La melancolía norteña de Golpes Bajos
Suele hablarse del grupo gallego Golpes Bajos como hijo adoptivo de la Movida madrileña.Pero la supuesta falta de militancia gallega no puede estar más alejada de la realidad. Los cuatro vigueses de la formación conectaron como pocas bandas gallegas de los ochenta con la gente de su tierra, mostrando el retrato más verídico del Vigo de los años duros de la reconversión industrial.
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a coruña, Actualizado:
En ese marco, la juventud se encontraba perdida en un escenario donde se dio una ley no escrita: en lugares ahogados por condiciones paupérrimas, el espíritu por revertir la realidad ayuda al aumento de expresiones artísticas, donde creación rima con sobrevivir. A partir de esta certeza, Germán Coppini, Teo Cardalda, Pablo Novoa y Luis García formaron Golpes Bajos en 1982. Solo un año después se publicaba el EP Golpes Bajos, donde el tema de cabecera no era otro que Malos tiempos para la lírica.
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After punk de vieira
Hay algo de esa melancolía norteña en el dañado rasgueo funk de esa mítica canción, no muy diferente de canciones como Heaven knows I’m miserable now, cumbre lírica de The Smiths, con una letra que bien podría estar firmada por el propio Germán Coppini. Esta conexión norteña es uno de los síntomas alejados del ego de capital de las grandes urbes, estructuradas como denominación de origen exportable al resto del país y al extranjero. A principios de los ochenta, Vigo era el Manchester galaico. Un lugar en el que la crisis había hecho subir el desempleo del 2% al 18%. Si en las localidades inglesas tenían a la Dama de Hierro, en Galicia comenzaba el largo predominio de la derecha como fuerza dominante, en sus sucesivas encarnaciones, la primera la AP de Fernández Albor.
La Movida viguesa fue una reacción totalmente antagónica a la superficialidad costumbrista de la Movida madrileña. Mientras la purpurina glam y los maquillajes after punk eran la máscara bajo la que se escondían músicos de «clase bien» como Mecano, Alaska y los Pegamoides o La Mode, que vivían desde la desafección los problemas de la juventud de la Transición, en la Movida viguesa la exportación de la caligrafía punk y post punk británica tuvo un efecto diametralmente contrario. Como bien le dijo Coppini a Javier Becerra en La Voz de Galicia en el 2008: "Si la estética de los ochenta miraba hacia Londres, nosotros imitábamos la estética más antigua de Galicia. La lástima es que no pudimos desarrollar el grupo hacia otras tierras para esa parte gallega que teníamos. Mientras los de la capital estiraban el hilo y miraban hacia otros países, nosotros rescatamos un poco del que teníamos más cerca. Y pienso que, de este modo, Golpes Bajos eran los más modernos de todos".
Los Resentidos y Siniestro Total reflejaban el sentir de tradiciones abarrotadas de tópicos que reprodujeron bajo la ironía del absurdo. Lisergia de un descontento expuesto en modo romería punk. Del contacto con Portugal a la idealización de una Galicia africana tercermundista, Vigo fue el eje de un discurso que provenía de la praxis galaico-pontevedresa: un carácter reconcentrado que Golpes Bajos verbalizaron en un pop global donde el movimiento de cadera tropical no estaba discutido con el baile endogámico de los sintes. La fiesta de la tristeza, Coppini, Cardalda, Novoa y García hicieron de la vieira y la cruz de la orden de Santiago un símbolo que invocaba una mentalidad ajena a la recreación sin más del canon inglés. "Galicia me lo dio todo. Esa visión tan particular. Esa interioridad tan pronunciada, esa increíble ironía y esa facilidad para el juego de palabras especiales", reconocía Coppini para Faro de Vigo en 1987.
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En su caso, hacían patria alrededor del reconocimiento de grupos surgidos en el cinturón industrial inglés, en ciudades como Leeds, Sheffield y Manchester. Lugares donde bandas como Soft Cell, Cabaret Voltaire o New Order no podían evadirse de la melancolía congénita de gentes viviendo al lado de chimeneas gigantes y megaestruturas metálicas. La imposibilidad de eliminar su identidad hizo de su pertenencia de origen un arma contra la despersonalización de las músicas de las capitales. Un punto en común desplegado en la misma voz de Coppini, cántabro de adopción gallega que entonaba melodías como Malos tiempos para la lírica con exagerado romanticismo insular. La suya era una reivindicación de la singularidad de lo autóctono; en su caso, de un acento irreconocible, tan embebido en sí mismo que acabaron siendo los abanderados "líricos" de la Movida.
