Djúpivogur, el pequeño pueblo islandés que fue refugio de un conocido esclavo y ahora recibe cruceros
Este lugar de Islandia cuenta con tan solo unos 500 habitantes. Está enclavado en la costa oriental de la nación-isla, cerca del fiordo Berufjörður.
Djúpivogur (Islandia)-
En verano somos unos cuantos, dice el joven. Sobre todo, españoles. Venimos a trabajar la temporada. Se gana bastante más en menos tiempo.
Estamos en la salida de un bar, frente a una de las pocas casas que forman Djúpivogur, un pequeño pueblo islandés de unos 500 habitantes. Está enclavado en la costa oriental de esta nación-isla, cerca del fiordo Berufjörður. Toda esta región oriental es conocida por sus fiordos sobrecogedores. Cerca de aquí, uno puede encontrar desde desembocaduras de ríos repletas de icebergs, hasta enormes glaciares (uno de ellos, aproximadamente, del tamaño de la provincia de Ávila, aunque cada año encoge), volcanes y terrenos baldíos, sin vida, llanuras verdes de musgo crecido sobre roca volcánica (enormes como huevos prehistóricos, que diría Márquez), y gigantescas cataratas que hacen pensar en un dios enjuagándose la boca tras lavarse los dientes.
Muchas veces, el agua espuria, nacida del rebote de la catarata contra la roca, se puede sentir mojándote la cara a más de cincuenta metros de distancia.
Las edificaciones de Djúpivogur son de madera, con techos de chapa corrugada, y están pintadas de colores sencillos, en tonalidades frías. Algunas tienen paredes y techos marrones, otras negros, blancos, y de color ladrillo, todas ellas repletas de ventanas para permitir pasar la poca luz que racanea el cielo. Imagino cada casa y cada ventana aislada térmicamente a la perfección, o si no, con el viento y el frío tan comunes en esta tierra, cualquiera preferiría la oscuridad cálida. Incluso el verano es una época complicada en esta región de hielo y viento.
En un extremo del pueblo, sobre una pequeña colina, destaca una casona pintada de color granate, con tejado triangular y aspecto de granero. Se llama Langabúð, y hoy es un café repleto de turistas, pero llegó a ser el único edificio en muchos kilómetros a la redonda, y la base del pueblecito que hoy día descansa, idílico como recién salido de una película optimista, rodeado de montañas y mar.
Este puerto de Djúpivogur, y la casa de Langabúð se establecieron a finales del siglo XVIII como puestos coloniales de comercio. El significado literal del nombre del edificio, tanto en islandés como en danés, es el de tienda larga. Y eso es lo que era, una pequeña estación de comercio danesa.
Observando la historia de la isla y la posición geográfica de Djúpivogur, al este de Islandia, esto se entiende con mayor facilidad. Podríamos navegar en línea recta desde Djúpivogur hasta las Islas Feroe (más conocidas en España, quizá, por el fútbol que por sus paisajes también sobrecogedores y fríos), pobladas a su vez por colonos daneses, atravesarlas, y seguir hasta Dinamarca.
Hans fue un hombre hijo de madre africana y padre danés, nacido en el siglo XVIII como esclavo en la colonia de Santa Cruz
Una historia curiosa relacionada con el Langabúð es la de Hans Jonatan. Hans fue un hombre hijo de madre africana y padre danés, nacido en el siglo XVIII como esclavo en la colonia de Santa Cruz, parte del actual territorio no incorporado de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos, entonces colonia danesa en el Caribe. Hans Jonatan, ya como adulto, fue desplazado a Dinamarca, junto a la familia que lo tenía esclavizado. Participó en la batalla de Copenhague, entre la corona unificada de Dinamarca y Noruega (que incluía la actual Islandia, además de Groenlandia y las Islas Feroe), contra el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Gracias a ello se ganó su libertad, entregada por el propio príncipe Federico.
Sin embargo, la familia danesa a la que servía no quería saber nada de ese premio por su combate. Ordenaron que lo detuviesen y que se les devolviese su "posesión", ya que tenía pensado venderle en el Caribe de nuevo y que dejase de ser esclavo les suponía una pérdida de dinero.
A pesar de que la esclavitud era ilegal en la Dinamarca europea, y sólo era legal en sus colonias, el juez encargado del caso Generalmajorinde Henriette de Schimmelmann contra mulatten Hans Jonatan 1802, declaró que el recientemente libre Hans Jonatan debía volver a ser esclavo de la misma familia.
