¿Se encuentran Occidente y Rusia en una nueva guerra fría?
El nacimiento del movimiento antiguerra en Alemania
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MOSCÚ.- ¿Se encuentran Occidente y Rusia en una nueva guerra fría? A estas alturas son pocos los que dudan de su existencia, aunque el lenguaje diplomático aconseja la prudencia y el uso del condicional por ambas partes. El cruce de declaraciones entre Washington y Moscú por el bombardeo de aviones estadounidenses en la ciudad siria de Deir ez-Zor, en el que según Damasco murieron más de 80 soldados del Ejército Árabe Sirio y que según Estados Unidos se debió a un error, y la suspensión del tratado de reconversión del plutonio militar por parte del Kremlin, que considera que EEUU está violando desde hace años la estabilidad estratégica entre ambos países, son dos recientes ejemplos del considerable deterioro de las relaciones entre ambas potencias.
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El nacimiento del movimiento antiguerra en Alemania
Bajo el lema “Juntos, contra la amenaza nuclear” (Gegen die atomare Bedrohung gemeinsam vorgehen) y con el apoyo de 800 organizaciones, los impulsores del movimiento antiguerra en Alemania llamaron a concentrarse el 10 de octubre de 1981 en Bonn, la entonces capital de la República Federal de Alemania. El motivo eran las sombrías perspectivas que la decisión de la OTAN arrojaba sobre el futuro de Europa. “Los 80 se están convirtiendo cada vez más en la década más peligrosa para la humanidad. Una Tercera Guerra Mundial causada por la carrera armamentística mundial es cada vez más probable”.
La escalada de tensión entre EEUU y la URSS en 1984 condujo al despliegue en Europa occidental de misiles crucero Tomahawk y misiles balísticos Pershing-II por parte de la OTAN
El movimiento antiguerra señalaba además en sus escritos que los Pershing-II posibilitaban a la OTAN lanzar un ataque sin permitir a la URSS responder a tiempo, asegurándole a EEUU la primacía militar (first strike) sobre su rival. Muchos veían en la decisión de llevar a cabo este despliegue la plasmación de los planes de los 'halcones' del Pentágono de hacer posible un ataque sorpresa que acabase con la cúpula política y militar soviética en Moscú y las principales ciudades al oeste de los Urales y limitase la respuesta nuclear de la URSS al teatro europeo, dejando intacto a los Estados Unidos. En la convocatoria los organizadores recogían tres reivindicaciones: la prohibición de establecer armas nucleares en Europa, la retirada de los misiles de medio alcance para posibilitar el diálogo para la reducción de los arsenales nucleares y el desarrollo de una política de desarme y distensión.
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Bonn inició un ciclo de protestas y manifestaciones que continuaría hasta 1983, De todas las protestas la más conocida fue la del bloqueo del depósito de los Pershing-II en Mutlangen
De todas las protestas la más conocida fue la del bloqueo del depósito de los Pershing-II en Mutlangen. El 1 de septiembre de 1983 miles de alemanes acudieron a esta pequeña ciudad cerca de Schwäbisch Gmünd para bloquear la base estadounidense que hay cerca de ella. “La base militar fue cercada [...] por los manifestantes, que bloquearon una y otra vez su acceso, hasta que eran detenidos o apartados por la policía”, escribió en 2008 Oskar Lafontaine, entonces alcalde de Saarbrücken y uno de los representantes más conocidos de la izquierda socialdemócrata. En el bloqueo, que contó con el apoyo de numerosos habitantes del propio Mutlangen, participaron desde 600 jubilados hasta una orquesta sinfónica al completo, que interpretó un concierto frente a las puertas de la base militar. Casi 3.000 personas fueron detenidas y una veintena de jueces se negó a aplicarles las penas que la ley establecía. El 22 de noviembre de aquel año decenas de miles de personas intentaron incluso bloquear una votación en el Bundestag, desafiando la prohibición constitucional de manifestarse dentro del perímetro de seguridad establecido en torno al parlamento, el senado y el tribunal constitucional de la RFA.
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La cumbre de Reikiavik
El 11 de octubre de 1986 Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov se reunían en Hofdi, la antigua casa del cónsul francés en Reikiavik, en una cumbre bilateral sobre el control de armas. Ambas partes viajaron a Islandia dispuestas a realizar concesiones: mientras Washington accedió a retirar sus misiles balísticos en Europa en un periodo diez años, Moscú, por su parte, propuso eliminar el 50% de las armas estratégicas (aceptando excluir las británicas y francesas) e incluso la retirada de todas las armas nucleares en Europa por ambas partes en diez años. A cambio de esta última propuesta Gorbachov reclamó que Reagan confinase durante una década al laboratorio su Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) ─el escudo antimisiles que los medios de comunicación bautizaron como “guerra de las galaxias”─. Aunque la cumbre de Reikiavik terminó sin ningún acuerdo debido a la insistencia de Reagan en mantener el SDI, aquella reunión de dos días es hoy recordada como una cita clave que allanó el camino para la firma del Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces, fuerzas nucleares de alcance intermedio) un año después en Washington.
