuentro con militantes en una sala del Hotel 2 de Mayo al que estaba convocada la prensa. En ese acto reapareció Isaac Vila Rodríguez (Xinzo de Limia, 1936), exalcalde de la capital de A Limia y exsenador, sobre quien ya había recaído en el 1996 una pena de nueve años de inhabilitación especial por un delito de fraude continuado cometido siendo vicepresidente de la Diputación de Ourense.

Vila, alcalde de Xinzo desde las primeras elecciones democráticas y hasta su inhabilitación —esto viene siendo un cuarto de siglo—, se emocionó micro en mano y afirmó: “Vamos a ganar estas elecciones, porque aquí estamos los cinco pies más importantes: hay candidatura, interventores, apoderados, transportistas y colaboradores. Aquí estamos todos y con esto no hay miedo a ganar unas elecciones”. Aplausos. Sonrisas. Pero ahí estaba también la cara del diputado popular Carlos Gómez, quien tras cruzar una mirada fugaz con los compañeros presentes de la prensa local, dejó escapar una rápida risa nerviosa consciente de que todos los presentes sabían que los transportistas a los que se refería Vila no eran los que llevaban las patatas a la nave para la escolleita -la selección de los tubérculos a comercializar-.

Isaac Vila fue, durante toda la democracia, el perfecto ejemplo de cacique. La inhabilitación judicial no le impidió volver a presentarse a las elecciones y volver a ganar con mayoría absoluta una vez restaurados sus derechos políticos por el cumplimiento de la pena. Mucha gente aún habla de él como el mejor alcalde que tuvo Xinzo.

Disertaba ya allá por el 1990 el que había sido vicepresidente de la Xunta con Albor, Carlos Mella, en su ensayo No somos inocentes alrededor de lo que él definía como la “modernización del cacicato”. Los caciques como Isaac Vila, que eran los intendentes de la organización de los carretaxes, estaban ya plenamente incorporados a la cultura gallega. Aunque para Mella, ya en el comienzo de los años 90 la institución del cacicato había dado “un brinco cualitativo y territorial asombroso”. “Se tecnificó y se modernizó y el nuevo cacique maneja el ordenador y la publicidad; mueve los hilos desde un despacho con información abundante, consejeros técnicos cualificados y gabinetes de imagen”, añadía el político y ensayista. Hace más de tres décadas, Mella ya era consciente de que en un mundo que comenzaba a observarse complejo, tecnificado y competitivo, los nuevos caciques, los postcaciques, eran más “potentes y anónimos”, pues estaban conectándose entre sí mediante nuevas herramientas de trabajo y ya “no se meten en la política sino que dejan a los políticos hacer la política que a ellos les interesa”.

Varias personas esperan frente a un colegio electoral en Verín (Ourense) el pasado 23 de julio / Fotos: Lois Colmenero y Noelia Caeiro

Con todo, el viejo cacique, el que era “recogedor de votos por delegación”, dependiente de una estructura de poder claramente establecida e identificable, continuaba a hacer con normalidad su tradicional trabajo de calle. Y lo hacían de la manera en que sus sucesores continúan haciéndolo aún hoy, quizás algo más fiscalizados, pero con la inestimable ayuda de ese poder más anónimo y concentrado que contribuye a hacer de nuestra democracia un sistema que se vacía parcialmente de contenido ante la voluntad de manipulación colectiva de quien nunca creyó en la voluntad popular.

La era de las redes sociales: bots, trolls y fachatubers

El camino desde los métodos tradicionales de manipulación hasta el sofisticado empleo de las herramientas digitales y de las redes sociales para influir en el debate público de manera planificada y sistematizada, ha sido un proceso gradual y complejo.

Era 2007 y el PSOE enviaba una nota de prensa en la que presumían de haber sobrepasado al PP en número de seguidores en Facebook. Evidenciaban así las primeras señales de que la política española comenzaba la adentrarse en el terreno digital. Las elecciones de 2008 fueron el catalizador, aunque la incertidumbre alrededor del papel de estas nuevas herramientas era patente. Cosmopolitismos inútiles y política ficción. Esa era a visión mayoritaria hace 15 años.

“Hay alcaldes que emplearon móviles comprados por el Ayuntamiento para gestionar cuentas falsas que defienden en las redes una gestión municipal a un nivel al que nadie normal lo haría”

Iago Moreno, sociólogo

Las redes sociales empezaron la delinear su papel tras la llegada del 15M y de las promesas de participación democrática en línea. Pero la dinámica comenzó a cambiar radicalmente con la aparición de Podemos. Hablamos con Iago Moreno, sociólogo ourensano especialista en política digital, quien señala que los morados, “al no poder influir a través de los métodos tradicionales, hicieron uso de las redes sociales, impulsando campañas de trending topics”.

