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"Mubarak quiere que nos matemos entre nosotros"

Los seguidores del presidente egipcio provocan una batalla campal con los manifestantes en El Cairo que se salda con tres muertos y cientos de heridos. La Policía está ausente y el Ejército no interviene

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Con la mayor cobardía y crueldad, el régimen de Hosni Mubarak intentó aplastar ayer la protesta de los manifestantes egipcios enviando a sus matones a la plaza Tahrir de El Cairo. El asalto de los fieles de Mubarak contra las personas que estaban pacíficamente exigiendo la salida del presidente dejó un saldo de al menos tres muertos y más de 600 heridos, según el Ministerio de Sanidad egipcio. Sin embargo, un médico citado por Reuters elevó la cifra de heridos a 1.500.

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El Ejército fue cómplice del ataque por omisión. Con total permisividad permitió que miles de individuos armados con cuchillos, barras de hierro, piedras y cócteles molotov llegaran a lo largo de toda la mañana a los accesos de la plaza Tahrir. Faltando a su palabra dada la semana pasada, los militares no hicieron nada por mantener la seguridad del pueblo egipcio.

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"Esto se ha convertido en una salvajada", dice un manifestante

La violencia empezó tras una discusión frente al Museo Egipcio que ni el Ejército ni la Policía, desaparecida ayer, intentaron frenar. Los dos grupos se juntaron y de las palabras pasaron directamente a las piedras. El primer asalto de los vándalos partidarios de Mubarak hizo retroceder unos cien metros a los manifestantes que estaban protegiendo la entrada a la plaza Tahrir a la altura del museo. Poco después los defensores de la plaza recuperaron el terreno perdido armados con los primeros objetos que encontraron a puñetazo limpio.

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Los dos bandos quedaron separados por los carros blindados del Ejército. Los militares se hicieron a un lado y dejaron sus tanques. "No tenemos ninguna orden", decían los soldados al ser preguntados por este periódico. En el interior de la plaza se iba estableciendo un circuito en el cual la gente se armaba con piedras picadas de los adoquines de las aceras. Iban dando relevo en una sangrienta frecuencia a los que volvían heridos de las barricadas. Las piedras volaban de un lado a otro frente al Museo Egipcio.

"Esto se ha convertido en una salvajada. Hemos caído en su provocación", decía Mohammed Radwan mientras volvía de las barricadas al interior de la plaza. Los heridos, de todas las edades y condición social, tenían que recorrer unos 300 metros hasta llegar a un improvisado hospital de campaña donde recibían unos vendajes de emergencia.

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"No tenemos ninguna orden", se justifican los soldados en la plaza

El acoso de los partidarios de Mubarak fue aumentando también en las inmediaciones de la plaza. Los periodistas internacionales se convirtieron en una presa muy preciada para los macarras que controlaban las salidas de la plaza. Las agresiones, las intimidaciones, los robos de cámaras y teléfonos y las amenazas de muerte se multiplicaron contra una prensa a la que acusaban de ser agresores de Egipto. Además de reconocer ser seguidores de Mubarak, se llamaban a sí mismos "gente pro estabilidad nacional".

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Durante toda la tarde y noche, los asaltantes mantuvieron su cerco sobre los manifestantes que fueron reduciendo en número su presencia en la plaza.

Entre los medios utilizados para atacar e intimidar, los seguidores de Mubarak emplearon una surrealista carga con una decena de caballos y un par de camellos. Tras arrollar a varias personas, los agresores fueron reducidos. Al menos un par de ellos fueron linchados hasta la muerte tras ser derribados de los animales.

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El resto salvó la vida gracias a los esfuerzos de los manifestantes que, haciendo gala de una resistencia civil pacífica digna de Gandhi, protegieron a los agresores y los entregaron al Ejército. "¡Pacíficamente, pacíficamente!", gritaba la gente en el proceso de entrega.

Tras proteger del asalto de otros a uno de los atacantes y guiarlo hasta los militares, Osama, un cairota de 36 años, se derrumbó y empezó a llorar. "Mubarak quiere que nos matemos entre nosotros. El régimen ha triunfado: ha conseguido que el pueblo egipcio no sepa nada de democracia. Los que nos atacan prefieren que el Gobierno les regale un trozo de pan a tener justicia en nuestro país", decía Osama agotado mientras buscaba aire.

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Desde por la mañana se podía ver en las inmediaciones de la plaza Tahrir a grupos de seguidores del presidente. Todos eran hombres de entre 20 y 40 años que se paseaban en cuasi formación militar al trote cochinero. "Queremos a nuestro presidente Hosni Mubarak", era una de las consignas más elaboradas que emitían.

Cada brigada llevaba varios retratos del presidente. Uno de estos grupos, liderado por un altanero periodista de la televisión estatal, intentaba borrar de un puente situado frente al Museo Egipcio una pintada contra Mubarak. "Nuestro presidente ha prometido reformas y la gente debe volver a casa", decía Mahmud Zidel, de 27 años que decía trabajar en la televisión estatal y lucía un pin del partido de Mubarak en la solapa de la americana. "El único error del Gobierno ha sido cerrar internet. ¿Por qué la oposición no acepta negociar?", preguntaba Zidel.

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Una mujer se acercó y empezaron a discutir. Nagat, de unos 50 años y acompañada por dos de sus tres hijos adolescentes, les calló la boca: "Mubarak ha sido nuestro padre durante mucho tiempo pero las cosas tienen que cambiar ya. Yo tengo un cáncer y el tratamiento me cuesta cada mes 1.500 libras egipcias (unos 185 euros). Sólo gano 1.000 libras (123 euros) al mes y mi marido está en el paro". Tras exponer sus argumentos el grupo de fieles al presidente se marchó con la música a otra parte.

La única medida aperturista que se vio ayer fue el fin del cierre a internet. Otra noticia que desconcertó inicialmente a los manifestantes que pensaron que se trataba de un paso atrás del régimen. Dentro, y ajenos al cerco que les estaban preparando, familias enteras y grupos de amigos intentaban mantener viva la revuelta popular. Ellos mismos seguían autogestionando la seguridad de la plaza con sus controles de acceso y sus cacheos.

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Otros permanecían sentados en la rotonda de la plaza entre las tiendas de campaña leyendo periódicos como Shorouk. Todos llevaban en portada a Mubarak durante su discurso de la noche anterior. Ismail y Tarek, dos veinteañeros dedicados a la música funky, decidieron escapar a su casa en las inmediaciones en cuanto vieron que la táctica de los agresores era rodear todas las salidas de la plaza. Antes de irse intentaron convencer a la turba para que no apaleara allí mismo a otro reventador capturado.

"Pido al Ejército que intervenga para proteger la vida de los egipcios", solicitó Mohamed el Baradei, una de las principales figuras del movimiento opositor que consideró que "lo que sucede es una tragedia en la historia de Egipto por parte de un régimen que ha perdido su legitimidad".

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Desde el exterior, llovían ayer condenas de la violencia, encabezado por la secretaria de Estado de EEUU. En una conversación con el recién nombrado vicepresidente Omar Suleiman, Hillary Clinton exigió que los responsables del baño de sangre sean juzgados. El régimen respondió ayer a las críticas internacionales. El Ministerio de Exteriores dijo en un comunicado que otros países "se ocupen de sus propios asuntos".

La represión deja un país divido, una revuelta popular gravemente herida y una comunidad internacional retratada.

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