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Rodrigo Rey Rosa: "Los jueces y periodistas que investigan la corrupción se van de Guatemala. No están seguros"

Rodrigo Rey Rosa, en una imagen de archivo. — Daniel Mordzinski / Centroamérica Cuenta (CEDIDO)

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No corren buenos tiempos en Guatemala. De allí se van a la fuerza jueces, fiscales, periodistas y todo aquel que ha buceado en las cloacas del Estado y ha sufrido por ello el aliento de la amenaza o el riesgo de una acusación penal.

Rodrigo Rey Rosa (Ciudad de Guatemala, 1958) lleva un tiempo residiendo en Atenas, desde que sintió también la necesidad de marcharse de su país. Ya percibió el miedo hace años cuando investigaba en los archivos policiales para escribir El material humano (2009), un artefacto híbrido en el que cohabitan el registro frío de las fichas policiales y la ficción.

La brevedad ha sido una de las señas de identidad en sus obras, una economía de palabras a la que el autor de Caballeriza, La cola del dragón o Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre llegó de forma natural, "un poco por pereza o por impaciencia". O quizás sea atribuible a la influencia de alguno de sus maestros, como Paul Bowles, a quien trató en Tánger y del que le cautivó esa precisión para describir paisajes sin aburrir al lector. O como Borges, del que sin embargo quiso escaparse al escribir textos más largos que las cinco páginas de un cuento. "Me escapé de Borges, sí -bromea en la sala de la Casa de América donde recibe a Público-, pero no tanto". Mientras prepara un libro ambientado en Grecia, Rey Rosa ha dejado su huella de explorador minucioso en el festival Centroamérica Cuenta que congrega estos días en Madrid a las principales voces literarias de la región más transparente.

Usted se ha definido como un escritor al que le gusta explorar.

Sí, el motivo principal de mi escritura es la exploración y el deseo de conocer a través de la escritura, casi como un ejercicio de introspección.

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Un ejercicio en el que destaca la brevedad de sus textos. ¿Responde esa economía de palabras a una fórmula literaria premeditada?

La búsqueda de la brevedad es natural para mí, un poco por pereza o por impaciencia. Pero nunca escribí una novela de 500 páginas y después me dije que la iba a reducir. Entonces, se debe a algo temperamental más que de búsqueda.

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¿Influencia de sus muchas lecturas de Borges, tal vez?

No, de hecho, yo empecé a buscar formas más largas que las del cuento de cinco u ocho páginas como una estrategia para escaparme de Borges... Pero no tanto.

Otro de los autores que le han influido fue Paul Bowles, a quien conoció en Tánger.

Había una especie de afinidad con Paul Bowles, yo tenía mucho que aprender de él, en economía de la escritura y en algo que no tiene Borges, que es el poder de la descripción de paisajes. Su influencia viene por ahí, tratar de entender cómo hacía eso: la economía de palabras en una descripción dinámica del entorno, en dos trazos. Eso es algo raro en la literatura hispana. Yo quería ver cómo lograba ese efecto Bowles y fue lo que aprendí de él. Es algo que también está en Juan Rulfo. Uno siente el paisaje en Rulfo sin que haya una descripción como la que hay en las crónicas de los conquistadores o en las novelas costumbristas peruanas, por ejemplo, en las que te quedas dormido mientras lees algo sobre los árboles.

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Usted vive ahora fuera de Guatemala, un país que sufre una deriva política autoritaria bajo la presidencia del conservador Alejandro Giammattei.

Desde que expulsaron a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), en 2019, pensé que Guatemala ya no iba a ser un buen país para vivir. Estoy radicado en Atenas, tratando de escribir algo ambientado en Grecia.

La CICIG era una suerte de fiscalía especial contra la corrupción. ¿Su cierre se debió a una decisión política del gobierno de Jimmy Morales (2016-2020) o a presiones de las élites?

No es ningún descubrimiento que en Guatemala mandan el poder económico y el militar. Y la política está al servicio de ellos. Hubo un momento de pánico con la Comisión contra la Impunidad pero ya lo arreglaron. La CICIG se cierra efectivamente en el mandato de Jimmy Morales, pero él no lo hubiera podido hacer por su cuenta. Se cierra principalmente por presiones de las élites y con la ayuda de Donald Trump. No hay que olvidar que gran parte del financiamiento de la CICIG provenía de Estados Unidos. Y eso lo corta Trump. Entonces, parece que se entendieron muy bien los corruptos guatemaltecos con los norteamericanos. Y de un día para otro cortaron los apoyos.

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El problema es que estaban llevando a la cárcel a la élite. Se llevaron a la mitad. Y se criticó entonces que el sistema judicial no planteara una amnistía después de que los empresarios, antes de la ofensiva final, pidieran perdón a la nación. Como no se abrió esa puerta, entraron con todo, como en la guerra. Iban a ir a la cárcel. Y en Guatemala no hay quien se salve. 

