Este artículo se publicó hace 3 años.
EEUU renuncia a su potencia política en Oriente Próximo
Las promesas de Biden de impulsar la democracia no se están cumpliendo en Oriente Próximo. La justicia más elemental no figura entre sus preocupaciones. Para el presidente demócrata es más importante vender armas a todo trapo que resolver los enquistados
Eugenio García Gascón
Actualizado a
Una tendencia que empezó a notarse con Donald Trump y que cada día es más manifiesta es la pérdida de influencia de EEUU en Oriente Próximo. Para explicar el fenómeno es preciso mirar a varios vectores que confluyen desde fuera y desde dentro y que proyectan un futuro que puede ser muy distinto al que hemos conocido hasta ahora en ese escenario.
En Washington algunos analistas constatan con temor que en el último año, es decir, desde las pasadas elecciones, la intención de la actual administración es ceder protagonismo en la zona con el fin de centrar sus esfuerzos en Asia, donde China se está convirtiendo en un rival a temer que en los próximos años todavía lo será más.
Aunque EEUU no está reduciendo su presencia militar en Oriente Próximo, pues de momento no contempla desmantelar ninguna de las decenas de bases por allí desperdigadas, esta semana Foreign Affairs señala que los estadounidenses están dejando de considerar la región con tanta prioridad como hacían hasta hace poco.
Se viene hablando de esta tendencia incluso desde antes de Trump, pero ahora se dan numerosas circunstancias que antes no se daban. La cuestión palestina ha sido relegada al olvido completamente por casi todo el mundo árabe y sus líderes han dejado claro que la democracia no figura entre sus planes, algo que no importa lo más mínimo a EEUU.
Viendo que la presencia estadounidense es cada día más irrelevante, Israel ha tomado el relevo como única e indisputable potencia no solo en el corazón de Oriente Próximo sino hasta el océano Atlántico, garantizando la continuidad de las autarquías y dando libertad a los hombres fuertes de la zona que no quieren oír la palabra democracia.
Los líderes árabes miran ahora más a Tel Aviv que a Washington. El poderío israelí los seduce, especialmente su enorme y desproporcionada influencia en los corredores de poder de la capital estadounidense, una circunstancia que consideran más ventajosa y menos problemática que lidiar directamente con congresistas a quienes se les inflan las venas del cuello cada vez que hablan de lo que ellos entienden por democracia.
Como la marchita Europa, EEUU ha decidido que la democracia puede esperar sine die y que hay que aplicar la táctica del avestruz para reducir el número de problemas del mundo, es decir ocultarlos debajo de la alfombra mientras se pueda, o simplemente poniéndose del lado del más poderoso para mantener la estabilidad al precio que sea, como ocurre con los palestinos y el Sáhara Occidental.
La tranquilidad virtual es lo que importa. A europeos y estadounidenses les resulta atractivo que Egipto, Túnez o Arabia Saudí sean una balsa de aceite aparente, y esto es justamente lo que garantiza la alianza de los autócratas con Israel. Esta situación que parece ventajosa puede cambiar a medio o largo plazo, pero eso de momento no les importa a los occidentales, quienes parecen decir que ya se enfrentarán a los problemas cuando surjan.
La actitud de desinteresarse de Oriente Próximo es más obvia con Joe Biden. El secretario de Estado Antony Blinken la recalcó antes de jurar el cargo en enero, cuando declaró que su administración iba a dedicar "poca atención" a la región. Es evidente que la política estadounidense es muy defectuosa y que Blinken tiene buena parte de culpa, pero lo que está ocurriendo también es consistente con la falta de voluntad occidental para resolver los conflictos de manera duradera.
A este modo de ver las cosas se pueden añadir motivos lejanos puesto que coincide con la competencia de China en cuestiones estratégicas que los americanos ven más urgentes y perentorias. La influencia china en el mundo no para de crecer y ya ha empezado a poner en entredicho la supremacía estadounidense en varios puntos del planeta, incluso, de manera incipiente, en Oriente Próximo, como se ve en Irán y Afganistán.
Una muestra clara de la decadencia de EEUU es su comportamiento respecto a la crucial cuestión palestina. Esta semana han celebrado una reunión de alto nivel con los palestinos, la primera en un lustro de esa naturaleza, pero el meollo del encuentro han sido asuntos económicos y no políticos, lo que confirma que políticamente los americanos prefieren ignorar la brutal ocupación y el apartheid israelí.
Paralelamente, Washington, que ya no depende del petróleo árabe, sigue con sus opulentos negocios de armas. El acuerdo de venta de aviones a los Emiratos Árabes Unidos por valor aproximado de 20.000 millones de euros se concretará pronto. Es difícil entender para qué quieren los Emiratos esos aviones, aunque probablemente el negocio sea una buena forma de sobornar al Congreso para que no meta las narices en materia de derechos humanos y democracia.
La atención de los países de la zona se dirige ahora a la evaluación que está haciendo el departamento de Defensa. Ven con inquietud que la revisión del Pentágono conduzca a una reducción del número de bases americanas en la zona. Aunque por ahora solo hay especulaciones, si Washington toma una decisión en esa dirección con el fin de reforzar su presencia en el Pacífico, algunos líderes árabes se sentirán más inquietos y traicionados y estrecharán sus lazos con Israel aún más.
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