Este artículo se publicó hace 3 años.
Francotiradores del celuloide gallego
Galicia cuenta en la actualidad con algunas de la productoras de cine más potentes del sector, como Vaca Films y Portocabo, que compiten tanto en cines como en plataformas con los grandes estrenos del resto del Estado español. Pero no siempre fue así, y con la carencia de unas políticas culturales dignas, de unos organismos de apoyo o de unos presupuestos de fomento del audiovisual y una industria propiamente dicha, aquí la norma fue durante muchos años la de los francotiradores, de los cineastas echados al monte experimentando por su cuenta entre la vanguardia y la antropología.
Luzes-Público
A Coruña-
Entre las diferencias que marcan la tradición audiovisual gallega, aunque suene a tópico, está la de que la tierra tira. Aunque la mayor parte de cineastas vengan de poblaciones urbanas, el rural, la aldea, las carballeiras y los castros están demasiado cerca, tanto geográfica como espiritualmente. Somos un pueblo hecho de leyendas que sobreviven en el imaginario colectivo y piedras viejas que siguen sosteniendo las casas en las que vivimos y las calles que recorremos. En ese sentido, el cine de vanguardia gallego no es antropológico, sino atemporal: no habla de ruinas, sino de los cimientos que construyen nuestra identidad y, por lo tanto, nuestros días. En presente de indicativo: una población vieja que es muchas veces la protagonista de sus descendientes cineastas, buscando en las arrugas de los rostros respuestas a la propia identidad.
Una de las consecuencias más llamativas de esta cultura del DIY (do it yourself, hazlo ti mismo) en el audiovisual gallego es el florecimiento en el país de varios festivales dedicados por entero al experimental y al cine de autor más o menos radical. Citas como el (S8) Mostra de Cine Periférico, el Festival Internacional Cortocircuito, el Festival Play-Doc de Tui, la Mostra Internacional de Cine Etnográfico MICE, el Via FIC Verín o el recién llegado Festival de Arte Audiovisual Contemporáneo Intersecciones, configuran varios de los certámenes más prestigiosos del mundo en cuanto a cine de vanguardia y hacen de Galicia tierra fértil para la experimentación visual y semillero de cineastas dedicados a la rama más empírica del audiovisual.
Lo que sigue a continuación no quiere ser un retrato exhaustivo, pero sí representativo del presente continuo en el cine gallego de vanguardia a través de una variada antología de cineastas y de sus últimas obras. Paisaje exuberante y semilla de futuro de un sector que ya es industria en parte, pero que tampoco perdió su latido vanguardista.
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Antropología del futuro
Una de las grandes puntas de lanza de la renovación y consolidación del denominado Nuevo Cine Gallego fue sin duda Lois Patiño, con sus trabajos sobre paisaje, identidad y estética de la imagen que desbordaban las salas de exposiciones para saltar a los festivales de cine e incluso —en el caso de la Costa da morte— llegar a las salas comerciales. El cineasta, hijo de los pintores abstractos Menchu Lamas y Antón Patiño, estrenó recientemente en la Berlinale su segundo largometraje, que será con probabilidad la gran obra de la temporada del audiovisual gallego: Lúa vermella —Luna roja—. Las imágenes que nos llegan hablan de una estilización extrema de la imagen, de colores sobrenaturales. El film se postula como complemento perfecto de Costa da morte, y allí donde Patiño mostraba lo cotidiano en un trabajo casi etnográfico, aquí, pone en la primera línea el mito, las leyendas, la Santa Compaña y el más allá. Para ello convierte a sus personajes en estatuas hablantes —un estatismo ya practicado en su corto Noche sin distancia— que desgrana la leyenda del Rubio de Camelle, recuperador de cuerpos y almas de marineros. Por entre medias, Álvaro Cunqueiro, Urbano Lugrís y una belleza de imagen que clava el film en la frontera de la obra plástica.