Pero no nos vamos a detener en análisis nostálgicos. Con el paso del tiempo, la esfera digital, que en sus primeros años había sido un lugar donde una minoría de la población española mantenía discusiones políticas y donde el activismo de izquierdas hacía ruido, “mutó en un cenagal —señala Moreno— inundado de cuentas troll y bots automatizados destinados a amplificar la base de seguidores de los candidatos y el alcance orgánico de sus cuentas”.

Este fenómeno, junto al desembarco de empresas de distintos sectores buscando influir en las formas de hacer política, transformó las redes sociales en lo que el sociólogo ourensano define como “un campo de batalla, alejado de la visión utópica de una ágora democrática y más próximo la una escaramuza llena de lodo y trincheras de cuentas automatizadas y que solo buscan enlodar”.

En un intento por resultar pedagógicos preguntamos a Iago en qué se diferencia una cuenta troll de un bot. Un bot, abreviatura del que en inglés llaman social robot, es “una cuenta de redes sociales automatizada; un programa informático que lo que hace es tomar el control de una cuenta y puede, de manera automática, reemplazar un comportamiento que antes tenía que hacer una persona”.

Los trolls, por el contrario, son cuentas que, “estén o no automatizadas se dedican a emplear un comportamiento disruptivo, tóxico y dañino con la intención de atacar y provocar al otro”.

Es sencillo identificar estas últimas por ser agresivas, provocadoras y disruptivas, pues son “una especie de infantería que busca principalmente silenciar, amedrentar la rivales políticos o descarrilar la conversación para ponerle fin a un debate que no les renta”, añade el sociólogo ourensano.

En España existen una serie de cuentas que tienen un peso relevante en las campañas políticas con el objetivo de influir sobre la agenda de los procesos electorales. Estas cuentas tienen una difusión que recae en perfiles muy sospechosos de estar automatizados. “Hablamos de perfiles que realizan más de 80 o 100 retuits en un segundo o que publican cinco veces el mismo mensaje en unos segundos”, añade Moreno. Cuentas, en definitiva, con un comportamiento atípico, que se emplean para amplificar el alcance del mensaje, anegando muchas veces las redes de propaganda de emisarios de la derecha y de la extrema derecha.

Personal de la residencia de Verín (Ourense) acompaña a una persona al colegio electoral el pasado 23 de julio / Fotos: Lois Colmenero y Noelia Caeiro

¿Quién tiene bots?

Construir redes bien articuladas de cuentas automatizadas para respaldarte es algo que requiere el respaldo de una estructura de poder y de recursos económicos. Pero eso no quiere decir que no podamos encontrar casos de propaganda automatizada en todos los partidos. Según apunta Iago Moreno, “es bastante probable que haya un concejal aleatorio de cualquier municipio de tamaño medio que para ganar las elecciones municipales empleó unas líneas de código que habían automatizado tres o cuatro cuentas”. Pero cuando hablamos en perspectiva del problema, está muy enfocado a la derecha y a la contratación de grandes granjas de bots.

¿Quién tiene “trolls”?

Lo de las cuentas troll es un fenómeno más transversal que sabemos que en Galicia afecta a todos los partidos políticos. “Hay alcaldes de capitales de provincia que emplearon móviles comprados por el Ayuntamiento para gestionar cuentas falsas que defienden en las redes sociales con vehemencia una gestión municipal a un nivel al que ningún usuario normal lo haría”, indica Moreno en clara referencia al alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome.

No es precipitado decir que todos los partidos de este país normalizaron en mayor o menor medida el uso de trolls, como ya había ocurrido con el carretaxe, asumiendo que para defenderse en un contexto donde la guerra sucia está generalizada, todos precisan de su ejército guerrillero de cuentas anónimas con el que desincentivar muchas veces a actividad de trolls rivales.

Para Iago, el objetivo es “hacer por medios digitales y anónimos lo que no se atreverían a hacer por medios formales en la esfera mediática y pública”. Moreno recuerda cómo en el proceso de desarticulación y muerte del espacio político que representaron las mareas municipales y En Marea en Galicia fue bastante evidente el empleo sistemático de cuentas troll.

“Hubo una guerra épica que ya forma parte de la historia tecnopolítica de Galicia, que forma parte de la historia de nuestro país en las redes sociales y fuéra de ellas”. Aunque ahora los conflictos en el seno de las organizaciones se juegan en una partida de ajedrez donde esas cuentas son simples peones, emplear estas herramientas para resolver conflictos internos “no es tan importante para el futuro de la democracia como su uso sistemático a nivel estatal para silenciar activistas, portavoces sociales o creadores de contenido, añade.

En el espacio político digital de nuestros días se produce un terremoto sin que la sociedad en general, y los medios de comunicación tradicionales en particular, parezcan advertirlo. En palabras de nuestro especialista, “la cobertura mediática de las campañas digitales es una anécdota: tal partido hizo un TikTok con gatitos, el otro subió una referencia al 33 de Fernando Alonso o Pedro Sánchez incluyó una canción de Taylor Swift en su lista de Spotify“”.

