a coruña
Llegamos temprano a Huye, un distrito de la provincia del sur de Ruanda, considerada la capital intelectual del país desde la época colonial –cuando era conocida como Butare–, y la segunda ciudad más importante de Ruanda, a la que Kigali le arrebató la capitalidad por su situación geográfica. Nos encontramos con una ciudad desierta, sin el habitual revuelo de las villas y pueblos que fuimos conociendo por el camino.
Se da la casualidad de que nuestra visita coincide con el Umuganda, que se celebra el último sábado de cada mes entre las siete y las once de la mañana, en el que se llama a la población de entre 18 y 65 años a hacer trabajos comunitarios.
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Nos cuentan que ese día todos los ruandeses trabajan juntos para reconstruir el país haciendo trabajos de mantenimiento, limpiando calles, plantando árboles o cualquier otra actividad comunitaria que contribuya a la mejora del país.
No sabemos si esos trabajos en comunidad se hicieron a las afueras de la ciudad o en el campo, pero lo cierto es que en Huye apenas vemos un par de grupos realizando tareas de mantenimiento en dos calles y un hombre podando un árbol de la carretera principal a golpe de machete.
A mediodía, como por arte de magia, resurge la vida en todos los rincones de la ciudad, abren los comercios, se inunda la calle principal de bicicletas, coches, boda boda [taxis bicicleta o motocicleta] y gente caminando en todas las direcciones. Quedamos frente a la iglesia de Santa Tareixa, al lado de la estación de autobuses, con Marguerite Mushimiyimana, una mujer de 26 años, de aspecto frágil y delicado que tras presentarse tímidamente nos conduce hasta el lugar donde ensayan ella y el resto del grupo.
Cruzamos la estación de autobuses y llegamos a un edificio de ladrillo donde nos esperaban 16 de las 20 integrantes de esta formación, ataviadas con coloridos paños africanos, dando los últimos retoques de maquillaje y acabando de vestirse para la ocasión, como si se tratara de una actuación prevista. En seguida nos enteramos de que aquello no era un ensayo habitual. Luego de un ir y venir de mujeres, entre sonrisas y manos llenas de baquetas, cargando pesados tambores de distintos tamaños, salen al patio que hay justo al lado del local de ensayo y sin mediar apenas palabra se colocan delante de su tambor.
Un pequeño silencio y, de pronto, un grito de tambores rompe el rumoreo de aquella ciudad tranquila. La energía se siente como un golpe en el estómago, cuando el grupo de diecisiete mujeres comienza con su ensayo semanal. En unos segundos, aquellas mujeres tímidas y reservadas explotan con tal fuerza y alegría, que es imposible no dejarse llevar.
Rápidamente, personas curiosas rodean el grupo, mayoritariamente hombres, que atraídos por el latir telúrico de aquella música, escuchan con interés y admiración. El son de los tambores se entrelaza en una compleja coreografía con cantos, bailes, saltos y gritos, que durante una hora hacen que prestemos atención a cada uno de sus movimientos, hasta finalizar exhaustas mientras miran para nosotros con una sonrisa de satisfacción y complicidad al final de la actuación.
Fue siendo directora artística del Centro Universitario de las Artes y Teatro de la Universidad Nacional de Ruanda en Huye, tras su exilio en el Congo, cuando Odile Gakire Katese, actriz, directora de teatro, cineasta y poeta se propone crear un espacio inclusivo, un lugar donde poder proporcionar a las mujeres herramientas para su propio desarrollo y un escenario donde todas, las de ambos lados del conflicto sufrido en Ruanda entre abril y julio de 1994, puedan compartir; un conflicto que fue un intento de exterminar la población Tutsi, masacrando entre 800.000 y un millón de personas en apenas 100 días, cuyos cadáveres, a día de hoy, siguen apareciendo en fosas ocultas, dejando en el país profundas heridas abiertas, y donde las mujeres pasaron a formar el 70% de la población.
En ese contexto es cuando la polifacética artista funda en 2004 Ingoma Nshya, el primer grupo de percusión de mujeres de Ruanda. En un principio, Odile empezó trabajando principalmente con estudiantes, explorando un campo artístico que era exclusivo de los hombres pero, llegado el momento de profesionalizarse, las estudiantes no contaban con suficiente tiempo para dedicarle a la percusión, así que recurrió a mujeres de otros ámbitos, principalmente amas de casa que después de terminar las labores del hogar tenían ganas de salir de casa a explorar otros espacios.
Aunque los primeros años fueron duros, porque el proyecto era inviable económicamente debido al gran número de participantes y a los recelos de los hombres fundamentalmente, en 2008 la situación cambió de manera radical al reducir el grupo a 20 mujeres y contratar profesorado de otros países, lo que convirtió Ingoma Nshya en todo un referente; un proyecto que va más allá del artístico, un ejemplo de que en Ruanda las mujeres pueden trabajar unidas, haciendo cosas que antes eran impensables para ellas.
"Vi un anuncio en la universidad donde buscaban mujeres para tocar el tambor y enseguida me interesó y me apunté", explica Agnès Mukakarisa, de 48 años, al terminar el ensayo. Ella vino desde Nyaruguru después de perder a su marido y a sus hijos en el genocidio, y lleva en el grupo desde sus inicios en 2004. "Estaba muy sola después de perder a mi familia, y entrar en el grupo me trajo de nuevo la felicidad. Hasta pude salir de Huye y conocer otras ciudades de Ruanda y viajar a Senegal por primera vez", comenta con una sonrisa en los labios.