Adrián Canoura por una parte dedica parte de su actividad a crear las poderosas piezas audiovisuales para Baiuca —acaso la propuesta musical más pasmosa surgida en los últimos tiempos en Galicia—, montones de imágenes de fiestas tradicionales acompañadas de un montaje agresivo y colores llamativos. Y, por otra, es un creador de cortometrajes llenos de fuerza telúrica, como Caerán lóstregos do ceo —Caerán relámpagos del cielo—, donde las lecturas de Vicente Risco dan forma a unas imágenes sobrenaturales desde lo real, de diablos ancestrales que sólo esperan a que alguien los filme: imágenes que parecen surgir de algún ignoto archivo cinematográfico. En O porco e o seu espírito –El certdo y su espíritu—, Canoura recoge la matanza del cerdo desde la rugosidad de la piel quemada, pegada a la lente de la cámara. Como si fuera una reinterpretación de la seminal The act of seeing with their own eyes —El acto de ver con sus propios ojos—, que rodó el maestro Stan Brakhage en una sala de autopsias. La muerte en primer plano casi abstracto. Por otro lado, la pieza Rexistros, realizada durante el Chanfaina Lab del Festival de San Sadurniño —otra cita crucial para el cine de vanguardia comandado por el incombustible Manolo González— juega más con la imagen y con los efectos de la luz, como los trabajos vintage e impresionistas de otros nombres del experimental internacional como puede ser Jodie Mack.
En Da morte nace a vida —De la muerte nace la vida— echa un hilo con el pasado del cine gallego y hace una reinterpretación de una escena del filme Urxa, de Carlos Piñeiro y Alfredo García Pinal,como parte de un proyecto colectivo articulado por Brais Romero y Cibrán Tenreiro y surgido en conmemoración de los treinta años del estreno de este filme junto con Continental, de Xavier Villaverde,y siempre xonxa, de Chano Piñeiro. El aire hechicero de esta pieza sobre brujas establece un vínculo con el film de Patiño y también con la obra de Helena Girón y Samuel M. Delgado Sin Dios ni Santa María, cortometraje de hace unos años que mezclaba grabaciones radiofónicas con celuloide caducado y leyendas de brujas, un trallazo audiovisual con ecos del mejor Vittorio de Seta. A la espera del primer largometraje de la pareja, Eles transportan a morte —Ellos transportan la muerte—, del que ya pudimos ver un adelanto en formato de corto con Plus Ultra y que promete acercarnos a la conquista de América desde una perspectiva más próxima al Werner Herzog de Aguirre que al Ridley Scott de 1492, un nuevo trabajo vino la luz hace poco: Irmandade —Hermandad—. También con origen en el Chanfaina Lab, las hojas de un manuscrito dan paso la una serie de fantasmas y espectros conectados en el tiempo y en la distancia que son convocados por el simple hecho de pensar en ellos. Una bella metáfora de la memoria.
Nuevo cine (gallego) de autor
Una nueva generación de cineastas gallegos ha llegado para quedarse: Oliver Laxe, Eloy Enciso, Diana Toucedo o Xacio Baño conforman un grupo de cineastas que hunden sus raíces en el cine de autor. Son cineastas que beben de la tradición de otros cineastas que estuvieron antes que ellos, cineastas cinéfilos y cineastas espectadores, con los ojos llenos de imágenes que acaban por traducir en lenguajes y mundos propios, acaso con ecos de Werner Herzog o Jean-Marie Straub —por citar solamente dos—, pero adaptados y transformados en cine que sabe a nuevo.
Álvaro Gago introduce una nueva ecuación en el paisaje del audiovisual gallego: un cine «social», apegado a la realidad y con afán de denuncia de las partes más endebles y conflictivas de nuestro presente. En su multipremiada Matria, Gago pone en cuestión ese mito de sociedad matriarcal de nuestro país y mirando de soslayo a los hermanos Dardenne y a su Rosetta, compone un retrato de mujer multitarea que nunca protesta y se encarga de todo, sin escatimar las miserias que trae consigo ese falso « matriarcado» que tiene poco de empoderador y mucho de machismo endémico en nuestra sociedad. Su último trabajo, 16 de diciembre, comienza con un baile de cuerpos fragmentados por donde la directora de fotografía ß se mueve como una más del equipo de balonmano que está filmando,y donde la cercanía y camaradería de ese grupo humano contrastarán de manera brutal con la segunda parte del film. Allí Gago muestra sus cartas y convierte su trabajo en una herramienta de distinción entre el tolerado y el violentado, casi una puesta en imágenes del «no es no». Ecosistemas de mujeres que tienen que soportar el mundo a sus espaldas y de hombres que quedan en evidencia como títeres presumidos o lobos hambrientos.
