Lula gana las elecciones en un Brasil dividido
El líder histórico del Partido de los Trabajadores vence en una elección muy ajustada al ultraderechista Bolsonaro.
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SAO PAULO (BRASIL), Actualizado:
Luiz Inácio Lula da Silva es el nuevo presidente de Brasil. La noticia se confirmó al finalizar la noche de un domingo de segunda vuelta marcada por una inmensa tensión. Los resultados, al igual que en la primera vuelta, tardaron en mostrar la victoria sobre Jair Bolsonaro de Lula, quien pasó a encabezar con el 67,7% de los votos. A partir de ahí la tensión se mantuvo hasta el último momento debido a unos resultados nuevamente más ajustados de lo que anticipaban las encuestas. El dato final indicó un 50,88% contra un 49,12%, menos de dos puntos de diferencia. Unos minutos antes de las 00.00h Lula tuiteó una imagen de la bandera nacional con su mano y la palabra "democracia".
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La forma en la cual se vivieron los resultados en Brasil fue de infarto. Los seguidores del líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT) comenzaron a festejar desde el cierre de las urnas con los primeros bocinazos, vuvuzelas, "fora Bolsonaro", "ole ola Lula· y petardos en la ciudad de Sao Paulo. El ánimo optimista dentro de la campaña durante los últimos días, así como la necesidad de dar fin a los cuatro años de mandato de Bolsonaro, explicaron la pronta movilización de los lulistas, con el rojo característico de su campaña, frente al verde y amarillo brasileño de la campaña del actual mandatario.
La dimensión de lo que estaba en juego pudo verse en un dato a contracorriente de las tendencias: la abstención, a diferencia de lo que sucede habitualmente, disminuyó y pasó de 20,59% a 20,56%. Una de las explicaciones de ese número fue que se trató del enfrentamiento entre dos antagonismos políticos que movilizaron a numerosos ciudadanos tanto en respaldo del proyecto propio como en rechazo o miedo al del contrincante. Otra razón de la participación estuvo en la gratuidad del transporte en la mayoría de los estados, que facilitó la movilización hacia los centros de votación.
Eso último estuvo, sin embargo, enfrentado al accionar de la Policía Vial Nacional, que realizó más de 500 operativos para retrasar el transporte. Esas acciones afectaron doblemente a los votantes de Lula por recaer sobre los sectores populares donde el expresidente tiene mayoría, y realizarse centralmente en la región del nordeste donde el dirigente del PT tiene una parte central de su electorado. ¿Cuánto afectó efectivamente a la hora de la totalización de votos? El número resulta incierto, pero la acción evidenció el tipo de prácticas antidemocráticas que puede usar el bolsonarismo.
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Un país dividido
La alegría por la victoria de Lula se vio enfrentada al buen desempeño del presidente. Esa misma sensación había recorrido al lulismo después de la primera vuelta. La segunda vuelta volvió a evidenciar que Bolsonaro, lejos de ser un mandatario en retirada y sin apoyo, es un líder popular de extrema derecha que está al frente de la conducción de la derecha brasileña y tiene competitividad electoral, tanto en la presidencia como en las gobernaciones y en el poder legislativo, donde logró la mayoría en la primera vuelta.
Los resultados de este domingo 30 de octubre le dieron, por ejemplo, la victoria de Tarcisio de Freitas quien enfrentaba a Fernando Haddad para la gobernación del estado estratégico y siempre esquivo al PT de Sao Paulo. Tarcisio ganó a través del partido Republicanos, relacionado con la Iglesia Universal del Reino de Dios, una de las principales estructuras del evangelismo que demostró, una vez más, tener un peso importante en la sociedad, con cerca del 32%, y en las elecciones. Sao Paulo será entonces gobernada por la derecha aliada a Bolsonaro y el evangelismo.
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Esa fotografía dio cuenta de un Brasil partido, no solamente en términos de colores de campaña, sino en el orden de las ideas, los modelos políticos, el imaginario nacional. El enfrentamiento entre Lula y Bolsonaro vehiculizó un antagonismo histórico brasileño, entre una propuesta autoritaria, conservadora, sintetizada en el "Dios, patria y familia" de Bolsonaro, y una idea de país democrático y popular, representativo del Brasil diverso y multicolor representado por Lula. Ambos modelos tienen arraigo profundo en el país.
La partición brasilera se vio acrecentada por las lógicas de enfrentamiento de este siglo XXI, y en particular a través de uno de los instrumentos predilectos de las extremas derechas: el uso de noticias falsas. La maquinaria de Bolsonaro envió un promedio, según una investigación de la Universidad Federal de Río de Janeiro, de 311.500 mensajes falsos al día, una escala industrial de mentira. Esa ingeniería golpeó a Lula al acusarlo de corrupto o de oponerse al evangelismo y querer cerrar templos. Una parte de quienes apoyaron a Bolsonaro en las urnas votaron contra Lula y ese imaginario construido tras años de noticias falsas.
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Los días por venir
Lula estaba por salir de la cárcel de Curitiba hace tres años producto de lo que se demostró ser una persecución judicial. Ahora es el nuevo presidente electo, por tercera vez, que comenzará el mandato tras los dos meses de transición que se anuncian difíciles: Bolsonaro parece imaginar una retirada trumpista, con crisis para mantener su caudal de seguidores más duros y proyectar un regreso. El actual mandatario lo insinuó en varias oportunidades y es probable que apele al método de construcción de crisis que le fue fructífero durante su mandato y puso crónicamente al país al filo.
Luego vendrá lo siguiente, tal vez lo más difícil después del regreso épico: gobernar y transformar un Brasil dividido, con necesidad de respuestas materiales y políticas que den respuestas a las grandes expectativas depositadas en su regreso. Lula estará al frente de un gobierno seguramente conformado por la amplitud de quienes lo acompañaron en esta segunda vuelta, desde la izquierda hasta la centro-derecha como su vicepresidente Gerardo Alckim, o Simone Tebet, quien salió tercera en la primera vuelta y le dio activamente su apoyo para esta segunda y definitoria contienda.
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Por el momento, la mayoría brasileña festeja con un grito que es un descargo tras cuatro años de un gobierno que disparó sobre la democracia y tuvo una de las peores gestiones ante la pandemia. Todavía quedan varias declaraciones por conocerse hasta que se asiente la victoria que muchos esperaban en América Latina y en el mundo.