buenos aires
Actualizado:*Este artículo fue publicado originalmente el 12 de diciembre en el diario argentino Página12 bajo el título 'Un libreto escrito desde afuera'
No hay inocentes en la dirigencia venezolana. El conflicto extremo, donde el adversario político se transforma en enemigo, donde las posiciones se extreman hasta el punto del no retorno, han llevado a Venezuela a un modelo de “suma cero”. El que gana se lleva todo mientras que el perdedor no obtiene nada. En el medio, un país se desmorona y la ciudadanía ve como se desvanecen los conquistas que se obtuvieron gracias a Hugo Chávez.
Venezuela tiene problemas, sí. Muchos. Como también los tienen otros países de la región. La situación es grave y los principales países del hemisferio han hecho poco para colaborar en la superación de la crisis. Por el contrario, los Estados Unidos, su brazo ejecutor, la OEA, y países como Colombia, Brasil y la propia Argentina han promovido la desestabilización. La desarticulación de instancias como la Unasur evidencian los enormes retrocesos regionales. Las dificultades y cuestionamientos que se le atribuyen a Venezuela, que son reales, podrían imputarse a muchos otros países. Pero no es momento de analizar si México sufre mayor violencia política o si el Brasil del golpe parlamentario a Dilma Rousseff y la proscripción de Lula, mediante la manipulación judicial del tándem Bolsonaro-Moro, posee mayor calidad democrática.
La que está en discusión hoy es si el pueblo venezolano puede encontrar un camino que le permita superar la situación que lo trajo hasta este presente. Pero es preciso reafirmar la aplicación del principio básico de la autodeterminación de los pueblos: a cada país le asiste el derecho de determinar su propia forma de gobierno sin injerencia externa. Los acontecimientos de los últimos días no son casuales, son parte de un libreto escrito fuera de las propias fronteras venezolanas.
Donald Trump y sus aliados no buscan el bienestar del pueblo venezolano, sólo les interesa su riqueza hidrocarburífera
La historia deja en claro cual es la voluntad de los Estados Unidos en relación a Latinoamérica. Donald Trump y sus aliados no buscan el bienestar del pueblo venezolano, sólo les interesa su riqueza hidrocarburífera y terminar con un gobierno de gran influencia regional. Agotada la primavera de los gobiernos de cambio, pretenden recuperar su hegemonía y transformar a la región, nuevamente, en su patio trasero. Las declaraciones del vicepresidente Mike Pence, llamando a la movilización en contra del gobierno, la adjetivación permanente de Nicolás Maduro como dictador y la influencia para aislar a Venezuela del contexto regional desnudan la estrategia de desestabilización pública. No es difícil imaginar todo el accionar solapado del gobierno de Trump para generar conmoción interna y lograr la remoción de Maduro.
El instantáneo “reconocimiento” de Juan Guadió por parte de los Estados Unidos y su efecto dominó por parte de los gobiernos de derecha exterioriza la fuerte coordinación e injerencia sobre la realidad venezolana. No podemos pedirle a Estados Unidos que aporte soluciones a la crisis política de la que ellos mismos son actores centrales, pero los restantes países de la región deberían recapacitar e intentar inaugurar instancias de diálogo y mediar en forma pacífica, para buscar soluciones. Aunque sabemos que es improbable que eso ocurra, en momentos en que sectores extremistas plantean una propia invasión externa. Todo ello implicaría una tragedia humanitaria imposible de mensurar y un golpe mortal a nuestro continente.
En ese escenario el gobierno de Nicolás Maduro debe resistir los embates de las próximas semanas, apoyarse sobre una sector importante de su pueblo que lo apoya, pero siendo consciente que si no tiene la audacia de buscar nuevas alternativas será imposible frenar la sangría que vive su país. Como escribió Simón Rodríguez, el maestro del libertador Bolivar, “o inventamos o erramos”. El modelo bolivariano tuvo la capacidad de generar de inventar, de promover la esperanza y construir nuevas realidades, pero desde hace tiempo perdió el ímpetu para impulsar las obligadas transformaciones. El camino transitado ha sido insuficiente y es necesario recordar que uno de los principales talentos de un gobierno es saber cambiar a tiempo. El profundo antagonismo debe ser encausado para que la confrontación no obstruya la finalidad última que tiene la política, lograr que el conjunto de la sociedad transite cada día mejores realidades.
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