Santos Díaz es hombre de cine y sus referencias están ahí para quien quiera verlas: Yasujiro Ozu, Éric Rohmer o Hong Sang-soolaten en sus historias mínimas de planos cuidados, encuadres precisos y ritmo quieto. Todas ellas herramientas para llegar a lo universal desde lo particular. Tanto A liña política —La línea política-, seleccionado en el Festival de Locarno, como los prejuicios del agua - Los prejuicios del agua, ambas hechas a partir de guiones escritos en colaboración con Pablo García Canga, podrían considerarse narraciones anecdóticas de humor suave, pero con un ojo preciso para las emociones humanas y de unos personajes hechos de las nostalgias del pasado y de las incertidumbres del presente: una visión irónica y amable de los fracasos cotidianos y pequeños triunfos que conforman la condición humana.
Las 1001 encarnaciones del documental
Hay una corriente —entre la que me incluyo— que aboga por abolir de una vez por todas el término genérico «documental», cuando la mezcla y la contaminación de eso que damos en llamar «realidad» por los mecanismos de la ficción es cada vez más evidente. Ya desde una de las piezas fundamentales del género como fue Nanook el esquimal, la manipulación de la realidad para transformarla en relato supuestamente verídico era evidente. Y desde el momento en el que detrás de la cámara hay una persona que decide qué quiere mostrar y qué no, de qué manera hacerlo, con qué duración y qué plano antecede y sucede a otro, son decisiones que condicionan la realidad de manera indefectible.
Xurxo Chirro, el autor de la ya casi mítica Vikingland, viene ha realizado hace poco De barrio, donde recoge fragmentos de realidad pero combinados para crear un único tiempo a partir de grabaciones sonoras de una época e imágenes rodadas en diversos momentos de la década pasada e incluso del presente. Todo es verdad, pero la realidad reconstruida es personal e intransferible, y pergeña una especie de «relato total» sobre una vieja habitante de A Guarda que rememora la vida de su familia desde un presente mudo rodeado de fiestas y tradiciones que sobreviven a sus habitantes.
Patricia Pérez y Heidi Hassan son dos cineastas de origen cubano que acaban de alzarse con el primero premio en el IFDA, el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, con A media voz, un film rodado por ambas y con carácter epistolar desde la distancia de la diáspora: Heidi en Ginebra y Patricia en Galicia —Fisterra y aledaños—. A través de un intercambio de imágenes y voces en primera persona, desgranan su pasado común, su historia de amistad, los sueños de juventud y lo que fue de ellos. Un film que destila morriña por las cosas que pudieron ser y no fueron y por las vidas no vividas, pero también es un film sobre la construcción de sus personalidades y de sus afianzamientos en el mundo.
Frente a estos dos ejemplos de documentales «puros» —si algo así existe—, trabajos como Versogramas o Carta nº4 optan por dinamitar un poco lo esperable y se convierten en propuestas de juego que tocan varios palos. El primero de ellos, obra de los videocreadores Juan Lesta y Belén Monteiro, es un recorrido por las nuevas modalidades de poemas audiovisuales que están surgiendo en distintas partes del mundo. Las poetas escogen una nueva herramienta —el audiovisual— y la incorporan sin ningún tipo de trauma como material de trabajo. Y la dupla de directores buscan darle una forma adecuada para el fondo más informativo de este trabajo convirtiendo el film, a su vez, en un videopoema creativo a varias voces. Por su parte Marcos Nine hace en Carta nº 4, un trabajo íntimo a partir de un proyecto fallido:el que le iba a llevar a intercambiar cartas audiovisuales —un poco al modo de Heidi Hassan y Patricia Pérez— con el también realizador Eloy Domínguez Serén. En el caso de este último, el proyecto fructificó en dos filmes independientes: Pettring y No cow on the ice. Nine, en cambio, dejó desaparecer varios años las imágenes sin encontrarles el sentido correcto hasta que el tiempo le hizo ver que lo que rodó hace años —un relato íntimo y ligado a la (des) política del PP de hace más de una década—, sigue dolorosamente vigente hoy en día. Nada impacta más que la repetición de un pasado que es presente y amenaza con convertirse en futuro.
Y ya entrando en un ámbito de experimentación más clara, 7 limbos, dYBerio Molina y Alexandre Cancelo, propone un fascinante recorrido por siete performances urbanas y sonoras. Varios encapuchados acechan la ciudad para sacarle los sonidos secretos que la arquitectura o las ruinas de tiempos pasados guardan para sí. Those that, at a distance, resemble another, dirigida por Jessica Sarah Rinland y producido por la incombustible Beli Martínez, es un misterioso film-ensayo casi de museo de un grupo de restauradores —o más bien de sus manos— haciendo un trabajo delante de la cámara y reflexionando sobre él y sobre otros temas más mundanos. El film propone una visión sobre la representación de la imagen, la réplica, la conservación y la ecología a partir de unos materiales mínimos, predicando de alguna manera con el ejemplo
Del audiovisual y otras disciplinas
Otra de las características de nuestro audiovisual es que, lejos de ser un gueto cerrado, constituye un grupo heterogéneo que a veces viene de disciplinas distintas o, por el contrario, pasa de un cine más o menos «convencional» a explorar otras latitudes. El séptimo arte en ese sentido es el gran aglutinador que acerca distintas ramas artísticas y al mismo tiempo, las contiene a todas.
