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Cumbre de Davos Guía para entender Davos, la piedra filosofal de la globalización

Es el foro debate por excelencia entre élites políticas y primeros espadas económico-empresariales. Y rezuma multilateralismo por los cuatro costados. Davos es una mezcla entre el Club Bilderberg y la arquitectura de instituciones multilaterales. Pero sin el poder en la sombra del primero, ni la capacidad ejecutiva del FMI, el G-20 o la OMC. Su gran aval: sirve de radiografía sobre las deficiencias de la gobernanza mundial.

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Asistentes a la reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF) en Davos, Suiza. REUTERS / Arnd Wiegmann

madrid, Actualizado:

¡Hagan juego, señores! Los jerarcas del mundo -políticos, empresarios y no pocos think-tanks de todo el mundo- se vuelven a dar cita, un año más, en la lujosa estación alpina del cantón suizo de Grisones, centro glamouroso de esquí, a 1.560 metros de altitud sobre el nivel del mar. Es la semana de Davos. La cumbre que emergió en 1971. Cuando el catedrático alemán de Política de los Negocios de la Universidad de Ginebra, Klaus Schwab, fundó European Mangement Forum que, casi de inmediato, y con el único propósito de adquirir la dimensión global que se ha forjado en sus casi cuatro decenios de vida, pasó a designarse World Economic Forum (WEF), institución de cooperación público-privada. El WEF tiene un declarado leif motiv: “atraer a los dirigentes políticos y empresariales y otros líderes de la sociedad para compartir su visión global, regional y las agendas económicas e industriales”.

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La ascendencia de Schwab en la cumbre de Davos es casi omnipresente. Hace dos años cumplió con las expectativas al lograr que acudiera al evento el presidente chino. Entonces, Xi Jinping, se erigió en el estandarte del diálogo multilateral en el orden global. Su presencia no fue ni casual ni testimonial. Como casi nada que pasa en Davos. Jinping aprovechó la cita anual para describir el salto económico de China, su cambio de patrón de crecimiento hacia un sistema basado en la demanda interna -consumo de hogares e inversiones empresariales-, reclamó más influencia en el mundo para su país y defendió la llamada diplomacia Panda -sosegada, pero proactiva- que le ha reportado músculo internacional. Y la estación invernal suiza es idónea para lograr un altavoz universal. Pero, sobre todo, anticipó su visión del mundo en los prolegómenos del giro radical que el juego estratégico, el ajedrez global en el que se mueven las relaciones internacionales, iba a protagonizar desde entonces.

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La estancia de Jinping coincidió con la asunción del cargo de Donald Trump y su declaración de intenciones en contra de los tratados multilaterales de libre comercio, de los acuerdos sobre el Cambio Climático y, más tarde, su viraje en Política Exterior, dejando un rastro de improvisación y de transformación del status quo de la Post-Guerra Fría que le ha llevado -en no pocas ocasiones, con un sólo golpe de tweet, su herramienta de difusión favorita- a menoscabar alianzas sólidas con aliados históricos, como Europa o Canadá e, incluso, a vilipendiar asuntos espinosos y candentes como los conflictos de Oriente Próximo o la crisis nuclear con Corea del Norte o Irán.

Un oficial de policía suizo vigila desde lo alto del techo del Hotel Davos Congress Hotel, durante la reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF). REUTERS / Arnd Wiegmann

Un año después, Trump asumió ese protagonismo. Otra muesca en el revólver de Schwab. Era el primer presidente de EEUU que acudía desde que lo hiciera Bill Clinton, en 2000, al final de su segundo mandato. Y no defraudó. A pesar de que invitaba a un enemigo acérrimo y declarado de la piedra filosofal del WEF: la globalización. El líder republicano, como un año antes su colega chino, explicó al mundo que America, first, el lema que le llevó a la Casa Blanca, no significaba “EEUU sólo” y dijo que, en su primer año de gestión, su gabinete había hecho avances de calado, había generado “oportunidades emocionantes” y había contribuido a que “cada estadounidense encontrara su sueño americano”. Adujo también que el dinamismo había vuelto a la economía, que las bolsas estaban en récords históricos, que había agregado 7 billones de dólares al PIB del país y 2,4 millones de puestos de trabajo.

