JERUSALÉN – La explícita mención del terrorismo islamista en el primer discurso presidencial indica que Donald Trump tiene planes para acabar con él, aunque será difícil conseguirlo únicamente mediante la fuerza bruta, prescindiendo de las injusticias que asolan la región, especialmente en lo tocante a Palestina.
En su visita a la sede de la CIA, la primera salida de Washington, Trump ha tratado de congraciarse con la agencia de espionaje que constituye, junto con la NSA, el principal baluarte en la lucha contra el terrorismo, aunque es evidente que la CIA y la NSA no han sido capaces, ni juntas ni por separado, en acabar con el fenómeno.
El terrorismo islamista tiene raíces profundas de distinto calado pero que están muy arraigadas en un sentimiento de injusticia que es compartido por la mayoría de musulmanes. Naturalmente, es un fenómeno que va más allá de la injusticia, bastante más complejo, pero para combatirlo de manera eficiente es preciso terminar con ese sentimiento.
Un elemento central del terrorismo árabe de las últimas décadas ha sido justamente el conflicto israelo-palestino. Es un elemento que ha incidido e incide significativamente en todos los ámbitos de la lucha armada, tanto laicos como religiosos, y constituye un problema muy grave que no obstante ha sido ignorado por Estados Unidos y la Unión Europea durante décadas.
La ocupación militar de Palestina, la desposesión prácticamente absoluta y permanente de millones de mujeres y hombres que viven en condiciones humillantes que la misma administración americana ha calificado en alguna ocasión de “apartheid”, aunque según viajeros sudafricanos es peor que el “apartheid”, constituye el primer foco de inspiración de la lucha armada y del “terrorismo”.
Por supuesto, hallando una solución a este conflicto no se acabará con el terrorismo, pero sí que desaparecerá el principal elemento de inspiración que ha influido decisivamente en todo tipo de organizaciones desde por lo menos los años sesenta, y que sigue influyendo incluso en los grupos más radicales, los yihadistas, como puede ser el caso de Al Qaeda y toda la retahíla de sus vástagos.
Este mismo domingo, el primer día hábil de la semana en Israel, el ayuntamiento judío de Jerusalén no ha podido esperar más y ha anunciado la construcción de otras 560 viviendas para colonos en el sector ocupado de la ciudad, una decisión grave que la nueva administración americana debería combatir pero que no lo hará.
Ahora bien, ¿cómo va a acabar Trump con el terrorismo si no es capaz de poner fin al continuado expolio de los palestinos? Llegados a este punto hay que notar que no está claro si Trump carece de información suficiente sobre cómo y por qué funciona el terrorismo, no solo en Oriente Próximo, sino también en Europa y en Estados Unidos, o bien prefiere ignorar sus causas y su origen como han hecho sus predecesores.
Terminar con una organización radical y yihadista como el Estado Islámico está al alcance de la CIA y la NSA, sin embargo para ello es preciso una mayor implicación del ejército americano. Y de todas formas terminar con el Estado Islámico no va a traer el fin del radicalismo, del yihadismo y del terrorismo.
Este yihadismo tiene otro origen pero también se alimenta de la injusticia con que Occidente se relaciona con Oriente Próximo, como es el caso paradigmático del expolio palestino. Sin embargo, durante la campaña electoral Trump no ha mostrado la menor empatía con esta tragedia que también influye sobre el yihadismo y el terrorismo.
Si Trump y Europa no se alinean claramente con la justicia, si continúan mirando para otra parte cada vez que se renueva la expansión colonial, si permanecen en silencio con cada exceso del ejército israelí, es del todo imposible que Washington y Bruselas estén en disposición de combatir el terrorismo.
Otra cosa, algo posible y que ha sido avanzado en más de una ocasión, es que tanto Estados Unidos como Europa estén interesados en mantener los focos de inestabilidad permanentes, aún a sabiendas de que en un momento u otro darán algún zarpazo en Occidente, y que consideren que ese “terrorismo” limitado puede ser soportado por el sistema y justificar el miedo que se inocula en los occidentales.
También son preocupantes las teorías de la conspiración que se publican más o menos encubiertas en distintos medios, a veces en medios serios, y que sugieren que algunas de esas organizaciones están infiltradas por los servicios de inteligencia occidentales, que son los que manipulan detrás de bastidores a los grupos terroristas.
Estas hipótesis no son nuevas. Se sabe que Israel ha infiltrado y manipulado organizaciones terroristas, a veces creándolas, por lo menos desde el Caso Lavon, cuando agentes del Mosad pusieron bombas en centros americanos y británicos de El Cairo en los años cincuenta, o como en el caso de la terrible organización terrorista palestina de Abu Nidal, que no atacaba a Israel sino a los palestinos, y sobre la que existe un libro inquietante escrito por el periodista Patrick Seale.
No basta con que Trump diga el día de su toma de posesión que va a acabar con el terrorismo islámico. Es preciso que antes ponga en orden su casa y las casas de sus aliados, y que sea consciente de que mientras patrocine la injusticia no podrá combatir el terrorismo efectivamente, al menos no con el apoyo de millones de personas que precisamente exigen justicia.
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