En el caso de los fotógrafos Tono Arias y Tono Mejuto, el paso a imágenes en movimiento es tan natural como respirar: ambos siguen siendo dos creadores de imágenes en ambas disciplinas. Tono Mejuto rodó hay un par de años Quiasma, un trabajo capturado en una cámara Bolex de 16mm que seguía el proceso de creación del bailarín Javier Martín —en otro caso de desbordamiento artístico—. Y acaba de finalizar el proyecto Unidade veciñal, un trabajo de observación donde el fotógrafo y cineasta se desplaza a un edificio de viviendas del Barrio de las Flores coruñés para efectuar un corte transversal y dejar a la vista del espectador el contenido del mismo, desde los cimientos llenos de mugre hasta la azotea, pasando por cada vivienda. Tono Arias, propietario de Dispara,un espacio multiusos en A Estrada dedicado íntegramente a la fotografía —con especial atención a los fotolibros—, lleva tiempo tentado por la grabación de imágenes. Después de Encarnados, su proyecto fotográfico sobre el carnaval en Galicia para el cual grabó una brevísima pero poderosa pieza a modo de introducción, ahora está discurriendo un trabajo de similar envergadura sobre la rapa de las bestas llamado Raza del que ya adelantó un teaser que deja con ganas de más.
Ángeles Fazáns, por su parte, después de un triunfante largometraje de debut, A estación violenta, vuelve al terreno del cortometraje con la peculiaridad de que Analóxica es una obra de encargo: una aproximación al cine erótico auspiciado por Erika Lust que la cineasta transforma en fecundo material sensorial gracias a la materialidad del formato Super 8, que se alterna con el digital, estableciendo un discurso natural sobre la función de la imagen y de cómo discurrir nuevas formas de aproximación a géneros más o menos rígidos.
Y en el campo de la videocreación, cabe nombrar dos ejemplos de artistas multimedia que llevan sus propuestas a terrenos más próximos a lo museísitico, sin olvidar en ningún momento el trabajo puro con las imágenes. Judith Adataberna lleva tiempo elaborando un corpus artístico multimedia que combina trabajos publicitarios con instalaciones efímeras, performances visuales y piezas independientes, todas ellas recorridas por un afán de mezclar naturaleza, mundo interior y artificialidad. En Parpadeo, un juego con el espectador lo transporta en cada frame desde la abstracción de los propios párpados a espacios concretos y mentales con la velocidad de un abrir y cerrar de ojos.Y en la obra El espectrorium funde paisaje con identidad mítica y sensorial que abarca desde lo reino de los insectos hasta arquetipos femeninos en unas ilusiones visuales casi táctiles.
Para finalizar este recorrido incompleto, cabe destacar el trabajo de uno de los más nuevos en llegar: Edu Fernández construye vídeo a vídeo un personaje de youtuber irónico que lanza un torrente de conceptos teóricos y culturales aderezados con vídeos autoparódicos que recurren a las formas más humildes para que la confrontación entre alta y baja cultura explote. Dos ejemplos perfectos de esto son La pasión según Edu Fernández, donde «corrompe» el film casi sagrado de Carl Th. Dreyer sobre Juana de Arco con una reinterpretación millenial —o boomer, que uno ya se pierde en estas categorías generacionales— y que lo llevan a un futuro distópico de comandos de teorías queer y juicios sumarísimos a agitadores culturales. Y en la descacharrante Le danseur de solitweets, Fernández declama sus propios tuits de mayor éxito en un ejercicio de egotismo autoconsciente que retrata de paso a toda una generación dedicada exclusivamente a contar likes.
Toda esta amalgama de imágenes y cineastas de distintos orígenes son al mismo tiempo radiografías del presente desde perspectivas únicas e intransferibles. Entre todas suman un paisaje en constante movimiento, casi una postal del futuro —distópico o no— del audiovisual de nuestro país.
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