MADRID
El presidente ruso, Vladímir Putin, podría emplear en Ucrania tácticas bélicas de destrucción y terror sobre la población civil similares a las desplegadas antaño por el Ejército ruso en lugares tan heterogéneos como Chechenia o Siria, pero el alcance y los resultados serían muy distintos a los obtenidos en esos territorios. Serían unos resultados desastrosos. El riesgo de convertir a Rusia en un paria internacional es muy alto si la violación constante de derechos humanos y la comisión de crímenes de guerra en Ucrania se convierten en la tónica habitual de este conflicto, desencadenado con la invasión del pasado 24 de febrero.
Lo ocurrido en la localidad ucraniana de Bucha es contemplado por expertos militares como una excepción, por el momento, en el curso de la invasión rusa. Una excepción que ha sido negada por el Kremlin con aspavientos y que atribuye al propio Ejército ucraniano, aunque con poca credibilidad en esta defensa.
Es cierto que ha habido muertes de muchos no combatientes en el curso de esta guerra, pero no hay constancia de que la matanza premeditada de civiles sea la estrategia del Ejército ruso, pese a los desastrosos bombardeos de ciudades. Sin embargo, si la guerra continúa, tal excepción se puede convertir en la normalidad, tal y como recuerdan hechos similares ocurridos en lugares como Chechenia o Siria, donde Rusia desencadenó toda su maquinaria militar cuando se vio acosada por el tiempo a la hora de obtener una victoria rápida y resultados acordes con sus planes iniciales. Hoy más que nunca es imprescindible acudir a las negociaciones.
Incluso ante la propia opinión pública rusa no sería comprensible una devastación en Ucrania como la de Alepo y de algunos distritos de la periferia de Damasco, cuando Putin decidió apoyar al régimen de Bashar al Asad en la segunda mitad de la década pasada. Los muertos ahora no son los denostados islamistas, salafistas o los rebeldes nacionalistas sirios apoyados por Estados Unidos. Tampoco los temidos y al tiempo vilipendiados chechenos, sino una población, la ucraniana, con la que el ruso de a pie mantiene intensos vínculos.
Mientras que el norte del Cáucaso fue históricamente una región levantisca para Rusia, reflejada por escritores como León Tolstoi o Mijail Lérmontov (uno de los autores favoritos de Putin, por cierto), en cambio Ucrania, que comparte la misma fe ortodoxa que Rusia en buena parte de su territorio, fue siempre considerado como un territorio hermano e incluso del que los rusos eran cultural e históricamente deudores.
Algunas de las tácticas empleadas por los militares ucranianos para detener o entorpecer el avance ruso le deben asimismo su inspiración a las lanzadas por los independentistas chechenos en las dos guerras que los enfrentaron a los rusos, entre 1994 y 1996, y entre 1999 y 2009, cuando se dio por concluida en Moscú la "operación antiterrorista" de Chechenia, como eufemísticamente se denominó al largo conflicto que dejó cerca de 100.000 víctimas mortales y medio millón de desplazados -de una población de un millón y medio de personas-.
La acción bélica del Ejército de Ucrania se centra en emboscadas, comandos y guerrillas en suburbios y pequeños pueblos, movilidad y rapidez, con un efectivo cuerpo a cuerpo que permite superar a los bombardeos rusos masivos de las posiciones ucranianas, en buena parte ya machacadas por los misiles y la artillería de las fuerzas del Kremlin en los primeros días del conflicto.
Tales tácticas en Chechenia prácticamente dependían del armamento ligero de los rebeldes independentistas, con lo que, a la larga, estaba condenada su preeminencia sobre el Ejército ruso. En el caso de Ucrania, sin embargo, el apoyo de elementos de combate de última generación o que han demostrado su eficacia en otros conflictos, como los misiles antitanque Javelin, los drones armados o los veteranos misiles tierra aire Stinger, da una precisión y una potencia mucho mayores a las fuerzas ucranianas que las que podían tener los rebeldes chechenos en los años noventa y 2000.
