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La guerra de Ucrania marca un antes y un después, y pone a Europa al borde del abismo

La invasión de Ucrania por Rusia y la profunda implicación occidental en la contienda abre una era de incertidumbre, sin parangón en el último medio siglo. 

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Funeral en Bucha por un soldado ucraniano muerto en el frente de Donetsk. — Roman Pilipey / EFE | EPA

Madrid,

La guerra de Ucrania ha cambiado todos los paradigmas de seguridad y estabilidad que predominaban en Europa desde la caída de la Unión Soviética. El año 2022 será recordado como el punto de inflexión en el que las tensiones que quedaron en el viejo continente tras el fin de la Guerra Fría volvieron a manifestarse y se abrieron paso de la manera más violenta posible.

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El 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó su invasión de Ucrania, con diversos golpes militares en todo el país que finalmente quedaron reducidos a una guerra de posiciones y a la ocupación de una amplia media luna en el este, desde las regiones más o menos prorrusas de Lugansk y Donetsk, hasta la península de Crimea, anexionada ya por Moscú en 2014. En octubre de 2022, Moscú anexionó esos dos territorios del Donbás, junto a las regiones de Zaporizhia y Jersón, y dio una vuelta de tuerca más a la infamia de la invasión.

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Por muchas razones que pudiera tener Rusia para denunciar el imparable acoso de Estados Unidos y la OTAN a su seguridad estratégica, en el momento en que su primer carro de combate cruzó la frontera ucraniana, Moscú perdió toda razón política y moral en sus reclamaciones. Y el artífice de la invasión, el presidente Vladímir Putin, se metió en una trampa de la que será muy difícil que salga indemne. Ni él, ni Rusia ni posiblemente Europa.

Desde entonces la guerra sigue, con decenas de miles de muertos militares y civiles. No hay cifras fiables. Los medios de prensa occidentales siguen al pie de la letra la propaganda del Gobierno de Kíev y de sus aliados en Bruselas, Londres y Washington, donde se elabora buena parte de esa desinformación. La opacidad del Kremlin completa este penoso panorama para la prensa. En pocas guerras contemporáneas se había visto tal cúmulo de falsedades diarias.

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Una guerra muy conveniente para unos cuantos

Todo el mundo está de acuerdo en que en estos momentos nadie quiere la paz y que la contienda se va a alargar mucho tiempo, para desgracia de los cerca de 14 millones de ucranianos desplazados de sus hogares y de quienes se congelan por los ataques a las infraestructuras de energía. Ni los rusos tienen suficiente fuerza como para consolidar su presencia en esa quinta parte del territorio ucraniano ocupado ni las fuerzas militares de Ucrania tienen el poder bélico necesario para derrotar a Rusia, a pesar de las armas y el dinero suministrados por Occidente. Solo queda que ambos países se desangren poco a poco, bajo la mirada de quienes apuestan en Estados Unidos y Europa por el desgaste total económico y militar de Rusia.

La invasión de uno de los países que surgieron del colapso soviético ha roto también los últimos lazos que los países herederos de la URSS tenían con Rusia. Los efectos de esa desconfianza se están notando sobre todo en el Asia Central ex soviética, donde se mira con insistencia cada vez mayor hacia China como posible garante ante la iracunda política exterior rusa y la avidez de Estados Unidos.

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El impacto de la onda expansiva de la guerra no se ha limitado, pues, a Europa. La crisis alimentaria global derivada de los cortes del suministro de grano de los campos de cereales ucranianos y, sobre todo, las subidas en los precios de los carburantes por los cortes en el suministro del gas y el petróleo rusos, junto con la presión de las sanciones sobre Moscú, han llevado a una crisis económica mundial que ha rematado los daños causados por la pandemia del COVID en estos primeros años de la segunda década del siglo XXI.

Una crisis con un responsable y muchos incitadores

Y si bien es muy difícil no apuntar a Rusia como responsable principal del desastre, la realidad es mucho más compleja y no cuesta demasiado dilucidar quién es el mayor beneficiado de esta crisis. El cierre de filas en torno a Estados Unidos mostrado en la OTAN y la Unión Europea le permitirá a Washington presionar más fuerza en otros ámbitos geopolíticos, más importantes si cabe para la estrategia estadounidense, como la región de Asia Pacífico.

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Sí, Rusia es el principal responsable de esta hecatombe causada por la aplicación del viejo parámetro del pragmatismo belicista para resolver problemas de seguridad. La caída de la Unión Soviética, el desmantelamiento del Pacto de Varsovia y la extensión de la OTAN hacia las fronteras rusas no le dieron al Kremlin las garantías de seguridad que reclamaba. El resentimiento anidó durante décadas en Moscú, para desbordarse en un momento muy conveniente para Washington.

