Emergencia en todas las centrales que tocó el tsunami
El primer ministro japonés dice que es la peor crisis desde la II Guerra Mundial. La población huye en masa de la región de las centrales nucleares dañadas
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Nunca antes se habían juntado dos catástrofes tan brutales en un mismo espacio y tiempo. El viernes fue el terremoto de 9 grados de magnitud y el posterior tsunami que devastó el noreste de Japón. Ayer, la confirmación de que las mismas áreas azotadas por el temblor y la lengua de agua están ahora en serio peligro de sufrir una nube radiactiva porque todas las centrales nucleares alcanzadas por el tsunami están en situación de emergencia.
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La seguridad de millones de personas está en manos de los ingenieros, que trabajan a contrarreloj para evitar que los sistemas de refrigeración de dos reactores nucleares de Fukushima no se vengan abajo y se produzca una explosión similar a la de Chernóbil.
"La situación actual, con el terremoto, el tsunami y las plantas nucleares es con diferencia la crisis más grave de los últimos 65 años, desde la II Guerra Mundial", proclamó ayer el primer ministro japonés, Naoto Kan. "Que los japoneses seamos capaces de superar esta crisis dependerá de cada uno de nosotros. Yo estoy convencido de que podemos rehacernos si nos mantenemos unidos".
Todo dependerá de lo que ocurra en las próximas horas con la serie de fallos en cadena que sufrieron ayer los reactores nucleares. "No sabemos qué podemos hacer" para solucionar los problemas de refrigeración que sufren los reactores, confirmó el ministro portavoz, Yukio Edano, quien también se encargó de transmitir un mensaje de forma tajante: "Lo que está pasando no tiene nada que ver con Chernóbil".
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La mitad de los 600.000 desplazados duerme en tiendas de campaña
La cifra oficial de muertos era a última hora de la noche de 1.596 y la de desaparecidos, 1.085. Pero la Policía de la provincia de Miyagi confirmó que hay más de 10.000 fallecidos sólo en su provincia. Hasta 600.000 personas han sido desplazadas en el país, unas 310.000 de ellas duermen en refugios y tiendas de campaña, y un número indeterminado sigue atrapado bajo los escombros a la espera de ser rescatado, con cada vez menos tiempo para lograr sobrevivir. Los enormes desperfectos en las carreteras del extremo norte siguen dificultando las tareas de rescate.
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El Gobierno trata por todos los medios de evitar que cunda el pánico entre la población, consciente de que eso agravaría aún más las cosas, y para eso es importante desactivar del imaginario colectivo la espantosa imagen de Chernóbil. Tan a fondo se está aplicando Tokio en mantener un cierto estado de calma ayer -insistió en que la radiación está bajo control- que la población empieza ya a no creer sus informes y a sospechar que el peligro de fuga nuclear es mucho más elevado de lo que les quieren hacer creer.
La situación tomó aires de máxima gravedad durante la noche de ayer, cuando la Agencia Internacional de la Energía Atómica confirmó el estado de emergencia en la planta de Onagawa, justo al sur de la ciudad de Sendai, después de recibir un aviso del Gobierno japonés. En menos de una hora, una nueva planta, la de Tokai, en la provincia de Ibaraki, a unos 120 kilómetros de Tokio, reportaba también problemas en su reactor. Ambas se unían a Fukushima, cuyo reactor número 3 estaba en peligro de sufrir una explosión en su edificio exterior, obligando a los ingenieros a soltar pequeñas cantidades de gases radiactivos.
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Pronto la agencia nuclear japonesa indicó que la planta de Tokai funcionaba correctamente, mientras la empresa Tohoku Electric Power, propietaria de Onagawa, aseguró que los niveles altos de radiación detectados se debían a la fuga de otra planta en una provincia distinta, presumiblemente la de Fukushima.
Hasta en Tokio se ha recomendado a la gente cubrirse y cerrar las ventanas
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Hoy, la atención seguirá centrada en ese reactor 3 de Fukushima, aunque algunos informes apuntaban a que ha habido escapes de plutonio en el reactor 1, cuyo edificio sufrió una explosión el sábado. Más de 210.000 personas han sido ya evacuadas de los alrededores y se han extendido los tratamientos con yodo para evitar el cáncer de tiroides. Tal es el estado de alarma, que incluso en Tokio, a 270 kilómetros de Fukushima, las autoridades han recomendado a la población cubrirse todo lo posible y mantener las ventanas cerradas. De momento, hay diez víctimas por radiación confirmadas, aunque la realidad podría ser muy superior.
Ante esta situación, miles de personas han empezado a dirigirse rumbo al sur para alejarse de una posible fuga nuclear. Incluso en Tokio y otras ciudades aparentemente bien resguardadas hubo escenas de gente huyendo. Las embajadas francesa y suiza, por su parte, recomendaron a sus ciudadanos abandonar Japón si no tienennada muy importante que hacer en el país.
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Al riesgo de fuga radiactiva se añade la escasez de electricidad, alimentos, agua potable y gasolina en la mitad norte de Japón. Van ya tres días desde el terremoto y los productos más básicos se han convertido en artículos de lujo para millones de personas. En las carreteras muchos conductores se quedaron ayer sin combustible y algunos ofrecían cientos de euros a quien les procurara un simple bidón. Los atascos siguen siendo la tónica desde el terremoto. Las autopistas cortadas, muchas de ellas arterias de comunicación entre la zona devastada y el resto del país, están provocando el actual caos circulatorio. Además, el Ejército y la Policía han cortado varias rutas alternativas y sólo dan acceso a los equipos de emergencia.
También en términos económicos el tsunami ha resultado devastador para Japón, quien ya transitaba por una crisis. El Banco de Japón anunció ayer una inyección de liquidez en su sistema bancario a partir de esta misma mañana. Se espera que el ente regulador ponga en circulación al menos un billón de yenes (8.700 millones de euros) para su uso a corto plazo.
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Pragmático, buen orador y conocido por su mal genio, el primer ministro japonés, Naoto Kan (Ube, 1946), es uno de los pocos políticos nipones que no proviene de una familia de la cerrada casta de la burocracia nacional. Licenciado en Físicas, gano su primer escaño en 1980 en las filas de un partido ya extinto. Desde entonces, ha pasado por varias formaciones políticas de centro, hasta recalar en el Partido Democrático de Japón. En 1996, tuvo su momento de gloria cuando, siendo ministro de Sanidad, sacó a la luz todos los documentos relativos a un grave caso de sangre contaminada que salpicaba a su Ministerio. Implicado en varios escándalos (una aventura extramarital e impagos a la Seguridad Social), en 2004 Kan se rapó la cabeza, se vistió de monje budista e hizo una peregrinación para expiar su culpa. En junio de 2010, sucedió a Yukio Hatoyama, compañero de partido, en el cargo.