A diferencia del desapasionamiento del pop procedente de Madrid, Coppini dispuso una afectación llevada al limite, síntoma de la lucha por dejar que su voz interior le redimiese del Pater nóster de cada día descrito en escenas como Tendré que salir algún día, la pesadilla de lo cotidiano alambicada mediante una expresión nacida de la severa educación religiosa, y que se verbaliza con el mismo fin con el que Val del Omar confundía la pasión de la Semana Santa con el terror más profundo en su cortometraje Fuego en Castilla.
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La introducción de la expresión sagrada como forma habitual de la vida diaria percute en la moral consensuada por la Iglesia en los gallegos rurales enjaulados en la ciudad. La receta para curar este estigma proviene de viñetas de rebeldía mostradas en el hundimiento del complejo de culpa inherente al gallego común. Escenas cotidianas de la adolescencia subrayadas con una misión de fondo: huir de la generación anterior, la última del franquismo. Matar al padre. La moral del catolicismo, que alcanza su retrato más devastador en Cena recalentada a través de versos como "Cena recalentada cuando llego tarde la casa, / la imbécil de mi hermana que me pica y que se pasa, / la loca de mi madre que me chilla y no se cansa / y el viejo derrotado que se baba y amenaza".
De brujas y santas compañas
La modernización llevada a cabo en toda España en los años sesenta y setenta olvidó los pueblos y a una Galicia que no entraba dentro de los planes de convertir España en un gran centro comercial al aire libre para lo guiri, un entorno de playas calientes infestadas de chiringuitos y monstruosas hileras de edificios impersonales. El olvido de las poblaciones del interior y del norte ridiculizó a unas gentes que fueron caracterizadas bajo un velo cutre y caricaturesco. Momentos de realismo brutal como en Cena recalentada hacen hincapié en la raigambre rural que aún sobrevivía en ciudades como Vigo, donde viejos como los retratados en los dibujos de Castelao se mezclaban como fantasmas de otras épocas coexistiendo con las generaciones de jóvenes y chicos llamados a acostumbrarse a una confrontación diaria en una ciudad abarrotada de las sombras de un pasado que sigue caminando en presente continuo.
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La Galicia de las brujas y los hechizos es el brebaje de la que hicieron uso en la portada de A Santa Compaña (Nuevos Medios, 1984), en la que los miembros del grupo van vestidos como campesinas gallegas que parecen vivir en un luto permanente del que Coopini hablaba para El Heraldo de Aragón en 1984: "La portada también tiene su punto de reclamación. Si los ingleses no hacen nada más que sacar las calaveras y los huesos, nosotros tenemos detrás una fuerte leyenda, una tradición, ¿por que no recurrir a ellos? Y montaremos una portada cuya estética no tenga nada que ver con la música del álbum, pero eso es otro punto y aparte".
En la canción que pone título al álbum, la radiografía de la soledad y el miedo del adolescente galaico recorre letras como "Sigo la procesión con un hacha de cera / soy una parte de ellos que aterroriza a la aldea / entablo amistad con fantasmas y visiones / bañando en terror a los pobres de espíritu". El pavor a las relaciones sociales se describe como si fuera un cuento de H. P. Lovecraft escrito por Ánxel Fole, donde rompe en la ventana de la leyenda y del mito y transforma la Santa Compaña en la gente normal, como hacía otro ilustre norteño, Mark Y. Smith, respecto de Manchester, donde el miedo siempre está asociado a sentimientos como la soledad, la oscuridad y el silencio.