Aunque la cumbre de Reikiavik terminó sin ningún acuerdo, aquella reunión de dos días es hoy recordada como una cita clave que allanó el camino para la firma del Tratado INF
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La consecución de aquel tratado parecía imposible tan sólo unos años atrás. Reagan había llegado al poder con un discurso fuertemente antisoviético, llegando a calificar a la URSS de “imperio del mal”. De creerse los discursos de Reagan durante sus primeros años en la Casa Blanca, EEUU parecía estar a punto de perecer bajo un Armagedón bíblico nuclear desencadenado por los comunistas. Poco sorprendentemente, el primer encuentro Reagan-Gorbachev en Ginebra en 1985 arrancó entre tensiones. “Usted no es el fiscal y yo no soy el acusado”, llegó a responderle a Reagan un Gorbachov visiblemente irritado ante las exigencias de su homólogo estadounidense. “Por qué repite la misma cosa, deje de decir tonterías”, le espetó después ante las continuas menciones de Reagan a su Iniciativa de Defensa Estratégica.
De una guerra fría a la otra
Treinta años después, aquel hito de la diplomacia ha quedado definitivamente enterrado en un clima cada vez más hostil entre Occidente y Rusia. Las doctrinas estratégicas de Washington y Moscú “han cambiado a peor y están expandiendo los límites de lo admisible en el uso de las armas nucleares”, dijo Mijaíl Gorbachov el pasado mes de junio en un mensaje grabado en vídeo que se emitió en la inauguración de una conferencia en Luxemburgo titulada Reikiavik: 30 años después - Lecciones del pasado y tareas para el futuro inmediato.
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Gorbachov: “La ventana de oportunidad para un mundo libre de armas nucleares que comenzó a abrirse en Reikiavik ha sido cerrada y, además, atrancada”
Según explicó el antiguo líder soviético, citado por la agencia TASS, “se están creando nuevos tipos de armas nucleares y aumentando su cualidad, se están desplegando sistemas de escudos de misiles, se está trabajando para desarrollar capacidades de respuesta rápida no-nucleares comparables por su peligro a las armas de destrucción masiva”. Es por este motivo, añadió, “que el peligro de la proliferación de armas nucleares se ha incrementado”. Gorbachov se mostró pesimista a la hora de hacer balance de estos últimos treinta años: “La ventana de oportunidad para un mundo libre de armas nucleares que comenzó a abrirse en Reikiavik ha sido cerrada y, además, atrancada”, afirmó.
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Oportunidades perdidas
Las negociaciones para poner fin a la guerra fría se llevaron a cabo “de manera que no hubiera perdedores, sólo ganadores”, según palabras del presidente George Bush. “Pero en el bando estadounidense estas realidades históricas pronto fueron reescritas”, escribe el historiador estadounidense Stephen Cohen en Soviet Fates and Lost Alternatives. From Stalinism to the New Cold War (Columbia University Press, 2011).
El último intento de un acercamiento entre Rusia y EEUU fue tras el 11-S, cuando Moscú accedió a cooperar con Washington en la lucha contra el terrorismo y la guerra de Afganistán
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Inmediatamente después de la desaparición de la URSS, en diciembre de 1991, explica Cohen, “el fin de la guerra fría fue fusionado con y atribuido al fin de la Unión Soviética, y ambos fueron remodelados para una nueva narrativa estadounidense de tipo triunfalista. El propio Bush escribió el primer borrador, declarando en su discurso del estado de la Unión de enero de 1992 que 'América ganó la guerra fría... la guerra fría no terminó, fue ganada'.” Por ello, asegura el autor más adelante, “la guerra fría revivió rápidamente no en Moscú una década después, con Putin, sino en Washington a comienzos de los noventa”. Fue en esta década cuando Washington comenzó a tratar a Rusia “no como un socio estratégico, sino como una nación derrotada, análoga a Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial, de la que se esperaba que replicase las prácticas de EEUU y se inclinase a los intereses de EEUU”.
“La guerra fría fue una época en la que los líderes se centraban en reducir tensiones entre las potencias nucleares. Lo que tenemos hoy es mucho más peligroso"
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Además, continúa este historiador, “también han estado ausentes (o callados) los especialistas académicos de EEUU y otros intelectuales que protestaron contra los excesos de la guerra fría. Mientras tanto ha surgido una legión de nuevos intelectuales y nuevos intelectuales de guerra fría, en particular en los think tank liberales y conservadores en Washington”. Con todo, Cohen enumera dos excepciones, también a ambos lados del espectro ideológico: “de reaganitas ofendidos por el desperdicio de lo que consideraban su mayor logro hasta colaboradores de [el semanario progresista] The Nation, aunque 'anatemizar Rusia', como lamentó un alarmado Gorbachov, se ha convertido en algo escalofriantemente políticamente correcto.”