Hans decidió escaparse. Acabó en el pequeño puesto fronterizo de Djúpivogur. Habría que imaginar la Islandia de entonces, para un escandinavo, como el lejano oeste para un colono estadounidense: como un lugar lleno de oportunidades.
Hans Jonatan se convirtió así en el primer islandés de origen africano. No pareció que, en la tradicionalmente democrática Islandia, esto causase especial revuelo. Se asentó en el pueblo, y comenzó a trabajar en el Langabúð. Se casó con una joven llamada Katrín Antoníusdóttir (hija, podemos asumir, de un tal Antoníus), y tuvo tres hijos. Se estima que su descendencia está en el entorno de las novecientas personas, casi el doble de la población actual de Djúpivogur.
Hoy en día, en la misma tienda larga de paredes granates y techo triangular, se ofrece tarta de zanahoria y latte y capuccino, y en ella trabaja gente venida de muchas partes del planeta. Su historia de internacionalización, o globalización, o apertura al mundo, según quien lo narre, sigue vigente.
Muchos trabajadores siguen acudiendo a trabajar a esta isla todavía sorprendentemente rica, atendiendo a su geografía difícil, a su tierra no demasiado fértil y a su clima cruel. A estos factores naturales, que ya de por sí afectan la vida económica del país, habría que añadir la larga resaca de la crisis del sistema iniciada en 2008 en todo el mundo, y la manera particularmente fuerte en que afectó a Islandia.
Los tres principales bancos del país incurrieron en impagos, e Islandia sufrió el mayor colapso bancario del mundo relativo a su tamaño. Los activos de estos tres bancos representaban un valor 11 veces superior al PIB del país. Fueron liquidados, y se fundaron nuevos bancos que aseguraban todos los depósitos domésticos en coronas, pero no aseguraban el valor de los accionistas ni acreedores.
Islandia sufrió el mayor colapso bancario del mundo relativo a su tamaño en 2008
Islandia redujo su PIB un 10% en tres años. Todo esto llevó a que un país largamente estable en lo político como Islandia, cambiase sus opciones habituales en 2009 y eligiese una coalición entre el partido verde y los socialdemócratas. Estos reaccionaron tratando de proteger el Estado del bienestar y culpando a los bancos. Sin embargo, al igual que en el resto de Europa, alcanzaron acuerdos con el FMI a cambio de préstamos. Esto llevó a que, en 2013, el partido verde perdiese la mitad de sus votos. La izquierda y la derecha entraron, desde entonces, en una especie de turnismo, pero la reacción a la crisis fue, sobre todo en un principio, diferente a la del resto de Europa. Y quizá esto explique la todavía abundante oferta laboral, y su economía fuerte.
Los bancos se dejaron caer y fueron refundados. La población fue relativamente protegida, y se hizo pagar el pato, sobre todo, a los accionistas y acreedores y directores de los bancos que habían cometido errores. Los ecos de 2008 se siguen oyendo más de 15 años después, igual que en muchas partes del sur de Europa, pero la recuperación de Islandia parece estable, y el trabajo, todavía cuantioso.
No es un país con demasiada industria (representa un porcentaje similar al de España respecto al PIB), y la nación es un enorme espacio casi vacío gente. Tan sólo el 6% aproximadamente de la población vive en el entorno rural, que ocupa prácticamente todo el territorio de la isla. Hay pocas ciudades, y las que hay no son demasiado grandes. De hecho, la capital, Reikiavik, con unos 120.000 habitantes, es poco más grande que la ciudad de Lugo, una de las capitales de provincia más pequeñas, y representa algo más de un tercio de la población del país.
Islandia tiene la mayor tasa de alfabetización del mundo. Uno de cada diez de sus habitantes publica al menos un libro en vida, y es la nación más lectora de todo el globo. Quizá ahí radique el secreto. Esto se entiende, en parte, por el clima oscuro y frío, y por las enormes distancias entre pueblos (algunos de ellos unifamiliares) fuera de la capital, pero, observando su territorio, el hecho de que no exista una persona analfabeta en el país tiene todavía mayor mérito.
En invierno, los niños de las aldeas tienen que quedarse en el hotel entre semana, dice el joven. No hay manera de que vuelvan a su casa con mal tiempo.
