LIMA
El agitado mes de junio ha terminado en Perú, la mitad exacta de un año duro. El país en el que las campañas electorales viajan del realismo mágico a la ciencia ficción con extraña facilidad, aún no tiene un presidente declarado electo. Ha pasado casi un mes desde la segunda vuelta electoral y un silencioso temor se siente en las calles, hogares y mercados, convirtiendo las más sencillas rutinas cotidianas en actos de suspenso. Casi todas las conversaciones tratan sobre lo mismo en Lima. Paraderos, colas del pan, quioscos, hospitales o centros de vacunación son improvisados foros sociales y políticos para la nerviosa vox pópuli vox dei que habla tras mascarillas sobre cómo y por qué votó de determinada manera semanas atrás. En WhatsApp y redes sociales, la batalla entre la realidad y las fake news parece perdida. Sin embargo, los acontecimientos han cambiado las interrogantes. Si hace un mes la pregunta era "¿quién será presidente?", la de ahora es "¿cuándo proclaman a Pedro Castillo?".
Aunque las estimaciones y los expertos dan como ganador al profesor rural de izquierda, las impugnaciones presentadas por Fuerza Popular, el partido de Keiko Fujimori, siguen siendo un escollo. Los fujimoristas han denunciado fraude e irregularidades para cuestionar los resultados que les han sido desfavorables en las urnas. Autoridades y observadores internacionales lo niegan con contundencia.
"Hemos notado que ha habido una estrategia de Perú Libre (partido de Pedro Castillo) para distorsionar o dilatar los resultados", denunció Keiko Fujimori ante medios nacionales e internacionales horas después de concluir los comicios del 6 de junio, cuando aún se contaban los votos que vaticinaban su derrota.
De inmediato, Iván Lanegra, secretario general de la Asociación Civil Transparencia –organización independiente que trabaja para el fortalecimiento de la democracia y que se desempeña como observadora de las elecciones peruanas- rechazó sus palabras en unas declaraciones contundentes en RPP, la principal emisora de radio del país: "Un fraude implica un conjunto de acciones sistemáticas y generalizadas que afectan de manera significativa el resultado electoral. Hay que recordar que tenemos más de 86.000 mesas de votación en el país y en el extranjero. Cinco casos, que tienen que ser debidamente investigados, no implican bajo ninguna circunstancia un indicio que nos permita usar la palabra fraude".
Siguió la Misión de Observadores de la Unión Interamericana de Organismos Electorales (UNIORE), que calificó el proceso electoral peruano de "correcto y exitoso, de acuerdo con los estándares nacionales e internacionales". Y, luego, la Misión de Observación Electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA), encabezada por el excanciller paraguayo Rubén Ramírez Lezcano, destacó en su informe que, si bien la campaña había transcurrido en "un contexto de alta polarización entre los dos partidos contendientes" y bajo un discurso con mensajes difamatorios de ambas fuerzas políticas, "la jornada de votación transcurrió con normalidad". Por ello felicitó a la Organización Nacional de Procesos Electorales (ONPE) y reconoció su papel "en un contexto altamente complejo".
A la derecha de Fujimori
A pesar de la rápida respuesta de entidades como la ONPE para desmentir en tiempo real denuncias y repetitivas fake news, partidarios de Fuerza Popular y otrora impensables aliados, como el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, su hijo Álvaro, el exministro Pedro Cateriano o la excandidata presidencial conservadora Lourdes Flores Nano (hoy reconvertidos al fujimorismo), defendieron las sospechas de Keiko con argumentos endebles. De hecho, una de las frases que usó Flores Nano, "penetración en mesa", fue motivo de burlas, memes y hashtags que se hicieron tendencia en las redes sociales. En el camino, el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) encontró impugnaciones realizadas fuera del plazo legal, peritajes sin firmas de peritos o comprobantes de tasas judiciales usados de forma inadecuada para varios documentos. Esos hechos se han ido sumando al pedido inconstitucional de Fuerza Popular para tener acceso a las huellas digitales, los datos completos y las firmas de todos los electores del país, así como a la sospechosa renuncia del miembro del JNE Luis Arce Córdova -vinculado a la red Cuellos Blancos del Puerto, un emblemático caso de corrupción del sistema de Justicia-, cuyas decisiones ante las impugnaciones eran siempre favorables al fujimorismo.