La Fundación Fair Saturday, que distingue a aquellas personas e iniciativas que aplican la cultura con fines de superación social, otorgó el pasado mes de junio el Premio Fair Saturday a Odile como colofón a quince años de recorrido del grupo generando cambios sociales a través de la cultura. "El grupo es un ejemplo para el resto de mujeres, ya que antes se creía que los tambores eran cosa de hombres", dice Marie Louise Ingabire.
Tiene 31 años, es de Huye y lleva en el grupo desde que las vio ensayar por primera vez a todas juntas hace ya más de once años. "Los tambores son muy pesados. Antes del genocidio no había mujeres que hicieran las tareas más pesadas, ellas estaban en casa cuidando los hijos y haciendo las tareas del hogar, pero después del genocidio, muchos hombres murieron y las mujeres tuvimos que reconstruir el país, haciendo los trabajos más pesados. Por eso, Ingoma Nshya es un ejemplo para las mujeres del país y del resto del mundo, porque te capacita para tu propio desarrollo a través de la música –insiste, orgullosa de lo conseguido hasta ahora–. Somos el primer grupo de mujeres percusionistas de Ruanda".
Marie Louise pudo pagar los estudios universitarios gracias al sueldo que recibe por tocar con Ingoma Nshya. "El grupo me ayudó mucho, no solo económicamente, también vencí mi timidez. Ellas me hicieron cambiar, ahora puedo tocar delante de muchísima gente sin miedo ni vergüenza. Hasta viajé a Holanda para tocar en un festival en Ámsterdam".
Desde la antigüedad, en Ruanda una mujer no podía ni acercarse a un tambor. Lo tenían prohibido, era algo exclusivo de hombres. En la Ruanda precolonial, los percusionistas eran una categoría de Abiru, guardianes de la historia y la tradición oral, que se encargaban de aprender de memoria los diferentes rituales que rodeaban el rey, así como la historia de los reyes anteriores.
Y, aunque los tambores perdieron su código sagrado y su práctica sea hoy más popular, las mujeres seguían sin poder tocarlos. Mucha gente pensaba que no eran lo suficientemente fuertes para llevar un tambor. Mismo algunos argumentan que tocar el tambor tiene una connotación sexual en la cultura del país, donde hombres y mujeres tienen roles específicos que no pueden intercambiarse: el hombre toca el tambor mientras la mujer baila.
Rose Ingabire, tiene 28 años, es de Huye y lleva diez años con el grupo. "Antes era bailarina de danza tradicional y cuando regresaba de un ensayo pasé por delante del sitio donde ensayaba Ingoma Nshya y me quedé atrapada. Justo estaban buscando mujeres para unirse al grupo y me apunté enseguida. Comparándolo con la danza, los tambores son mucho mejores, tienen mucha más fuerza y energía –comenta, mientras recoge su tambor-. Decidí quedar con el grupo y no regresar a la danza. Ahora también bailo aquí, ya que combinamos la percusión con el baile".
Rose reconoce que Ingoma Nshya le cambió la vida, nunca imaginó que viajaría y que conocería otros lugares como Suecia, Sudáfrica, Etiopía, Inglaterra o Nueva York
Rose reconoce que Ingoma Nshya le cambió la vida, nunca imaginó que viajaría y que conocería otros lugares como Suecia, Sudáfrica, Etiopía, Inglaterra o Nueva York. Quiere seguir en el grupo durante el resto de su vida y poder enseñar a más mujeres a tocar el tambor. "Estando aquí no te haces mayor –asegura mientras suelta una carcajada–. Además, estamos enseñando a una treintena de niñas de entre 6 y 16 años a tocar los tambores también".
Este grupo de veinte mujeres, después de años de duro trabajo, consiguió traspasar las fronteras de Ruanda. Olive Ngorore, tiene 43 años y es de Nyaruguru. Lleva doce años en Ingoma Nshya y reconoce que es muy difícil tocar el tambor, porque son muy pesados y hay que llevar el control de muchas cosas. "Yo tardé algo más de tres años en aprender un espectáculo", confesa Olive.
Cuando conocí el grupo y vi que solo eran mujeres me quedé muy sorprendida e inmediatamente les pedí si me podían enseñar a tocar los tambores”. Y aunque actuaron en diferentes países vecinos, y hasta en Europa y en los Estados Unidos y actualmente están preparando una gira por Alemania para el próximo año, Ingoma Nshya es mucho más que un grupo artístico, es una comunidad de mujeres que encontró su propio modo de gestión del territorio.
"Al principio no teníamos beneficios económicos, pero seguimos ahí porque nos encanta tocar. Después se convirtió en una profesión, aparte de felicidad y alegría nos dio un trabajo con el que poder ayudar a nuestras familias –explica orgullosa Olive–. Cuando tengo problemas y no estoy contenta, o cuando tengo mil cosas en la cabeza, me pongo a tocar los tambores y todo desaparece, solo toco y gozo".
Son conscientes de que el momento es histórico y revolucionario. Además de conseguir eliminar el rencor posterior al genocidio, dieron forma al empoderamiento de la mujer en Ruanda. Reclamando a través del tambor la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, desterrando los clichés machistas tradicionales y exigiendo el derecho de la mujer a la libertad de expresión, así como su participación en la cultura.
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