Este artículo se publicó hace 4 años.
El despertar del letargo del pueblo belga y el fantasma de su rey Leopoldo II
El asesinato de George Floyd a manos de un policía ha desatado un movimiento antirracista, con algunas intervenciones violentas contra estatuas de algunos esclavistas y colonizadores, abriendo la discusión sobre la idoneidad o no de formar parte del espacio público.
Irene Sánchez Artero
Bruselas-
La muerte de George Floyd a manos de un policía en Minneapolis ha desatado una marea de protestas antirracistas en todo el mundo, bajo el lema de Black Lives Matter. En este contexto, se ha declarado la guerra a aquellos personajes históricos relacionados con la esclavitud o la colonización, o al menos a sus estatuas y a sus homenajes.
Después de que algunos manifestantes hicieran caer la semana pasada algunos símbolos, como la estatua del comerciante de esclavos del siglo XVII, Edward Colston, en Bristol o la del genovés Cristóbal Colón en Boston, se ha abierto un debate sobre si estos elementos son un recuerdo de la historia o un homenaje al supremacismo blanco, catalogado como patrimonio negativo.
En el corazón de Europa, miles de personas se han unido para reclamar que se retiren del espacio público las representaciones del monarca Leopoldo II, símbolo del colonialismo belga en el Congo. El escritor Mario Vargas Llosa afirma en el prólogo del libro El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild, que es una "gran injusticia histórica que Leopoldo II no figure, con Hitler y Stalin, como uno de los criminales políticos más sanguinarios del siglo XX".
El académico Guido Gryseels, director general del Museo Real de África Central, insiste en que, a pesar de las atrocidades que cometió en el Congo, al monarca Leopoldo II no se le puede llamar genocida, "porque no aniquiló deliberadamente a la población por motivos raciales, políticos o religiosos". Reconoce que fue una "época muy dura, de mucha violencia y con muchas víctimas", pero lo atribuye al "capitalismo, codicia atroz del monarca y a la explotación de marfil y caucho".
Precisamente en esta línea, Vargas Llosa afirma que el monarca fue una "inmundicia humana". "Pero una inmundicia culta, inteligente y, desde luego, creativa, que planeó su operación congolesa como una gran empresa económica-política, destinada a hacer de él un monarca que, al mismo tiempo, sería un poderosísimo hombre de negocios y persona influyente en la vida política y desarrollo de todo el mundo", añade.
Y así fue. Leopoldo II jamás puso un pie en territorio africano, pero entre 1895 y 1906 hizo del Congo su cortijo particular. Para conseguirlo no tuvo que disparar ni una sola bala, ya que gracias a sus dotes como "astuto estratega de las relaciones públicas", consiguió convencer a la comunidad internacional de que protegería a sus habitantes, porque su objetivo era meramente humanitario y cristiano. Sin embargo, la realidad era muy distinta, y el monarca se esforzó en exprimir los recursos materiales y económicos del país hasta la extenuación.
Gryssels señala que además de las víctimas mortales, el paso de los belgas por el territorio africano dejó a muchas personas mutiladas, débiles y sin la posibilidad de poder trabajar. Además, según explica el escritor Adam Hochchild en su obra sobre el monarca belga, el índice de natalidad descendió "al enviar a los hombres a la selva durante varias semanas en busca de caucho año tras año y mantener a las mujeres como rehenes, muertas de hambre".
A pesar de que no había un registro oficial en aquella época y, por lo tanto, no se conoce a ciencia cierta cuántas personas fueron víctimas del cruento paso belga, el antropólogo Daniel Vangorenweghe, encontró en los años 70 pruebas demográficas sobre fallecidos por agotamiento en la extracción de caucho y castigos.
Según expertos, durante la época de Leopoldo II, la población del territorio descendió a la mitad, pasando de 20 millones a 10. Sin embargo, el académico belga comenta que, expertos belgas y congoleses han hecho recientemente una estimación de muertos que rondaría el millón.
Hochchild hace hincapié en su libro sobre la crueldad de los hombres que se adueñaron del Congo, que pregonaron a menudo sus matanzas, alardeando de ellas en libros y artículos de prensa. Algunos de ellos, según explica, escribieron diarios "sorprendentemente francos, como ocurrió con un voluminoso y explícito libro de instrucciones para funcionarios coloniales".
El monarca belga hizo del Congo su particular coto de explotación entre 1885 y 1906. Después, legó la propiedad a Bélgica, que la mantuvo en su poder hasta 1960. El país recibió de manos de su rey un territorio inestable, sumido en la esclavitud y en la miseria, en el que tuvo que invertir importantes sumas para compensar una mínima parte los estragos que habían ocasionado.
El director del museo explica que entre los congoleños hay sentimientos encontrados, entre aquellos que residen en el Congo y los que residen en Europa. Desgraciadamente, sostiene, "aquellos que residen en el país africano no piensan demasiado en la época colonial, porque suficiente tienen con lidiar con la situación actual de pobreza, miseria y guerra". "Es diferente los congoleses de la diáspora, que denuncian que fue una época de extrema violencia y explotación del país, a manos del rey belga", añade.