Es así como, bajo el lema "Con mi voto no te metas" y el hashtag #Fraudeenmesa, la derecha peruana emprendió una "cruzada" que incluyó a prestigiosos bufetes de abogados plegados al fujimorismo, encargados de tramitar las impugnaciones de las actas que se habían denunciado como sospechosas. Pero el nombre de la campaña fue engañoso desde el inicio. Aunque la derecha –sobre todo desde Lima- reclamaba "que no se metieran con sus votos", eran ellos quienes cuestionaban los votos que terminaron favoreciendo mayoritariamente a Castillo. Es importante subrayar aquí el factor de discriminación social y racial que se había acentuado ya desde el inicio de la campaña para la segunda vuelta y que siguió movilizando a gran parte de la derecha peruana, dividiendo familias y rompiendo amistades. "Esa gente no sabe por lo que está marchando. Dice Con mi voto no te metas, pero esos ya no están en juego. Lo que se está viendo es la anulación del voto en zonas pobres del Perú. Son ellos los que se están metiendo con los votos. No debería ser difícil de entender", advirtió el periodista Marco Sifuentes, conductor del programa independiente La Encerrona. Está claro que hay una Lima que no tiene ningún interés por entender al resto del país y que sigue mirando a los provincianos por encima del hombro.
De la misma manera se expresó César Hildebrandt, referente del periodismo independiente peruano: "Se trata de robarle la elección a Pedro Castillo, el profe chotano y malhablado que pudo derrotar a la señora que encarnaba todas las codicias de los que cortan el jamón", escribió en su semanario Hildebrandt en sus 13.
Crónica de una derrota anunciada
La avalancha de impugnaciones presentadas al JNE no fue la única "lucha" emprendida por los aliados de Fujimori. Tanto el presidente del jurado, Jorge Luis Salas Arenas, como el jefe de la ONPE, Piero Corvetto, sufrieron distintos tipos de acoso o agresión, incluso en la puerta de sus hogares o en actos privados y familiares. Mientras tanto, en las redes sociales se producían ataques a su prestigio o calidad profesional.
Como parte de una serie de tristes revanchas, artistas como el reconocido Ramiro Llona fueron atacados en redes y se llamó a un boicot de obras y exposiciones no sólo contra quienes votaron por Castillo, sino contra aquellos que no votaron por Keiko Fujimori, marcando nulo en la papeleta. Lo mismo sucedió con una campaña burda contra Cuzco, principal destino turístico del país y que alberga la ciudad inca de Machu Picchu, pues en esta región se votó mayoritariamente por Castillo. Falta mencionar el uso trasnochado que hizo la derecha del término "terrorista" o "terruco" contra quien tuviera un pensamiento crítico hacia la candidata Fujimori o cómo sacaron a las calles banderas con la Cruz de Borgoña con el objetivo de atraer al presente el pasado virreinal, aquel dominado por blancos y criollos, en el que indios o negros eran minimizados o esclavizados. Todo esto ha ocurrido durante el mes pasado en Perú, a las puertas del bicentenario de la independencia, del nacimiento de la república y del fin de la Colonia española en el país sudamericano, un aniversario que se celebrará el próximo 28 de julio, cuando se espera que Pedro Castillo sea investido presidente.
En las últimas semanas también miles de ronderos (las rondas fueron organizaciones comunales de defensa contra el terrorismo durante los años 80 y 90 y en algunas zonas rurales se mantienen hasta hoy como importantes actores sociales), campesinos y asociaciones indígenas de diversas partes del país han llegado a Lima para hacer sentir su voz y defender sus votos, lo que ha ocasionado concurridas movilizaciones en el centro de la capital y algunos incidentes con sus rivales. Por un lado, estaban los defensores de Keiko Fujimori: poderosos empresarios que aportaron dinero a su campaña, políticos de derecha y ultraderecha -a los que hoy cuesta no considerar en una sola tendencia extrema-, exmilitares o congresistas con ánimo golpista, personajes de la farándula o el deporte. Por otro lado, los de Pedro Castillo, en su mayoría provincianos, campesinos, agricultores, maestros, ronderos y desfavorecidos, a los que se unió el antifujimorismo, fuerza que ha sido capaz de frenar a Keiko por tercera vez consecutiva en su intento por volver al Palacio de Gobierno, el lugar en el que fue primera dama durante la dictadura de su padre, Alberto Fujimori (1990-2000), al que prometió indultar si llegaba a la presidencia. El patriarca está encarcelado y condenado por corrupción y violación de los derechos humanos.
Este proceso electoral se ha celebrado en medio de una pandemia que se ha cobrado la vida de casi 200.000 peruanos, según el Ministerio de Salud. Uno de los hechos más vergonzosos de la jornada electoral del 6 de junio fue cómo el fujimorismo y la derecha llamaron a votar a los ancianos de más de 80 y 90 años contra lo que consideraban el "comunismo". Las imágenes de esos ancianos, muchos seniles, dormidos, con balones de oxígeno e incluso sin movilidad para entregar su papeleta, indignaron a miles de usuarios de las redes sociales. Nadie, ni en los mítines de campaña ni después de la elección, respetó la distancia social o el uso correcto de mascarillas. El 6 de junio, el virus tampoco fue freno para que acudieran a votar más de 18,8 millones de peruanos en territorio nacional y extranjero. En un país con una geografía tan diversa, se acudió a las urnas a pie, en bicicleta, en auto, en camión, en canoa o en burro.
