Este artículo se publicó hace 17 años.
Irreconciliables
Las dos Venezuelas se miran con recelo.
Yasmin es una mujer con suerte. Una bala silbó hace años cerca de su cabeza. Tiempos del hampa, de delincuencia, de vida a todo trapo, de dos amores asesinados que ella sigue recordando con pasión caribeña.
Hoy, a sus 47 años es otra persona. Tiene novio y vive en un sencillo ranchito de dos plantas en el barrio 23 de Enero, el mayor bastión chavista del oeste de Caracas.
"Lo amo desde el día que intentó tirar a Carlos Andrés Pérez [el golpe frustrado de 1992]. Habla como habla el venezolano. Llama hermano al compañero, no siente asco por darle la mano a un borracho. Detrás de Chávez estamos todos nosotros, el pueblo", dice Yasmin mientras señala con el dedo los cerros que rodean la capital del país.
Son los barrios desvencijados donde las miles de almas que fueron apartadas de los ingresos petroleros en la década de los 70 siguen hoy enfrentándose a una denodada lucha por la vida .
Veinte años mayor que Yasmin, Henrique Salas Römer, se pregunta cada mañana cómo acabará Venezuela tras una revolución montada sobre el dinero y no sobre la pobreza.
"Esto es un marxismo paternalista porque degenera a las clases superiores y adormece a un pueblo que cuando falte la plata se volverá contra Chávez", señala.
El economista y empresario Salas Römer vive en la ciudad de Valencia, capital del Estado de Carabobo, una próspera región del este del país. Allí fue gobernador con éxito hace algunos años como independiente, a pesar de que algunos le vinculan con el viejo COPEI, uno de los dos partidos que gobernaron Venezuela hasta la eclosión arrolladora de Chávez.
Fortificados
Su oficina es un chalé de dos plantas de la distinguida colonia caraqueña de Chacao, cercana a las residencias de la mayores fortunas venezolanas, auténticas fortificaciones con los muros reforzados a base de alambres de espino y cámaras de seguridad espiando el corazón de la calle.
El doctor Salas, como le llaman con admiración sus dos secretarias y dos escoltas, disputó a Chávez la Presidencia de Venezuela en las elecciones de 1998.
"Los dos éramos revolucionarios, enemigos del centralismo imperante, sólo que con ideologías radicalmente opuestas", afirma.
Amante de los caballos pura sangre, Henrique Salas organizó una campaña barroca en cada ciudad del país que visitaba, con desfiles de carrozas tiradas por bellos corceles.
Pero su discurso, articulado contra los excesos de la nueva oligarquía petrolera e implacable con la corrupción endémica que asolaba el país, no cuajó en las inmensas bolsas de excluidos.
Chávez le derrotó en las urnas con el 70% de los votos pero al afable Salas le quedó el consuelo de pasar a la posteridad con el sobrenombre de El Gallo.
"Yo era un insurgente democrático, un amante de la organización política de España. Defendí la automía de los Estados pero no de forma autoritaritaria", apunta.
A su hijo, heredero al frente del Estado Carabobo hasta 2004, todos le conocen como El Pollo. Estirpe de raza.
Los barrios Chacao y 23 de Enero están a uno y otro lado de esta urbe consumista que es Caracas. En medio, millones de coches intentan avanzar aplastados por el peso de una humanidad hacinada. En las aceras, los mercadillos rivalizan con los centros comerciales colonizados por grandes firmas de la moda: desde Zara a Armani, bancos internacionales y restaurantes de comida rápida.
Nadie diría que Venezuela está sumergida en una revolución socialista. Pero esta tira de asfalto separa dos mundos absolutamente distintos e irreconocibles. Al este, Chacao, un oasis de seguridad privada y discotecas rumberas donde los jóvenes exhiben las prestaciones de su cirujano plástico particular casi con tanto ardor como su rencor por Chávez. Al oeste, 23 de Enero, un mirador de los cerros con 10.000 vecinos a quienes la riqueza del país sumergió en formol y que adoran al líder venezolano porque les ha llevado esperanza.