¿Hay que eliminar el recuerdo de Leopoldo II?
A pesar de que el pasado lunes había previsto un debate en el parlamento municipal de Bruselas en torno a la retirada de las estatuas del rey Leopoldo II, esta votación no pudo darse a nivel municipal, porque las estatuas no pertenecen a la ciudad. Es por ello que ha tomado el relevo el secretario de Estado para la región de Bruselas, Pascal Smet.
Según ha afirmado, "la región va a organizar un grupo de trabajo, con expertos y representantes de la diáspora colonial, para debatir sobre la presencia de estatuas de la época colonial en el espacio público belga". A día de hoy, hay dos planteamientos: eliminar del espacio público los elementos que hagan mención a esta época, porque se considera que es un periodo que no hay que glorificar y, el que considera que hay que contextualizarlas para no olvidar el pasado.
El director del museo africano en Bélgica cree que "no se puede borrar el pasado y es más importante contextualizar, para no repetir los errores del pasado". Además, propone que esta contextualización se haga en paralelo a una campaña de formación en las escuelas sobre el pasado colonial. Eso sí, reconoce que hay demasiadas estatuas del monarca, alrededor de 400, por lo que "probablemente no sería necesario mantener todas".
Pascal Smet comparte la importancia de apostar por la educación y lamenta que en Bélgica haya "mucha ignorancia" y la mayoría de belgas no sepan qué ocurrió en el Congo. Por ello aplaude que desde educación se haya propuesto cambiar el programa para que los estudiantes amplíen sus conocimientos sobre la historia de su país.
El secretario de Estado reconoce que el movimiento de Black Lives Matter, junto al inminente aniversario de los 60 años de la independencia del Congo, además de las 70.000 firmas recogidas para pedir la eliminación de las estatuas del monarca del espacio público y la película americana que pronto verá la luz sobre la presencia belga en el Congo han puesto encima de la mesa los elementos claves para afirmar que Bruselas está lista para este debate.
Pascal Smet cree que es importante realizar esta discusión e insiste en que "Bruselas necesita un espacio memorial de la descolonización". Pone como ejemplo el memorial al holocausto de Berlín y subraya que, de aprobarse, "cuando se haga la llamada artística, también podría haber alguna otra estatua para integrarla con las actuales y contextualizar el conjunto".
Museo Real de África Central
Símbolo de la época dorada de Leopoldo II, han quedado algunos de los edificios más representativos de Bruselas, como el Palacio de Justicia, el Palacio Real, el imponente arco del parque del Cincuentenario o el edificio donde se ubica el Museo Real de África Central. Todos estos edificios se construyeron gracias al dinero que el monarca obtuvo durante su época como soberano del estado independiente del Congo, cuando era de su propiedad.
Guido Gryssels tomó las riendas del Museo Real de África Central, en Tervuren, en el año 2001. Durante 17 años ha trabajado con ahínco para reformular la exposición y descolonizar el museo. Al iniciar el recorrido de la exhibición llama poderosamente la atención la primera estancia, que llaman sala del depósito. Parece la antesala de un espectáculo dantesco, donde se puede observar una muestra de esculturas de africanos desde un prisma salvaje y primitivo.
Sin embargo, al salir de este espacio, la realidad es muy distinta, y se puede recorrer un moderno museo etnográfico y de historia natural. El académico belga cree que era importante mostrar este contraste, para que el visitante entienda "la importancia de romper con la mirada hacia África que tenía la exposición anterior", una visión un tanto trasnochada.
El museo se construyó entre 1905 y 1908, inspirado en el Petit Palais de París, que hoy en día alberga el Museo de Bellas Artes de la ciudad de la luz. Está construido en medio de un majestuoso parque en la región flamenca de Tervuren, al que se llega desde Bruselas a través de una doble avenida con casas señoriales a ambos lados o a través de una deliciosa ruta en tranvía por el bosque.
Para llevar a cabo la transformación integral del museo, éste permaneció cerrado al público durante cinco años, entre 2013 y 2018. Según cuenta el director del centro, "al ser un edifico neoclásico clasificado con muchos elementos murales, se decidieron utilizar piezas y elementos de arte contemporáneo para aportarle contraste y ligereza a la exhibición".
A menudo, los símbolos son tan importante o más que los hechos. Por eso la inauguración del museo llegó unos meses después de que, por primera vez en la historia, Bruselas cediera una de sus calles al líder anticolonialista Patrice Lucumba. Esta calle está ubicada, como no podría ser de otra manera, en pleno barrio de Matongé, el barrio africano de la capital de Europa.
Desde el Colectivo de Memoria Colonial y Lucha contra la Discriminación (CMCLD, en sus siglas en francés), creen que la renovación del centro es un paso en la buena dirección, aunque reclaman estar presentes en la dirección. "Los africanos no deben estar solo detrás de la vitrina", añaden. Quieren que su visión esté presente, una perspectiva muy alejada a la del zoo humano formado por 267 congoleños que organizó Leopoldo II en 1897, en el terreno donde hoy se alza el museo.
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