Muro Marruecos Muros y minas antipersona: la estrategia de Marruecos para frenar a los saharauis
El reino de Marruecos, además de construir un muro para frenar a los saharauis, ha generado un entramado de minas antipersona en el desierto que impide moverse con tranquilidad. Se estima que en el Sáhara Occidental hay siete millones de explosivos.
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tifariti (sahara occidental), Actualizado:
Suena inabarcable; un muro en el desierto. En escenarios rojos e inhóspitos que parecen trasladados de Marte se levanta una masa de arena y polvo de 2.700 kilómetros que tiene como utilidad separar el reino de Marruecos de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Un muro del que no se habla, que apenas se ve y que muchos saharauis no han visto porque hay tantas minas a su alrededor que visitarlo es un plan peligroso.
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Por longitud, solo le supera la muralla china, y de instalarse en Europa conectaría Madrid con Auschwitz. En ocho tramos extendidos a lo largo y ancho de la región en disputa por las dos naciones, Marruecos levantó una frontera física sobre lugares clave para su sostenibilidad. La zona más rica en fosfato y el mar con más recursos para la pesca se encuentran sitiados por una de sus paredes. Esta titánica construcción deja en anécdota el muro entre EEUU y México, de 500 kilómetros. O el de Berlín, de 155.
De este modo, el pueblo saharaui se encuentra acotado en varios puntos cardinales por montículos de arena instalados con la venia de Arabia Saudí. Y por si este despliegue no sirviera para restringir los movimientos del Frente Polisario y la RASD, los aledaños al muro están plagados de minas antipersona. Se estima que la construcción está abrigada por unas siete millones de bombas.
Estos africanos dicen que no hay que preocuparse por las minas. Si oyes una estallar es que no te ha tocado a ti, y la que tú pises no vas a llegar a escucharla. En mitad del desierto y vestidas con melfas azules se puede encontrar a las integrantes del Sahrawi Mine Action Women Team (SMAWT), nueve heroínas anónimas que luchan para desminar su hogar. Dicen que desde que la organización existe han desactivado un millón de explosivos y no comprenden que se diga que, a día de hoy, haya paz en el Sáhara.
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Desde que se iniciara el conflicto hay más de 2.500 personas desmembradas por estas bombas ocultas. Desde la Sahrawi Mine Action Coordination Office (SMACO) hacen balance de este 2019 y encuentran que han logrado neutralizar 7.870 minas terrestres, mientras que el Frente Polisario ha destruido 20.493 minas antipersonal y 8.793 artefactos explosivos.
Una beduina entre minas
En ese contexto tan salvaje y deshumanizado, a solo 25 kilómetros del muro y a unos 80 de Tifariti, una de las ciudades del Sáhara bajo control de los saharauis, vive una mujer. Es el último ser humano de la zona antes de toparse con el muro y no sabe escribir su nombre. Es nómada por convicción, dice, porque prefiere vivir aislada antes que abandonar su tierra y mudarse a Argelia, donde están los campos de refugiados. Ella es saharaui; está sola, pero está en casa. Lleva tres meses instalada en aquel punto, algún lugar entre Tifariti y Al Mahbes. Un militar cuenta que el territorio se conoce como Tiernit.
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“Yo sufrí los bombardeos de Um Draiga”, dice en hassaní mientras hace aspavientos para terminar de explicarse. La mujer recuerda aquel febrero de 1976, cuando Marruecos lanzó napalm y fósforo blanco desde el aire y 3.000 saharuis perecieron. Las minas ya no dan miedo. La escasez ni se antoja preocupante. Mientras que el pozo que han excavado siga dando agua no harán las maletas. Consigo, además de su haima, porta unas 20 cabras y una tienda de campaña marca quechua. Ahora ejerce de abuela y tiene a su cargo dos nietos. El más pequeño tiene fiebre, pero el médico más cercano está a dos horas en coche. No se la ve preocupada.
Cómo luchar contra un muro
El pueblo saharaui lleva 40 años a la espera de una solución al conflicto iniciado cuando España abandonó el territorio y Marruecos lo reconoció como suyo. Por querer declararse Estado independiente, arrancó una guerra. Ahora dicen que volverán a las armas, enfundadas desde la paz de 1991 en pro de un referéndum que aún no se ha producido.
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"Los marroquíes pasaban la noche de guardia y nosotros tomábamos té tranquilamente"
Como si de una fiesta se tratara, los saharauis recuerdan con la calma que les caracteriza los métodos para luchar cuando un muro separa los ejércitos. "Nos acercábamos de noche a donde sabíamos que había un puesto de vigilancia y lanzábamos una pequeña batería de ataques. Ellos empezaban a disparar sin sentido, sacaban los coches, los soldados pasaban la noche de guardia..., y nosotros nos echábamos unos kilómetros para atrás y tomábamos té tranquilamente", recuerda Abidín, del Frente Polisario, movimiento que lidera la lucha. De este modo, estresaban a los guardianes del muro; los agotaban con noches en vela. "Tenemos en nuestro Museo de la Guerra cartas que enviaban los soldados a los médicos en las que intentaban sobornar a los psiquiatras para que les sacaran de allí con alguna excusa de salud mental", asegura orgulloso.
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Una guerra cara a cara nunca fue una opción, así que los saharauis se decantaron por una estrategia de desgaste. Fueron la gota malaya de los marroquíes, que gastaban lo que no tenían en una guerra que caminaba a ser eterna, por lo que pidieron negociar un alto al fuego. El orgullo del Sáhara Occidental es tan grande que se ve capaz de volver a presionar y arañar nuevas condiciones gracias a la guerra. "Los marroquíes no saben matar, antes todos nuestros campamentos estaban llenos de coches suyos, se los robábamos", comenta entre risas otro hijo del desierto.
La guerra está parada, pero la violencia sigue latente. Abidín va de copiloto en un jeep que regresa a Tifariti tras visitar el muro. El piloto se percata de que su compañero lleva varios minutos en silencio, con la mirada puesta en el vacío del yermo. Cuando le pregunta qué le ocurre, este responde: "Veo todo esto, el desierto, y pienso en por qué Dios nos ha condenado a esto". Y el silencio invade el coche unos minutos más.
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