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Los refugiados en Turquía que se ven condenados a volver a la guerra siria

Sobrevivir fuera de los campos

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Dos ciudadanos sirios, dispuestos a regresar a la ciudad de Alepo. / CORINA TULBURE

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ÖNCÜPINAR (FRONTERA TURQUÍA-SIRIA).- Tranquilidad absoluta en el paso de Öncüpinar-Bab al Salama. Patrullas del ejército turco, policías y muy poca gente. Tenderetes con frutas y tabaco, almendros en flor y buses que circulan con regularidad a Killis. Refugiados con bultos que pasean su esperanza rumbo a Killis o Gaziantep. Nadie diría que a media hora en coche, cerca del pueblo sirio de Azaz, al otro lado de la frontera, los últimos bombardeos han reducido a cenizas las vidas y casas de sus habitantes.

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Foto de un campo de refugiados en territorio sirio tomada desde la frontera turca. / CORINA TULBURE

Sin embargo, aunque las fronteras están cerradas, la gente sigue llegando. “En Gaziantep no hay más plazas para registrarse, es una locura. Ahora mismo hay miles de personas que están debajo de un árbol, en la frontera, y no se les permite entrar a Turquía. Por otro lado, no se registra a la gente que consigue llegar desde Siria. Así partirán hacia Europa, es una forma de empujarlos hacia allí. Y ahora Bruselas los quiere devolver a Turquía…”, relata Mahmoud.

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La Fundación de Ayuda Humanitaria (IHH) hornea 120.000 panes al día en la frontera turco-siria. / CORINA TULBURE

Sobrevivir fuera de los campos

Junto al paso fronterizo se encuentra el campo de Killis. Allí se ofrece “comida, escuela y cama”, como especifica Mahmoud, y los refugiados tienen libertad absoluta para viajar a la ciudad. No obstante, permanecer durante años encerrado en un campo de refugiados no es una opción que escojan las personas a la larga.

A pocos minutos de la frontera, IHH prepara 50.000 comidas calientes al día. / CORINA TULBURE

La gente que quiere labrarse un futuro en Gaziantep y no permanecer durante años en los campos fronterizos tropieza con esta ausencia de estatutos legales y con la precariedad que conlleva. Muchas de las mujeres sirias que han acudido a la ONG Up to There trabajan en talleres donde cobran una paga semanal que no les permite afrontar el alquiler, por lo que mandan a sus hijos a trabajar.

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Paso fronterizo de Öncüpinar-Bab al Salama, que comunica Turquía con Siria. / CORINA TULBURE

A la espera de una respuesta en el lado sirio

Al otro lado del paso fronterizo de Öncüpinar, en el lado sirio, la gente vive esperando la apertura de la frontera. Los campos allí ubicados, con el fin de evitar los bombardeos, disponen de tiendas y casas prefabricadas para acoger a decenas de miles de personas. La única ONG que cruza la frontera hacia Siria para trabajar en esos campos es la Fundación de Ayuda Humanitaria (IHH), que diariamente conduce hasta allí camiones de comida. A pocos minutos de la frontera, en sus instalaciones, ha montado una panadería que hornea 120.000 panes al día y una cocina que produce 50.000 comidas calientes diarias.

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