Rohinyá, el drama de los apátridas
El drama de la inmigración ilegal no se limita al Mediterráneo. El pueblo de los rohinyá, que habita en Myanmar, no tiene reconocida la nacionalidad birmana ni el derecho a estudiar, trabajar, practicar su religión o recibir servicios de salud.
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YANGON (MYANMAR).- La tragedia de los apátridas se muestra de nuevo. Los escabrosos titulares de los últimos días sobre los rohinyá nos recuerdan que el drama de la inmigración ilegal no se limita al Mediterráneo. Personas que no tienen nada, por lo que nada dejan y nada temen perder. Miles de gentes que cruzan fronteras de forma ilícita, arriesgando sus vidas en la búsqueda de un futuro que les parece negado. Los rohinyá no persiguen nada, sólo huyen del acoso y del apartheid que el gobierno Birmano propugna con sus políticas discriminatorias.
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La Ley de Ciudadanía de 1982 los dejó sin nacionalidad, sin patria ni bandera;y con ella perdieron su derecho a estudiar, trabajar, viajar, casarse, practicar su religión o recibir servicios de salud
La historia de violencia y desavenencias entre distintas comunidades en el oeste de Myanmar se remonta siglos atrás. Si durante el periodo colonial los británicos aplicaron la máxima del “divide y vencerás”, enfrentando a los rohinyá contra el resto de la población budista de la colonia; una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial los rohinyá apelaron a una infructuosa unión con Pakistán. Tras ello crearon un movimiento yihadista que buscaba desestabilizar al gobierno central y alcanzar la independencia o al menos una mayor autonomía junto al respeto de sus creencias y tradiciones.
En los últimos treinta años, los rohinyá han abandonado progresivamente la lucha armada y han buscado una solución política al conflicto, sobre todo a través de foros internacionales. Reclaman que se les permita vivir en Rakhaine, obtener la ciudadanía birmana y un cierto grado de autonomía, donde el respeto a sus creencias religiosas esté reconocido. Uno de los métodos del régimen oficial para ejercer presión sobre ellos ha sido agitar los miedos de la mayoría budista de la región. Esta práctica se tornó contraproducente, como probaron los disturbios de 2012.
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Reclaman que se les permita vivir en Rakhaine, obtener la ciudadanía birmana y un cierto grado de autonomía, donde el respeto a sus creencias religiosas esté reconocido.
La xenofobia y el discurso del odio contra la minoría musulmana acabó en episodios de violencia sectaria, en los que muchedumbres de budistas enfurecidos y liderados por el polémico monje Ashin Wirathu, provocaron cientos de muertos y en torno a 140.000 desplazados internos. El gobierno no tomó medidas para proteger a los que considera meros inmigrantes ilegales llegados de Bangladesh.
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Las mafias, siempre atentas
Las mafias, siempre dispuestas a obtener pingües beneficios, pescan en este río revuelto de refugiados sin esperanza. Varios cientos de dólares compran un sitio a bordo de uno de los abarrotados barcos. Tras eludir a la casi inexistente marina birmana, se adentran en el Índico, tratando de pasar desapercibidos y de alcanzar las costas de algún país vecino. Aquellos que consiguen alcanzan tierra se arriesgan a ser repatriados o, en el mejor de los casos, subastados como mano de obra esclava, principalmente en el sector pesquero, aunque también se han producido casos de esclavitud sexual.
Las mafias, siempre dispuestas a obtener pingües beneficios, pescan en este río revuelto de refugiados sin esperanza.
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De acuerdo a los datos del Departamento de Estado Norteamericano, el número de refugiados que buscan una salida por vía marítima ha crecido considerablemente en los últimos meses debido al aumento en el celo fronterizo impulsado por Dacca y Bangkok, así como al enfrentamiento de ambos gobiernos con las bandas de traficantes. A pesar de todo, la corrupción gubernamental y el retoque de estadísticas impiden conocer la realidad y luchar con eficacia contra un problema cuya solución no está en manos de un solo actor.