Mientras, las estructuras que sostienen la desinformación en línea quedan en la sombra, sin que se haga el esfuerzo de alumbrar su funcionamiento y su impacto real. Y a pesar de que existen datos concretos sobre cómo operan estas redes, parece que nadie quiere ponerlos en el centro del debate público. En el terreno de los creadores de contenido, Iago Moreno apunta que en Youtube “hay más de 30 creadores con más de 100.000 suscriptores que generan contenido a favor de la extrema derecha”, contenidos que suman “más de 60.000 horas al mes”.

Varias personas de edad avanzada, algunas de ellas con profundos problemas de movilidad o discapacidad mental, son conducidas a votar a su centro electoral en Verín durante la jornada electoral de las pasadas elecciones generales.

La narrativa del pucherazo en el 23J

A través de un análisis superficial de los tuits publicados durante una campaña se puede identificar quiénes son los nodos y los perfiles principales que emiten mensajes con contenidos descalificadores y agresivos. “Existen difusores de bulos profesionales que todo el mundo sabe que existen, pero nadie quiere abrir un espacio para discutir sobre esto; y cuando se abren pequeños espacios para debatir, los periodistas o analistas que los cubren no están suficientemente protegidos”, señala Moreno.

“En Youtube hay más de 30 creadores con más de 100.000 suscriptores que generan contenido a favor de la extrema derecha, contenidos que suman más de 60.000 horas al mes”

Iago Moreno, sociólogo

Diversos medios digitales alimentan constantemente el debate público con teorías conspirativas sobre el voto del censo electoral de residentes ausentes (Cera) o sobre una supuesta manipulación del voto por correo, y estas teorías acaban incorporándose a la narrativa política, siendo amplificadas por Feijóo, por ejemplo, en un mitin aleatorio.

Pero este modus operandi lleva cultivándose durante mucho tiempo, y los actores son siempre los mismos. Para el sociólogo ourensano un ejemplo es el caso de Hugo Pereira Chamorro, colaborador de la Radio Galega, “quien se hizo famoso a través de las redes sociales donde suelta improperios sin tener mucho conocimiento sobre cómo funciona la política”.

Pero no siempre son frikis aburridos con necesidad de exposición pública. Detrás de muchas de esas grandes cuentas frecuentemente encontramos a diputados, concejales, alcaldes o asesores de éstos. Y existiendo evidencia de conexiones directas entre partidos políticos y estas redes, la impunidad es manifiesta e incentiva la réplica por parte del contrincante político.

A pesar de estos problemas, hay también luz en el paisaje digital. Galicia, por ejemplo, cobija “todo un coro plural, rico y creativo de creadores de contenido en gallego”. Para Iago, “tenemos la suerte de contar con un fenómeno alternativo a los fachatubers, pero las fuerzas políticas gallegas y las instituciones deben valorar su papel y aprovechar su potencial para enriquecer el debate público”.

¿Cómo va a entrar Galicia en la era de la inteligencia artificial? Entrará siendo fagocitada por esas dinámicas o va a intentar crear empleo, cultura e innovación en los nuevos espacios de socialización

Analizar el pasado para construir el futuro

¿Cómo habría sido la historia de España si hubiéramos nacionalizado Tuenti, en lugar de dejar que Telefónica lo comprara? ¿Qué aprovechamiento hay del hecho de que Galicia sea uno de los pocos lugares del Estado donde se puede ver un fenómeno alternativo al de los fachatubers?

En nuestra conversación con el sociólogo Iago Moreno, surgen preguntas sobre cómo mudar el escenario. Sobre cómo controlar el espacio político digital en el futuro. Sobre cómo construírmelos espacios de socialización política propios. “Porque la desinformación también la hay en los medios, véase el caso de la CRTVG, pero lo que es propio de las redes sociales es la sistematización del esparcimiento de odio y por eso precisamos que el Estado participe directamente en la construcción de nuevos espacios”, señala Moreno.

Nos dirigimos hacia un mundo de inteligencias artificiales en el cual no podremos distinguir la verdad de la mentira o no podremos saber si estamos hablando con una cuenta real o automatizada pero inteligente. Y en este país nos jugamos muchas cosas: ¿Cómo va a entrar Galicia como nación en la era de la inteligencia artificial? ¿Entrará siendo fagocitada por esas dinámicas o va a intentar crear empleo, cultura e innovación en los nuevos espacios de socialización? No podemos dejarlo solo en manos de las insituciones académicas. Tenemos el deber de participar como pueblo en la construcción de ese futuro. De construir un papel activo en la definición de la nueva ágora política digital. Y de entenderlo como una cuestión nacional-popular, como algo eminentemente político.

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