Negros con título de propiedad
Descendientes de esclavos negros huidos viven en una de las áreas más intactas y africanas de la Amazonia.
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Los bisabuelos de Hermegilda de Oliveira eran esclavos. Llegaron al río Trombetas -oscuro, profuso en brazos- huyendo de sus amos. Desde Belém, emprendieron un largo periplo. Navegaron días, semanas. Y cuando se encontraron seguros, fundaron pequeñas comunidades, los quilombos.
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Hermegilda -49 años, 12 hijos, rostro curtido- sobrevive en Varrevento "en condiciones parecidas" a las de sus antepasados. Casas de madera, pequeñas plantaciones, canoas.
"Pasaron muchas dificultades. Nosotros luchamos por la vida digna que ellos no tuvieron", dice Hermegilda. Sin embargo, hay una diferencia vital entre Varrevento y los quilombos fundados antes de la abolición de la esclavitud en Brasil (1888). Sus habitantes tienen título de propiedad. Derechos reconocidos. Y se amparan en un tejido social poderoso para luchar contra madereras y multinacionales. David-negro contra Goliat-globalización.
"Nuestros antepasados no sabían de propiedad privada. Todo era comunal. Por eso tenemos un título de propiedad colectivo", asegura Carlos Printes, coordinador de la Asociación de Quilombos del
Municipio Oriximiná (ARQMO).
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Los 35 quilombos restantes en la región Oriximiná forman una de las 79 áreas quilombolas reconocidas por el Gobierno brasileño. Aunque la Constitución de 1988 reconoce derechos de propiedad a los remanentes de las comunidades quilombolas, hasta noviembre de 1995 no se dio el primer título de propiedad. Y cientos de quilombos esperan que su tierra prometida se cristalice en el papel.
Bajar el río Amazonas en barcazas populacheras es toda una lección interracial. Rostros pardos, amarillos oscuros, blanquimarrones. Las destartaladas calles de Oriximiná añaden matices: los rostros son negros, mulatos o cafuzos, como se llama al negro mezclado con indio.
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A mediados del siglo XVIII, las fugas de esclavos de la Compañía General de Comercio de Grao-Pará se hicieron habituales. Muchos de ellos se establecieron en el río Trombetas.
"Aquí, lejos de la urbe, aprendieron la forma de vida de los indios. Vivieron en armonía. Al estar aislados, conservaron la raíz africana mejor que en el nordeste, donde se mezclaron", asegura Francisco Hugo de Souza, el otro coordinador de ARQMO.
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Por ello, algunos rincones de la Amazonia se convirtieron en verdaderos santuarios de cultura africana. De hecho, el 58% de las tierras quilombolas se encuentra en el estado Pará. Y Oriximiná, primera región en conseguir títulos, es una especie de reino perdido para la raza negra.
"En Jauary, mi comunidad, se conserva la danza aiué. En muchos quilombos, todavía se baila el lundun africano", asegura Nilza, esposa de Hugo. La misa de los quilombos, según Nilza, un canto muy popular en la iglesia de Jauary, resume la diáspora dolorosa de los esclavos de Brasil: "Estamos llegando del fondo del miedo/del exilio, de las minas, de la moche/de la carne vendida/del azote de los mares".
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Hugo -piel negriazulada, conversación dormilona- recuerda el papel de Zumbi dos Palmares, el gran mártir negro de Brasil. El príncipe africano que, tras escapar, fundó en Alagoas la unión de Zumbi dos Palmares a finales del siglo XVII, la primera república independiente de América para algunos historiadores.
"Zumbi puso en cuestión las reglas del hombre blanco. La propiedad privada. El lucro. Nosotros no queremos entrar en ese ciclo", explica Hugo.
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La lancha sube el río, deslizándose entre aguas negras. Sortea plantas. El río está crecido. Calor insoportable. Las nubes prometen lluvia. André Caldeira, de la maderera Juruá, explica el objetivo de su empresa camino de Varrivento.
"Extraer madera de forma sostenible", dice. No sabe que las cartas del juego están marcadas. Según Hugo, no van a aceptar la propuesta de Juruá porque "hablan bonito, pero después te roban".
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Ya en Varrivento, André habla sonriente. Rápidamente, algunos líderes locales alzan la voz. "Todavía ni sabemos qué quieren, ni cómo lo van a hacer. Perdónenme, pero tenemos recelo histórico", asegura Raimundo, un hombre robusto de 65 años.
La tierra de Oriximiná resiste los zarpazos de la Mineraçao Rio do Norte, que pretende extraer bauxita de su territorio. Y de todos aquellos -como la maderera Juruá- que quieren sacar beneficio de sus tierras. Sus 360.000 hectáreas se han convertido en un bastión anticapitalista casi inexpugnable.
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"Algunas personas que emigraron a la ciudad están regresando. Ahora tenemos tierra. Cualquier persona puede cambiar de comunidad cuando quiera", asegura Hugo.
Raimundo -vivaracho, hablador- es uno de ellos. Su familia fundó Varrimento. Después, emigró a la ciudad. Vivió 30 años en Manaos. Regresó. "Aquí busco mis raíces. Sé que mis antepasados huyeron de algo horrible", explica Raimundo. "Nunca hablaban mucho, pero todavía lo
llevamos dentro".
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La esperanzada misa de los quilombos parece resonar tras la tormenta: "En la nueva tierra, el negro, el indio, el mulato/el blanco, todos van a comer del mismo plato".
Aunque la esclavitud fue abolida en 1888 en Brasil, todavía se registran casos de trabajo forzado. En el país, existen entre 25.000 y 40.000 trabajadores en situaciones análogas a la esclavitud, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT).
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En la región amazónica, la situación es extremadamente delicada. "Las denuncias tardan en llegar. Los trabajadores se encuentran en áreas muy apartadas. Es casi imposible erradicarla", asegura Aurídea Marques, en la sede de Manaos de la CPT.
En 2007, el Ministerio de Trabajo de Brasil liberó en la Amazonia a 2.036 trabajadores en situación "análoga a la esclavitud" (5.979 en todo el país). Lula ha tomado medidas importantes: reforzar la fiscalización, lista negra de esclavistas, paralización de créditos.... Pero la ley que permitirá expropiar haciendas con trabajo esclavo todavía no se ha aprobado en el Congreso.
Hace tres años, entrevisté a un trabajador que había huido de una hacienda de Sao Félix do Xingú, en el sur de Pará. Vivía en un establo con el ganado. Bebía agua del río. Y sólo comía carne cuando una vaca moría. Huyó por el río. Sólo después de varios días, llegó a la sede de la CPT de Marabá para hacer la denuncia. "Los propietarios les cobran la comida, el transporte. Hacen que se endeuden para que no puedan salir", confesaba entonces Regina Ferreira, de la CPT de Marabá.