¿Por qué votaron los peruanos?
Mientras una parte importante de los votantes de Pedro Castillo lo hizo con la esperanza de un cambio que reivindique a las clases sociales eternamente postergadas, el apoyo a Keiko Fujimori se consiguió a partir de una campaña de miedo que contó con la complicidad de un presupuesto millonario y un amplio sistema de difusión: redes sociales, complacientes entrevistas en televisión, diarios amarillistas o "prensa chicha" repartidos gratuitamente en las estaciones de tren e imponentes pancartas en Lima y otras ciudades. Castillo tampoco ayudó: son numerosas las historias de periodistas a los que les prometía entrevistas que luego cancelaba, mientras su plan de gobierno, que se ha ido transformando en el camino, ha lucido lleno de inconsistencias y hasta hoy genera serias dudas.
El cuco del proceso electoral, como si se hubiera resucitado la Guerra Fría o el macartismo, ha sido el comunismo. Los nombres de Hugo Chávez y Nicolás Maduro fueron más pronunciados que el del propio candidato de la agrupación Perú Libre. Esta amenaza se concentra sobre todo en la influencia que podría tener el fundador del partido, el exgobernador regional de Junín Vladimir Cerrón, sobre el futuro presidente del Perú, al considerar que el candidato original y gestor del plan, calificado como "anticuado y estatista", era él. Los problemas con la Justicia de Cerrón, un neurocirujano de 50 años que denomina al partido como "de izquierda socialista, marxista, leninista y mariateguista", le impidieron presentarse a las elecciones. Presionado por ello, Castillo se ha apartado del polémico político con estas palabras: "No lo van a ver ni de portero en alguna entidad del Estado. Esta lucha no es de Cerrón, ni de Castillo, es del pueblo".
La izquierda moderada del Frente Amplio y que perdió en la primera vuelta, liderada por Verónika Mendoza, ha ratificado su apoyo a Castillo y le ha ayudado a aterrizar algunas de sus propuestas, ha moderado otras y ha intentado calmar a los mercados ante la subida del dólar. Su baza ha sido acercar a Pedro Francke, un economista que trabajó en el Banco Mundial y que se perfila como ministro de Economía.
Según una encuesta del diario El Comercio y la consultora Ipsos, que intentaba explicar por qué los peruanos eligieron en las urnas a uno u otro candidato, el 43% de los votantes de Castillo lo hizo "porque representaba el cambio que el país necesita"; un 27%, "para evitar que el fujimorismo llegue al poder", y un 24%, "porque entiende mejor a la mayoría de la población".
En el caso de los votantes de Keiko Fujimori, el 33% de ellos la eligió "para evitar que el comunismo llegue al poder"; el 31% consideró que "tenía mejores propuestas" y un similar porcentaje creyó que era "la persona más preparada para el cargo". Ante la amenaza que significa para una parte de las clases altas y medias, muchos parecieron olvidar que la Fiscalía ha pedido más de 30 años de cárcel para Keiko Fujimori por considerarla "jefa de una presunta organización criminal" creada al interior de su partido. Está, además, seriamente vinculada al caso Odebrecht, uno de los grandes escándalos de corrupción que ha salpicado a muchos personajes de la política y las empresas en América Latina.
Recordemos que ni la encuesta de Ipsos previa a las elecciones ni el conteo rápido tras el cierre de la jornada electoral dieron a Keiko como ganadora y en ambos casos le otorgaban la victoria a Castillo por escaso margen. El resultado final, según la ONPE, ha sido de 8.836.380 votos (50.126%) para Castillo y 8.792.117 (49.874%) para la candidata de Fuerza Popular. Solo 44.263 votos separan al ganador. Hace cinco años, Pedro Pablo Kuczynski la venció por 41.057 votos, y Fujimori nunca reconoció aquella derrota.
Muchos parecen ya arrepentidos de haber votado por Keiko tras ver su reacción antidemocrática. Esa actitud llevó a su bancada en el Congreso, donde sí tuvo mayoría absoluta en las elecciones de 2016, a crear una gran inestabilidad política durante los últimos cinco años, forzando la salida de un presidente e incluso intentó tomar el poder. Aquellos hechos se tradujeron en una gran revuelta ciudadana a finales de 2020 y fueron quizás los que han puesto a Castillo a un paso de ser proclamado presidente.
La periodista Rosa María Palacios ha resumido así el resultado: "Pedro Castillo ganó las elecciones porque tuvo más votos. No es un asunto de fe, es un asunto de matemáticas".
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