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En 2017, Jinping defendió la visión multilateral de China; un año después, fue Trump, con su America, first y su política de proteccionismo comercial, el que monopolizó la cita

Un año después, EEUU soporta un aislacionismo sin parangón, más de una treintena de asesores han abandonado la Casa Blanca -la mayor parte de ellos, por decisión fulminante de Trump-, crecen las evidencias para iniciar un impeachment o procedimiento de destitución contra él -pese a que chocaría contra la mayoría republicana en el Senado- por asuntos como la conexión rusa, líos de faldas o la opacidad de sus negocios y de sus obligaciones fiscales en el pasado y ha retomado la carrera nuclear.

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El dirigente estadounidense ha declinado la invitación de 2019. Pero no contento con ello, ha ordenado cancelar de urgencia el viaje de sus secretarios del Tesoro, Steven Mnuchin; de Estado, Mike Pompeo, y de Comercio, Wilbur Ross, principal artífice de las guerras comerciales abiertas por Washington, así como del representante de Comercio Exterior, Robert Lighthizer, y de Chris Liddell, de su oficina de gabinete. Debido al cierre de la Administración americana decretada por designación presidencial; aunque también, a buen seguro, por los primeros vestigios de que la actividad americana, pese al doble estímulo fiscal hacia las rentas personales y los beneficios empresariales, no navega viento en popa, como cree Trump, sino en un océano de deuda, sin pulso comercial y con embestidas bursátiles, como atisban los expertos.

El centro de congresos de Davos (Suiza), antes de la reunión del Foro Económico Mundial. REUTERS / Arnd Wiegmann

Bolsonaro, la estrella de 2019

En esta edición, el as en la manga del fundador de Davos es Jair Bolsonaro. El ultracatólico de extrema derecha nuevo presidente de Brasil. Otro díscolo de la globalización. Pero, como aduce el propio Schwab, “todas las opiniones tienen cabida en Davos”. Incluso las contrarias a su propio dogma de fe, el de aquéllos que, como él, ven en la globalización "una fuerza del bien", el hilo conductor hacia la prosperidad, hacia la propagación de la riqueza en el mundo o la doctrina de “mayor éxito que el planeta ha conocido en el último medio siglo”. Bolsonaro acude con una de las mayores delegaciones -34 políticos y empresarios- a exponer su “Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos”. Un nuevo alegato al nacionalismo, aunque en este caso, aderezado con un catolicismo exacerbado. Sobre el que, a buen seguro, dejará retazos argumentales sobre su reforma de pensiones o sobre su idea de mercantilizar el Amazonas, el pulmón terráqueo.

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Bolsonaro será el encargado, en esta edición, de explicar su nacional-catolicismo -“Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos”- ante la ausencia de líderes como Putin, Macron o May

Los fundadores de Davos, que tienen su cuartel general en Ginebra, saben cómo usar su defensa de la globalización. Se rodean de informes. Estudios que bucean en la salud económica y política mundial. Tienen a su disposición un arsenal de diagnósticos privados. Consultoras, think-tanks y organismos multilaterales pregonan a los cuatro vientos sus predicciones. Y sitúan en la realidad, en el debate pragmático, con datos, a los políticos y empresarios que acuden a sus reuniones, a las que asistirán más de 3.000 participantes, de 110 países, además de 65 jefes de Estado o de Gobierno. Entre ellos, Pedro Sánchez. El primer presidente español que se desplaza a este foro y que contrastará la visión global de España y de Europa con el número dos de Microsoft, Satya Nadella; el jefe de Arcelor Mittal, Lakshmi Mittal; la consejera delegada de Booking.com, Gillian Tans; la de Facebook, Sheryl Sandberg; el director ejecutivo de Amazon Web Services, Andy Jassy y la presidenta mundial de IBM, Ginni Rometty. Aunque la lista de ausentes sea notable. No se verá en Davos ni a Emmanuel Macron, en plena gestión de crisis con los chalecos amarillos, ni a Theresa May, que lucha por su propia supervivencia, a cuestas con el Brexit, ni a Vladimir Putin, Jinping o al recién investido presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador.

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Vista general del centro de congresos de Davos (Suiza), donde tiene su sede el próximo Foro Económico Mundial. REUTERS / Arnd Wiegmann

¿Qué hay en el backstage de Davos?

En los bastidores del WEF se confecciona la auténtica enciclopedia de la globalización. Pero, ¿qué se esconde entre sus bambalinas? Y, sobre todo, ¿cómo funciona Davos, el centro logístico de la alta aristocracia política y empresarial?