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Por contra, Mark canjea estos tópicos por los de la multitud, la agorafobia y la luz del mediodía. Cambia a función del «cuento de terror» y lo transforma en un documento social de una zona de horror filtrada en cada mirada, gesto o interacción social. Un estado ininterrumpido de paranoia, latente a lo largo de la canción Flat of angles, una especie de versión de Manchester de "No mires a los ojos de la gente / me dan miedo, siempre mienten". Asimismo, en esta canción están condensados todos los males actuales generados por la pérdida absoluta de la individualidad generada por el canibalismo de Internet en el siglo XXI.
Kafka galaico
En las letras de Coppini la condición atemporal alcanza un grado de acomplejado mirar beckettiano. La mira desde donde enfocaba sus palabras siempre se dirigía hacia la pérdida de la esperanza por encontrar salidas a vidas girando en bucle, mezclándose con otras almas también necesitadas de lo que Coppini les proporcionaba: una voz que expresaba los pensamientos deshechos en los confines de un subconsciente entrenado para no mostrar reacciones en contra del camino a la normalidad.
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Bajo esta intención, una canción como Colecciono moscas es la máxima de la misantropía galaica, donde describe una afición más próxima a la demencia que a un simple secreto. "Tengo en una caja metidas unas moscas, / ¿por qué? No sabría cómo explicároslo / Tengo moscas pequeñas, tengo moscas grandes / ¿y qué? Las guardo la escondidas, ¿qué se imaginan en casa? / Llego del trabajo y me pongo a observarlas". En esta canción no solo añaden cierta pulsión de verbena tropical, también es una obsesa celebración del individualismo.
En las canciones de Golpes Bajos, la desafección con la herencia de los malos hábitos cogidos durante el franquismo tiene más de reivindicación de la individualidad sobre los rebaños de gentes congregadas en las iglesias de punta en blanco por la mañana. La ruptura con las cadenas de la religión provienen de mostrarla bajo su aterradora aceptación, como en las estampas de la realidad recogidas en Santos de devocionario: "Vidas perecederas, vida de abnegación, / santos de devocionario, santos de devocionario / Entregados como ofrenda donde hay certeza interior / como suave mansedumbre otorgan su bendición".
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En los temas del grupo latía una pulsión tétrica que provenía de las leyendas transmitidas oralmente en las aldeas gallegas
El envoltorio musical en esta canción es ciertamente sintomático de la melancolía típica de los New Order de Thieves like us, un single que, más que por escuchar, tiene su poder de abstracción en su percepción como se de una contemplación pictórica se tratara. Así como Bernard Sumner, el cerebro de New Order, componía bajo los efectos de ver compulsivamente los filmes de Michael Powell, como Las zapatillas rojas o Narciso negro, Coppini daba la impresión de hacerlo después de imaginar una versión galaica de Furtivos, de Jose Luis Borau, y El bosque del lobo, de Pedro Olea. En los temas del grupo latía una pulsión tétrica que, al igual que en el corte A Santa Compaña, provenía de las historias y leyendas transmitidas oralmente en las aldeas gallegas.
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Sin embargo, donde dieron con la fórmula mágica fue en Hansel y Gretel, en la que la alusión al cuento de los hermanos Grimm no es más que eso, una referencia que vampirizan bajo lluvias que atenúan las líneas temporales de momentos perdidos en la memoria. En una línea como "¡Qué tristes parecen las burbujas del champán!", Coppini muestra su quirúrgico poder de concreción, capaz de condensar en una sola frase la condición bipolar de la alegría que cae de la borrachera a la resaca. Como las composiciones con las que él y el suyos hicieron la instantánea de la Galicia de una época, en un momento exacto, que entró en los oídos de toda España para seguir viviendo como un demoledor cuadro de costumbres galaicas en la memoria colectiva.
Fue en su último trabajo cuando GolpesBajos se volvieron viejos de pronto. Canciones como Desconocido o Travesuras de Till miran con ojos vidriosos el pasado, las amistades perdidas, como si el paso de la adolescencia a la tercera edad se hubiera olvidado de todas las fases del meridiano vital. En esta proyección, Golpes Bajos fueron tan consecuentes con su propuesta que ya no dieron para más discos. Una pérdida anunciada de la que el periodista gallego Xavier Valiño lleva años tomando buena cuenta para la edición de un libro, por lo que llevamos tres décadas a la espera, sobre el tesoro pop más relevante que de ese jamás nuestra tierra.