Y es que, durante muchos siglos, Islandia fue un territorio pobre. Muy pobre. Una buena manera de entender esta época, no demasiado lejana en el tiempo, está en las novelas del premio Nobel de literatura islandés Halldór Laxness, en particular su libro más conocido: Gente independiente. Narra la vida de un pastor que vive una vida de servidumbre en una granja señorial durante los primeros años del siglo XX, enclavado en una lucha férrea, contra los elementos y el sistema, por su independencia. Gubjartur Jónsson, el protagonista, intenta sobrevivir al frío y a la miseria, y sueña simplemente con tener ovejas propias.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, la principal carretera de Islandia ni siquiera existía
De hecho, este es un animal tan importante en la isla que se estima que su población es mayor a la de los humanos. Es común verlas pastar solas por el campo, donde hacen su vida, y, una vez al año, son recolectadas para obtener su lana.
Y es que, tanta era la miseria del país, que, hasta la Segunda Guerra Mundial, la principal carretera de Islandia ni siquiera existía.
La historia de Islandia realmente no es demasiado larga. Se cree que estuvo despoblada hasta el siglo VIII o IX. Algunos historiadores afirman que hay indicios de que los papar, monjes ermitaños de Escocia e Irlanda, llegaron incluso antes, en el siglo VII. En cualquier caso, no demasiado tiempo. Enseguida empezaron a llegar colonos escandinavos junto a sus esclavos irlandeses, obtenidos durante los ataques vikingos a la isla esmeralda. En el año 930, se funda un protoparlamento democrático para regir la isla, conocido como el Alþingi. Este autogobierno sólo duraría hasta mediados del siglo XIII, cuando se firmó un acuerdo que situó la administración de Islandia bajo la corona noruega, que dos siglos después se unirían a las de Dinamarca y Suecia en una especie de mancomunidad escandinava.
Durante estos años, la población islandesa mantenía una vida miserable, a merced de los elementos, de los volcanes y las plagas, que arrasaban con sus habitantes cada vez que se expandían. De hecho, una muestra de la virulencia de su naturaleza es lo acontecido durante la explosión del volcán Laki. Uno de cada cuatro islandeses murió en los ocho meses que duró su erupción, y la nube de ceniza que provocó causó tres años de hambruna por los que se calcula que murieron en torno a seis millones de personas en todo el mundo.
Tras la separación de Noruega y Dinamarca, por el cambio de régimen en Europa causado por la revolución francesa y las guerras napoleónicas, Islandia permaneció como territorio de la corona danesa. Esto duraría poco, hasta el final de la Primera Guerra Mundial, en la que, debido a la pujanza de las ideas nacionalistas por todo el continente, y la relativa bonanza causada por el aumento del precio de la lana tras la gran guerra, Islandia alcanza la independencia. Su monarca seguiría siendo el príncipe Federico IX, regente de Dinamarca, pero la isla sería, por primera vez en siglos, independiente
De nuevo, no duraría mucho. La Alemania nazi invadió Dinamarca en 1940, y, temiendo verse rodeado físicamente de fuerzas enemigas, el Reino Unido invadió unilateralmente Islandia. Un año después, se lo cedió a Estados Unidos. Como el que presta un libro. Lo curioso es que EEUU construiría, para poder desplazar a sus tropas por el territorio, la carretera que circula la isla, por la que conducen casi todos los turistas, y que hoy día comunica, cuando el tiempo es bueno, Djupivogur con Reikiavik y el resto del país. Cuando se retiraron los americanos, se votó que se estableciese una república, que aguanta hasta hoy día.
No deja de ser curioso que la zona este, donde se encuentra Djupivogur, sea ahora el punto de entrada principal de ferrys turísticos cargados de daneses, noruegos y suecos. Todo se repite.
Sí que vienen muchos turistas, me indica el joven al preguntarle por un barco que veo en la distancia. Hay alguna cosa interesante que ver en el pueblo, además de las casas. Un pequeño museo geológico en el jardín de un vecino, muy bonito. Y un paseo a las afueras, con esculturas hechas por el artista Sigurð Guðmundsson. Representa los huevos de varias especies locales.
Le doy las gracias y salgo a ver las esculturas. Están en un pequeño camino pegado al mar. Cada dos metros, aparece sobre un pedestal una estatua que representa un huevo diferente. Uno de frailecillo, otro de paloma. No sé si quiere decir algo. No estoy seguro. En cualquier caso, la vista de la bahía es preciosa. Un par de ovejas pastan solas en las montañas lejanas. No hay nadie.
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