Estudios de mercado. Quizás uno de los más emblemáticos, porque ya se ha presentado en 22 ocasiones sea la encuesta a directivos de PwC. Con el que se da el pistoletazo de salida a la cita de Davos. Sus conclusiones hablan de los riesgos más importantes a los que se enfrentan para hacer negocios. Todos, de multinacionales. Este año, el asunto que se lleva la palma es el freno de la actividad global. Y la “urgencia por renovar la arquitectura económica y financiera” que conecta los mercados y fomentan las inversiones y el comercio. Además de la incertidumbre a medio plazo. A tres años vista, hay equiparación entre los que piensan en mayores beneficios para sus empresas que los que atisban un empeoramiento de sus inversiones. Síntoma de crisis. Como en 2007 y 2008. En especial, en EEUU y Europa. Los empresarios chinos, además, creen que resulta más atractivo dirigir sus flujos de capital a latitudes distintas a la del mayor PIB del planeta. La guerra comercial ocupa un lugar destacado entre sus preocupaciones. Aunque no es la primera. Por encima de todas, el auge del nacionalismo. A uno y otro lado del Atlántico. Señal de una vuelta al unilateralismo. Al proteccionismo comercial. Se caen del top-ten asuntos de tal magnitud como el terrorismo internacional o el cambio climático. También pierde temor entre los ejecutivos los ciberataques y el robo de know-how empresarial. Otros dos clásicos recientes de este informe.

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En ayuda de la globalización también acuden estudios como el de Zurich Insurance, que inciden en las disputas comerciales abiertas por la Casa Blanca. Su irrupción ha lastrado los flujos tanto de inversión como de comercio y ha ralentizado el crecimiento. Al que sustenta el del FMI que, en Davos, emite un diagnóstico en el ecuador de sus perspectivas de otoño y primavera. Recorta el dinamismo mundial, por segunda vez en tres los últimos meses, hasta el 3,5%. Bajo amenaza de una nueva revisión a la baja si persisten las hostilidades comerciales de EEUU con Europa y China, especialmente.

El fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF), Klaus Schwab, en una rueda de prensa antes previa a la reunión anual de Davos, en Cologny, cerca de Ginebra (Suiza). REUTERS / Denis Balibouse

Un propagador de ideas desde el poder. Davos es, para numerosos expertos, un híbrido entre el Club Bilderberg, el opaco encuentro que reúne durante un fin de semana a un grupo de unos 130 banqueros, empresarios y políticos de todo el planeta para -dicen- dictaminar con su poder el devenir de gobiernos y de los mercados, y las instituciones multilaterales, las encargadas de proporcionar las previsiones económicas oficiales. El WEF carece de la influencia de Bilderberg, claro. Pero se aproxima, se afanan en asegurar sus defensores. Y lo hace con transparencia. Todo lo que acontece, se divulga de inmediato. Cerca de 500 periodistas cubren este evento. Aunque proliferan los confesionarios, lugares de encuentro fuera de foco entre los líderes que asisten a esta villa alpina. Sin embargo, el contacto entre la prensa y los asistentes es más que fluido en los pasillos. Tampoco disponen de la capacidad de diagnóstico de la coyuntura global que el G-10 (el hábitat natural en el que se reúnen los diez máximos responsables de los mayores bancos centrales del mundo, en la sede del BIS, el Banco Internacional de Pagos en Basilea) y del G-3, el grupo de mercados financieros, análisis económico y riesgos sistémicos de la OCDE, que nutren con sus predicciones a los dirigentes del G-7 y del G-20. Pese a ello, los mensajes que se emiten desde este retiro nevado se propagan en una dimensión universal y ayudan a entender el déficit de que la economía mundial carezca de una mínima expresión de gobierno. De unas reglas de juego más precisas, más globales y que regulen convenientemente industrias, sectores ante la mano invisible -e imprevisible- de los mercados.