Esta agresión a un estado soberano no ha sido una acción sin precedentes, como pretende la propaganda occidental. La misma OTAN había intervenido militarmente en Afganistán, Libia o en la propia Serbia, un estado tan europeo como cualquier de los treinta que integran el último bloque de su tipo que queda en el planeta. Estados Unidos invadió dos veces Irak, la última bajo unos supuestos que se demostraron falsos. Y eso, sin remontarnos a conflictos como el de Vietnam o a las muchas injerencias estadounidenses en Latinoamérica.

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En todos estos casos, el componente económico acompasaba la marcha de los tanques. En Ucrania las empresas de armas estadounidenses se frotan las manos, mientras firman suculentos contratos con el Pentágono para abastecer al ejército ucraniano o reponer los arsenales de los países europeos que también se vacían en Ucrania, con un esfuerzo económico proporcionalmente más importante y en unos tiempos de gravísima crisis económica para Europa.

¿Y los perdedores de la guerra? Pues sin duda los millones de ucranianos que han quedado sin hogar, las miles de familias desechas que han visto rotas sus esperanzas de avanzar hacia una Europa sin fronteras. Porque otra de las consecuencias de esta conflagración es que habrá fronteras impenetrables en el continente como las había en tiempos de aquella Guerra Fría que, sin duda, habrá de repetirse y de la que se están ya trazando sus contornos de alambradas.

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El autoritarismo de Putin, con los días contados

Todo ello salvo que la guerra de Ucrania lleve a la caída del sistema autocrático inaugurado en marzo de 2000, cuando Vladímir Putin ganó sus primeras elecciones y el pueblo ruso firmó, sin saberlo, su perpetuación en el poder. Porque el otro gran perdedor de la guerra será Rusia y su población, aplastada por la dictadura de facto impuesta a la sombra de la contienda.

Rusia no podrá aguantar mucho más tiempo la sangría de los campos ucranianos, donde han muerto decenas de miles de ciudadanos de esa república antaño hermana, pero donde también están dando su sangre miles de jóvenes rusos llevados a la guerra por la sinrazón de un hombre, Putin, y su círculo de insensatos. Y no nos engañemos, las torturas, violaciones de los derechos humanos, asesinatos de civiles y otras barbaridades cometidas en Ucrania empiezan ya a calar en la sociedad rusa.

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Aunque ganara la guerra militarmente, Moscú no podrá subyugar a Ucrania. Con la guerra, este país ha entrado de facto en Occidente y Putin lo sabe. Y lo saben sus acólitos, esa cohorte de antiguos agentes del KGB devenidos en ministros, empresarios y altos funcionarios al servicio de un sueño imperial caduco. Un imperio sin sentido hoy día salvo para Putin y sus hombres. Y también para quienes en Washington y Bruselas precisan de un enemigo de manual que les permita impulsar sus espurios planes geopolíticos, tal y como en junio pasado proclamó la OTAN en su cumbre de Madrid.

Zelenski, de actor a héroe de guerra

El campanazo de fin de año lo dio en su reciente visita a Washington el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Un hombre que pasó de actor cómico a líder con redaños para sostener una guerra que se veía perdida en todas partes menos en los despachos de la Casa Blanca donde se sabía lo que se cocía en Ucrania y donde se cosió el guante arrojado a Rusia, y que, tan torpemente, recogió Putin.

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Zelenski, de político sostenido por oligarcas de dudoso pelaje a héroe de guerra y fabuloso comunicador, con un tono épico que tapa el falsete de una voz impostada por sus protectores en Washington. Zelenski, portada de revistas con su porte de caudillo embutido en apretadas camisetas militares, acudió a los cuarteles de su principal valedor, el presidente Joe Biden. Tras una cuidada representación arropada por las ovaciones de los congresistas, que llegaron a verlo como un Winston Churchill redivivo clamando por más sangre, sudor, lágrimas y misiles Patriot, se trajo de vuelta a Kíev miles de millones de dólares en ayudas y una batería de esos todopoderosos cohetes antiaéreos que prometen alargar, si cabe más, la guerra.

Rusia ha dicho en voz alta lo que todo el mundo ve desde hace tiempo: que Ucrania es el escenario de una "guerra indirecta" entre Moscú y la OTAN. Y dice estar dispuesta a afrontar semejante desafío, sin descartar las armas nucleares. Se habla de una inminente ofensiva rusa de invierno a principios de 2023, pero también suenan los tambores de guerra en Bruselas para impulsar una contraofensiva ucraniana en esas mismas fechas.

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Lo único que está claro es que ni Zelenski está dispuesto a dejar ni un solo centímetro de territorio ucraniano bajo la bota rusa ni Putin permitirá que le arrebaten un palmo de lo conquistado. La guerra de Ucrania se ha convertido en un callejón sin salida, para regocijo de los mercaderes de armas y gas.

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