Este artículo se publicó hace 16 años.
Prohibido cantar canciones que mencionen al Dalai Lama
Los tibetanos que viven fuera de su región temen perder sus raíces
Andrea Rodés
Se acercaba la hora de cenar y en el barrio tibetano de la ciudad de Chengdu, conocida como la "puerta de China al Tíbet", todo parecía ayer normal. Una pareja de monjes budistas, vestidos con túnicas de color azafrán, saboreaba en silencio un plato de fideos con carne de yak en un restaurante popular, decorado con paisajes del Himalaya. Fuera, en la calle, un grupo de policías comía arroz de un recipiente de estireno, apoyados sobre el capó del coche patrulla.
Desde que hace dos semanas estallaron los disturbios violentos en Lhasa, capital del Tíbet, el acceso al barrio de Wu Hou Ci, donde residen la mayoría de los habitantes de etnia tibetana de Chengdu permanece bloqueado y el control policial es extremo.
"La vigilancia ha aflojado en los últimos dos días, pero el despliegue policial fue digno de una película de Hollywood", asegura un profesor inglés de la Universidad de las Nacionalidades de Chengdu, cuya puerta principal da a la calle Wu Hou Ci.
Según este profesor, residente desde hace diez años en Chengdu, el miedo del Gobierno a que la violencia brote en este barrio de la capital de la provincia de Sichuan es infundado.
En las últimas semanas, los enfrentamientos violentos entre tibetanos y las autoridades chinas se han extendido por algunas regiones de las provincias que rodean el Tíbet, como Sichuan y Gansu. El número de víctimas se desconoce, porque la prensa y los observadores internacionales tienen bloqueado el acceso.
Aniversario de Tiananmen
Muchos de sus alumnos son tibetanos que emigraron, explica el maestro, "pero están bien integrados y gozan de privilegios académicos por pertenecer a una minoría étnica". No es la primera vez que ve un despliegue policial parecido cerca de la universidad: "La vigilancia también aumenta cuando se acerca el aniversario de la masacre de 1989 en la plaza de Tiananmen".
El exceso de control policial en Chengdu muestra un Gobierno que, desconcertado ante la gravedad del conflicto tibetano, opta por crear un clima de miedo y dar una imagen protectora ante sus ciudadanos. "Los policías dan seguridad pero en realidad nosotros nunca tuvimos miedo", explica la vendedora de un puesto de souvenirs budistas de la calle Wu Hou Ci.
La tienda pertenece a un chino de etnia han. Las viviendas y negocios de los han fueron el principal objeto de la violencia durante las recientes revueltas en Lhasa. Los desplazamientos de miles de chinos han a la región de Tíbet y el trato favorable que reciben de Pekín han convertido a los tibetanos en una minoría discriminada en su propia región.
En la tienda venden posters con imágenes de monjes y lamas reencarnados, pero ninguno con el Dalai Lama. La imagen del líder espiritual tibetano, exiliado desde 1959, está prohibida en China.
La represión cultural y religiosa que sufren los tibetanos es otro de los motivos que ha hecho estallar la violencia. "Está prohibido cantar canciones con letras religiosas o que citen al Dalai Lama. Te pueden meter en la cárcel por ello", explica una cantante de etnia tibetana.
Huyendo de la miseria
Esta mujer de 40 años, de tez luminosa y labios pintados, llegó a Chengdu hace cinco años, huyendo de la miseria de su pueblo natal, Garze, en la frontera con Tíbet. "Quería que mi hija tuviera una educación", dice la mujer, dueña de un pequeño restaurante de comida tibetana.
El local está casi vacío por culpa del bloqueo que sufre el barrio, pero su propietaria espera recuperar pronto el volumen habitual de negocio. Dejó de cantar en fiestas hace dos años, cuando murió su madre, pero su voz es famosa en el barrio. "Las canciones son una forma de expresar nuestra cultura", asegura mientras se sirve un té.
La cantante es consciente de que las próximas generaciones, como su hija, perderán parte de sus raíces. En la escuela pública china estudia inglés, pero no la música tradicional tibetana. "En mi pueblo las tradiciones se mantienen más vivas", añade esta mujer. Suele ir a su pueblo en verano, pero viajar ahora es demasiado complicado. Las regiones fronterizas con el Tíbet siguen cerradas a cal y canto. "La Policía para a todo el mundo para exigir la documentación", cuenta uno de los comensales del restaurante, que acaba de regresar de una boda en Garze. "Hay tanques militares por todas partes".
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