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"Necesitamos otro orden mundial, uno que genere un mejor punto de equilibrio entre ricos y pobres”, explica Schwab

Revolución Industrial 4.0, el pegamento de la globalización. El lema con el que Davos trata de salvar el multilateralismo. Globalización 4.0: Cómo diseñar una arquitectura global en tiempos de la cuarta revolución industrial. Schwab, entusiasta y estudioso de la tecnología, considera que este cambio de doble paradigma, hacia la digitalización de los negocios y hacia la automatización de las cadenas de valor de las empresas, es el salvavidas de la cooperación global y la espada de Damocles del nacional-populismo. “Necesitamos otro orden mundial, uno que genere un mejor punto de equilibrio entre ricos y pobres”, explica. A través de sistemas fiscales más acordes a los nuevos tiempos, mediante incentivos permanentes a la educación y al talento y bajo un modelo de habilidades profesionales que permitan a los trabajadores ocupar futuros empleos que, en la actualidad, ni siquiera existen. “Es un reto fascinante e ineludible”, afirma antes de profetizar: “Auguro que la globalización, en la era de lo digital, irá a más y, con ella, se generará un sistema multilateral de mercados abiertos con reglas comunes que aseguren la estabilidad económica, garanticen la integridad social y los servicios básicos y sirvan para consolidar las democracias”. Más globalización, mercados más ordenados y digitalización es un trinomio que puede acabar con desequilibrios como los del sistema financiero, donde -admite- “pululan más de 250 billones de dólares, mientras aumentan las brechas sociales y las desigualdades

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Soldados suizos en una torre de vigilancia en un área que se utiliza como helipuerto durante el Foro Económico Mundial (WEF) en Davos. REUTERS / Arnd Wiegmann

Altavoces para ONG’s. El WEF eligió la pequeña estación de Davos para poder discutir en calma. Sin interferencias. Una elección que es sinónimo de éxito. Sobre todo, tras la irrupción de los movimientos antiglobalización, que emergieron en la reunión de la OMC en Seattle, en 1999. En línea con la decisión que tomaron el FMI y el Banco Mundial en sus dobles cumbres anuales, el WEF lleva años aceptando al entramado de organizaciones no gubernamentales en sus foros de debate. Y, como ellas, Oxfam lleva la voz cantante. Ya sin Bono, el líder de U2 que solía realizar labores de interlocución ante los dirigentes políticos y económicos. Aunque el elenco alcanza la veintena. Entre otras, Greenpeace, Transparencia Internacional, Human Rights Watch o WWF International. Este año, Oxfam ha elegido una crítica flagrante: 26 multimillonarios poseen más dinero que los 3.800 millones de personas más pobres del planeta. Las desigualdades -concluye su diagnóstico- están “descontroladas”. Su denuncia se suma a la del año pasado, en la que usó la consigna billionaires, first, para enfatizar los beneficios a las clases altas de la Administración Trump. La Organización Mundial de la Salud (OMS), que se alía con los movimientos sociales, se ha hecho eco de otro fenómeno menos visible. La de los más de 1.000 millones de personas que sufren algún tipo de discapacidad. Física o psíquica. Y que sufren marginación, discriminación y exclusión social y laboral. Además de obstáculos casi insalvables para acceder a la educación, la sanidad o para salir de la pobreza.

Asistentes a la reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF) en Davos, Suiza. REUTERS / Arnd Wiegmann

Emblemáticos empresarios, cada vez más ricos. Hay una docena de CEO’s de grandes emporios que se han convertido en clásicos en Davos. Entre otros, David Rubenstein, el dueño de Carlyle, uno de las firmas de inversión más rentables del planeta, o su homólogo en Blackstone, su rival universal, Stephen Schwarzman. También Jamie Dimon, el de JP Morgan Chase & Co. En total, la fortuna combinada de esta selecta lista -en la que también figuran magantes como Bill Gates, George Soros, Mark Zuckerberg o Rupert Murdoch- se ha elevado en más de 175.000 millones de dólares desde 2009. Un decenio en el que Rubenstein ha duplicado su patrimonio, Dimon lo ha triplicado y Schwarzman lo ha multiplicado por seis, según el índice de multi-millonarios de Bloomberg. En sintonía con un reciente estudio del banco de inversión UBS y PwC que establece un censo de 2.158 ultra-ricos; es decir, poseedores de una riqueza personal superior a 1.000 millones de dólares. Un selecto club que ostenta un valor patrimonial conjunto de 8,9 billones de dólares. Más que las economías de Japón y Alemania (tercera y cuarta del mundo) juntas o casi la riqueza de sus cuatro seguidoras: Reino Unido, India, Francia y Brasil. De media, atesoran 4.100 millones de dólares per cápita. Sólo el 11% son mujeres.

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