Yasmin es un emblema de los nuevos tiempos que corren en Venezuela. Sentada en una silla acolchada en medio del recibidor de su casa, la habitación se va llenando y vaciando de gente en cuestión de segundos.
Las clases de la escuela que construyeron hace dos años con dinero del Gobierno han concluido y niños de otras familias vienen a pasar el rato. En el barrio 23 de Enero todos confían que el referéndum constitucional del próximo domingo les concederá lo que necesitan para salir adelante.
"Capacidad para autogestionarnos, seguridad, sanidad y cultura. En fin, Chávez nos ha devuelto la dignidad que nos robaron los escuálidos (término que utilizan para denominar a las clases pudientes). El poder popular de los olvidados", clama Yasmin.
En su hogar, de paredes bien trabajadas por un "albañil solidario" y cuadros se cuentan historias del caracazo, las revueltas populares ocurridas el 27 de febrero de 1989 contra el Gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez que terminaron con más de 3.000 muertos desperdigados por las calles de Caracas.
Combustible para un rencor sin fin. Nelson, un niño de 12 años, murió abatido de un disparo cuando jugaba en una calle del barrio. A Armando, el novio de Yasmin, le hirieron de un balazo en la pierna. Desde entonces está cojo.
"Si muere Chávez, y Dios no lo quiera, el país se volverá arroz con mango porque detrás está el pueblo", avisa Yasmin.
Calles vacías
Son las 9 de la noche y la oscuridad hace horas que echó su manto sobre la ciudad. Las calles de la alta zona residencial de Chacao están vacías.
La presencia humana se adivina en las luces interiores de las viviendas, todas semejantes a la de Henrique Salas Römer: chalés de dos alturas, con pequeños jardines coronados de lanzas electrificadas. El tiempo corre triste y las miradas se vuelven cómplices.
"La situación del país me recuerda mucho al Perú de Fujimori, donde la corriente opositora estaba sin alma, sin líder. Hay escasez, inflación y temores", afirma este empresario afable y conversador.
Salas Römer tiene su propia teoría sobre lo que considera la deriva de Hugo Chávez: "Cualquier Gobierno encuentra su estabilidad en la oposición. El presidente, que es un tipo muy inteligente, sabe cómo crear focos de oposición para arengar a las masas. Como ya no existen partidos políticos, primero creó bronca con los petroleros y cuando los neutralizó, se lanzó contra los medios de comunicación y ahora contra los estudiantes. Sin ellos, está acabado porque vive en el descontrol de los recursos".
Pero en una sociedad en la que hay gente que tiene bañeras de oro y niños a los que los ratones han llegado a comerles los pies, parece fácil que cuaje un mensaje dirigido a los excluidos.
Henrique Salas Römer acusa de esta situación a las "aves de rapiña" que surgieron tras la eclosión petrolera de 1973.
"Nuevos ricos que de forma progresiva pensaron que podían poner y quitar presidentes, o meter la mano en las arcas del pueblo" dice con una sonrisa difícil y ojos tristes.
El referéndum del domingo despierta en su casa mucho entusiasmo. "Que nadie se queda en casa y vote contra la reforma es buena cosa pero tampoco mejorará la situación", concluye con cierto aire de desencanto.
A cuatro kilómetros en línea recta, en el otro extremo de la ciudad, en la barriada 23 de Enero, no hay alambradas. Las paredes son de ladrillo flojo y reinan las pintadas de las Brigadas por el Sí y a favor de Chávez.
Yasmin encara con su familia el último capítulo de su gran sueño. "Votar sí es cerrar la época oscura. Todos somos venezolanos, ellos y nosotros. Todos queremos oportunidades". Su ambición es sentirse útil y no parar de reír.
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