El peligro ahora yace en la respuesta que está dando Rusia a tales ataques o contraataques del enemigo, y que se parece demasiado a la empleada en Chechenia y Siria: demoledores bombardeos contra cualquier blanco que pueda considerarse como amenazante, sea civil o militar; operaciones de castigo contra la población ucraniana por apoyar a su ejército resistente o simplemente por encontrarse en medio de la línea de fuego; acciones de terror para provocar el caos y que la protección de estos civiles en desbandada interrumpa o moleste las acciones de los militares regulares ucranianos; ejecuciones sumarísimas de prisioneros, también civiles, y acciones descontroladas por parte de unidades rusas aisladas contra la población civil, en venganza por la pérdida de camaradas de combate en ataques previos.
El autor de estas líneas estuvo en Chechenia en 2003 y pudo comprobar los efectos de las bombas de racimo en los barrios más populosos de Grozni, donde los boquetes causados por los proyectiles de fragmentación apenas dejaban un espacio intacto en los edificios.
La destrucción era tal que manzanas enteras de viviendas blancas y agujereadas asemejaban un gigantesco osario entre montones de escombros. Y en algunos de esos huecos cariados de los bloques de viviendas se advertía el intento obcecado de los habitantes de Grozni para sobrevivir, con ropa lavada en charcos y estanques de agua sucia, y colgada de precarios tendederos en los agujeros dejados por los cohetes grad (granizo, en español).
En una guerra empantanada, la voluntad de victoria de un ejército numeroso, armado y preparado en los últimos veinte años por Estados Unidos y que evita las grandes batallas, como es el ucraniano, puede reducir las zonas de combate a franjas guarnecidas por edificios civiles en torno a las ciudades principales, más aún cuando el avance de la primavera y el deshielo convierta en impracticables muchos caminos rurales para los carros de combate rusos. Las estepas enfangadas de Ucrania adoptan así el papel que tuvieron las montañas impenetrables del Cáucaso.
El portavoz del Pentágono de Estados Unidos, John Kirby, ha sido muy claro: la resistencia de Ucrania sigue siendo fuerte, "puede ganar", ha dicho, mientras los objetivos estratégicos de Putin siguen en el aire, salvo el que se refiere a la renuncia por parte de Ucrania a entrar en la OTAN. "Por supuesto, Ucrania podría sacar provecho" del estancamiento ruso, ha aseverado.
Ante un alargamiento de las operaciones bélicas, la única respuesta rusa puede quedar en la ira y los actos de destrucción desesperados. La población seguirá siendo la principal perjudicada y aumentarán las víctimas civiles. La guerra de desgaste perjudicará a los rusos y también retrasará las negociaciones internacionales, mientras se refuerzan las posturas de aquellos aliados en la sombra del Gobierno de Kiev, en Washington y Bruselas, que apuestan por una parcial debacle rusa en el campo de batalla, y su debilitamiento económico irreversible a medio plazo.
La petición del Consejo de Europa para que países como Alemania o Hungría, altamente dependientes del gas ruso, corten ya sus compras de este hidrocarburo y la UE deje de pagar los más de 700 millones de euros diarios por tal combustible y cercene así su dolosa e hipócrita contribución a la maquinaria de guerra rusa en Ucrania, conlleva la posibilidad muy real de que se produzca una catástrofe económica en el viejo continente.
La realidad es que Rusia habrá ganado cerca de 300.000 millones de euros a finales de 2022 por todas sus exportaciones de gas y petróleo a Europa desde que sus tropas empezaron a amenazar a fines de noviembre pasado las fronteras ucranianas. En esta situación, y con el rublo subiendo, no parece que la economía rusa esté en estos momentos precisos al borde del colapso financiero.
Un desastre económico en Europa en caso de que se concrete la renuncia total a los hidrocarburos rusos no ayudará tampoco a la reconstrucción de Ucrania y el parecido a la Chechenia posbélica sería, si cabe, más real. Las carencias económicas podrían llevar al afianzamiento en Kiev de un régimen neutral, sí, pero débil, a merced de formaciones militares y paramilitares anárquicas en todo el país, de señores de la guerra fortalecidos en algunas de las regiones más alejadas, y a la proliferación de elementos prorrusos que seguirían desestabilizando Ucrania.
La debilidad de Rusia tras la contienda no le impediría extenuar a su vez a Occidente desde su mayor cercanía y conocimiento de Ucrania. Y el Donbás, en el este del país, podría chechenizarse de una manera irreversible, un riesgo inasumible para la estabilidad de la propia Europa.
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