Han transcurrido tres años desde la expulsión de la Comisión y el combate a la corrupción se paga ahora con la cárcel o el destierro.

Sí, los fiscales, los jueces y los periodistas que investigaban la corrupción se están yendo, están fuera de Guatemala porque no se sienten seguros. Les inventan causas, como recientemente al fundador de El Periódico,  José Rubén Zamora.

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En Guatemala es muy fácil ir a la cárcel, te pueden parar por una multa de tráfico, y ahí te quedas, en la cárcel. A los jueces que ejecutaron las órdenes de la Comisión les pueden acusar de abuso de poder. Por eso se van. 

Usted vivió también hace años bajo una cierta sensación de miedo mientras investigaba en los archivos policiales para escribir El material humano.

Comencé a sentir paranoias porque el material con el que trabajaba, las fichas de detenidos, era ya de por sí siniestro y también lo era estar todos los días ahí, en el archivo policial, en un lugar donde no querían que estuviese y donde la gente trabajaba bajo presión. No sé si fue por casualidad, pero empecé a recibir unas llamadas muy raras cuando me negaron el permiso a entrar en los archivos sin un motivo claro. Me creó un cortocircuito y sí, sentí miedo.

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Por qué sintió la necesidad de escribir un libro como El material humano, donde mezcla el diario, las citas eruditas, la ficción y el registro de fichas policiales.

Quería investigar sobre los casos de los intelectuales perseguidos por el Estado guatemalteco y también sobre los casos de aquellos intelectuales que habían sido topos, infiltrados en los colectivos de artistas. Desgraciadamente, eso nunca lo pude investigar. Me pusieron un límite de tiempo para protegerme. Ahora lo agradezco.

La persona que me permitió entrar en los archivos, el jefe del proyecto, era un exguerrillero que ahora está fugado. Lo acusan de malversación de fondos y de revelar secretos de Estado. A mí me prohibieron investigar los documentos archivados a partir de 1960, cuando arranca la guerra, hasta la firma de los Acuerdos de Paz en 1996. El jefe del proyecto soportaba mucha presión del Gobierno para que la investigación no avanzara y quiso que yo siguiera para que quedara al menos un testimonio de todo aquello. El material humano sirve como memoria.

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En La cola del dragón (2014) usted aborda otra época de la violencia política del país a través del juicio contra el dictador Efraín Ríos Montt.

Cuando se abrió el juicio contra Ríos Montt, empecé a ir a las audiencias. Era un caso sin precedentes. Los reporteros hacían el trabajo del día a día pero nadie estaba haciendo una crónica profunda, un reportaje de fondo. Lo hice y se publicó en las revistas Letras Libres (México) y Arcadia (Colombia). Nunca pensé que aquello se convertiría después en un libro, La cola del dragón. Creo que era importante dejar un testimonio de lo que pasó en Guatemala.

Su última novela, Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre (Alfaguara, 2020), se sumerge en el interior del complejo mundo maya, un colectivo históricamente marginado en Guatemala.

Yo quería escribir una novela que entrara en ese mundo. Ya lo había intentado antes sin éxito. Y ahora pude hacerlo al conocer a una chica maya de Totonicapán, precisamente en una de las audiencias del juicio contra Ríos Montt. Es muy difícil conocer las interioridades del poder maya si uno no tiene la oportunidad de que te lo expliquen desde dentro.

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Los linchamientos que se producen en Guatemala, por ejemplo, son atribuidos por la prensa al sistema de justicia maya. Pero no son una tradición maya, son una secuela de la violencia política en el país. Hay linchamientos también en zonas con autoridades que no son mayas. Muchos de los mayas que se vieron obligados a irse del país en los años 80 por la guerra regresaron veinte años más tarde y vieron cómo los militares habían entregado sus tierras a gente de otros lugares. La novela habla de un caso particular, la historia de unos cofrades mayas excomulgados por la Iglesia a raíz de un pleito de tierras. La Iglesia los castigaba porque estaba perdiendo el caso.

Más del 90% de las matanzas durante la guerra entre el Ejército y la guerrilla fueron atribuidas a los militares. Tras los Acuerdos de Paz de 1996, ¿cómo ha gestionado Guatemala su política de derechos humanos y memoria democrática?

En Guatemala algo se hizo. Ríos Montt fue llevado a juicio y condenado, se anuló la condena y se le volvió a juzgar. Antes había un lugar para la esperanza, pero eso ya no existe. El escaso avance que hubo a partir de la firma de la paz ya ha desaparecido. Y ahora esto va para atrás. El Congreso está copado por la derecha y se están despenalizando muchos crímenes. El delito de corrupción, por ejemplo, ya no se castiga con la cárcel. Ya no se puede meter en la cárcel a los corruptos en Guatemala.

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