jerusalén
El asesinato del periodista Jamal Khashoggi ha abierto un periodo de transformación en la Casa de Saúd, cuyo alcance está en el aire y dependerá en última instancia de la voluntad de Estados Unidos y de la capacidad del príncipe Mohammad bin Salman para hacer frente a las hostilidades que han desatado, dentro y fuera de Arabia Saudí, sus controvertidas acciones de los últimos tres años.
En Arabia Saudí está en juego la continuidad del sistema de toma de decisiones, así como la estabilidad de ese país y de otros limítrofes. En la actualidad ese sistema depende exclusivamente de MBS, tanto en política, como en economía como en lo tocante a los cuerpos de la seguridad interior y del ejército. Una alternativa que se está planteando es volver a la toma colegiada de decisiones que tradicionalmente ha funcionado, aunque de una manera muy discutible, desde hace más de 80 años.
Recientemente, en Occidente se ha hablado del anterior príncipe de la Corona, Mohammad bin Nayef, como de unos de los mejores amigos de Occidente, y la semana pasada se reveló que el príncipe Ahmed ben Abdulaziz, hermano del rey Salman y exiliado en Londres, volvía a Riad con garantías de Estados Unidos y del Reino Unido para su seguridad personal.
Ahmed ben Abdulaziz ha criticado desde Londres a MBS en más de una ocasión. Con respecto a la guerra de Yemen, ha dicho que la responsabilidad exclusiva es de bin Salman, y que el pueblo saudí no tendría que transferir esa responsabilidad al conjunto de la Casa de Saud.
MBS ha demostrado ser un príncipe peligroso a la hora de adoptar decisiones. Los casos de Khashoggi, Qatar, Líbano y Yemen son la prueba. De Líbano consiguió salir indemne a pesar de secuestrar al primer ministro Saad Hariri y forzar su dimisión, aunque éste rectificó cuando se vio libre y de vuelta en Beirut.
Todo indica que en Yemen está buscando ahora una salida honrosa con la ayuda de Estados Unidos. MBS es un príncipe que toma las decisiones al primer impulso y es terco a la hora de rectificarlas. En Yemen ha tenido tres años para dar marcha atrás y no lo ha hecho, y ha sido el asesinato de Khashoggi lo que puede poner fin a su intervención en ese conflicto.
En el asunto de Qatar también es urgente que MBS corrija la dirección. El comportamiento de Riad con Qatar es muy cuestionable. Estados Unidos ha intervenido en más de una ocasión para que bin Salman rectifique en este asunto, pero el príncipe no lo ha hecho. Quizás ahora, en la secuela del caso Khashoggi, se presente una oportunidad para encauzar el problema.
La situación de Arabia Saudí es compleja. Por una parte, es necesario que MBS modifique a fondo las cuestiones de política exterior en las que ha metido la pata, pero por otra parte, volver a una toma de decisiones colegiada entraña peligros, puesto que equivaldría a dar marcha atrás con grandes riesgos en cuestiones sociales.
En cualquiera de los dos casos nos encontraremos con una Arabia Saudí más debilitada. Esto puede tener consecuencias positivas en la resolución de los problemas mencionados que ha creado MBS, pero la debilidad de la Casa de Saud también puede tener consecuencias negativas en cuanto se refiere a la estabilidad del reino.
La reconciliación interna de la Casa de Saud no se puede dar por hecha. La campaña de arrestos impulsada por bin Salman a fines de 2017, cuando ‘encarceló’ en el Hotel Ritz-Carlton a un buen grupo de sus primos con el pretexto de luchar contra la corrupción, ha dejado cicatrices en la familia real, y no solo por los 35.000 millones de dólares que el príncipe de la Corona logró confiscar a sus primos en apenas unas semanas.
Al mismo tiempo, es cierto que el rey Salman ha sentido muy cerca las amenazas a las que se enfrenta por los errores cometidos por su hijo. Se trata de amenazas existenciales y no de amenazas ordinarias como las que había antes del asesinato de Khashoggi. Y la persecución de sus primos por parte de MBS agrava esas amenazas.
En la Casa de Saud existe un amplio descontento por las decisiones problemáticas, pero sobre todo por el papel que ha jugado el príncipe de la Corona contrario a las tradiciones de la Casa de Saud durante más de ocho décadas. Muchos príncipes están resentidos y a la espera de una oportunidad.
Por primera vez durante todo ese tiempo, una persona ostenta poder absoluto en todas las áreas de poder, algo que nunca había ocurrido. Lo habitual era que los centros de poder se distribuyeran entre distintos príncipes, a quienes se les daba las carteras de la policía, el ejército, la política o la economía. En este clima era previsible que las decisiones complejas se adoptaran mediante consenso.
Ahora los príncipes esperan que el rey Salman, un enfermo grave y anciano, dé un paso atrás y ponga fin a las decisiones unilaterales de su hijo, de manera que vuelvan a tomarse decisiones colegiadas. Para ello es preciso que bin Salman renuncie a parte de su poder, y esto solo se conseguirá con una fuerte presión de Estados Unidos que nadie sabe si se practicará.
Se ha de considerar, y no es un asunto menor, que si MBS acepta la vuelta a las decisiones colegiadas pondrá en peligro su continuidad. Los excesos que ha cometido con sus primos no se olvidarán fácilmente, ni tampoco los excesos que ha cometido en política exterior.
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