Este artículo se publicó hace 6 años.
Caso KhashoggiAsí es Arabia Saudí y el príncipe que la dirige
El caso Khashoggi ha tensado las cuerdas en Arabia Saudí. El rey Salman tiene que dar explicaciones sobre lo ocurrido al periodista aparentemente muerto y descuartizado en Estambul. Este es el momento más crítico para Mohammad bin Salman, hijo del rey y hombre fuerte, y también para Arabia Saudí.
Jerusalén-
El reino de Arabia Saudí, el país árabe con inmejorables contactos con Estados Unidos e Israel, se tambalea. El caso Khashoggi ha puesto contra las cuerdas al rey Salman, y sobre todo a su hijo, Mohammad bin Salman, de manera que el proyecto reformista en el que ambos se habían embarcado está ahora más en entredicho que nunca.
Desde el 2 de octubre se encuentra en la picota MBS, como se conoce al hijo del monarca dentro y fuera del país, un joven de 33 años que desde el ascenso de Salman al trono, en enero de 2015, ha desempeñado el papel central en el gobierno del país, especialmente desde junio de 2017, cuando asumió el poder sin limitaciones.
El reino saudí es un país wahabí, una ideología de corte salafista (no yihadista) de orientación claramente reaccionaria en los religioso, en los político y en lo social. Uno de los objetivos que se marcó MBS es el de proporcionar al país cierta apertura en lo social, algo que no todos los medios del país han aceptado.
Con medidas como la apertura de cines o la autorización de que las mujeres puedan conducir, MBS ha querido atraerse a amplios sectores de la juventud y congraciarse con Occidente. Sin embargo, no está claro si Arabia Saudí está preparada para cambios tan radicales y controvertidos para una parte considerable de la población.
El despotismo más o menos ilustrado que MBS ha imprimido a su gobierno se topa con una sociedad que quizá no esté preparada para los cambios que él tiene en mente. Una comparación posible, aunque no es exacta, sea la de los países que hace solo algunos años realizaron sus “primaveras árabes” para verse obligados a meter la marcha atrás con desastrosas consecuencias.
Sin duda es un despotismo acusadamente autoritario. MBS admira a Vladimir Putin y cree que los cambios deben hacerse desde arriba. Para obtener sus grandes ambiciones, ha pasado por un acercamiento muy rápido a la administración Trump, también autoritaria, y al primer ministro Benjamín Netanyahu, también autoritario. Estos dos hombres son los auténticos referentes del príncipe.
Con ese respaldo, que no es poco, Arabia Saudí ha redoblado su intervención militar en Yemen, una guerra desastrosa según todos los parámetros. Los resultados adversos del conflicto no han disuadido a MBS de los planes sunníes con los que pretende sojuzgar a los chiíes de la región, aliados de Irán.
Riad no ha superado la endémica enemistad de los sunníes con los chiíes
La asociación del príncipe con Israel está permitiendo a estas dos partes poner de rodillas a Teherán gracias a las sanciones impuestas por la administración Trump. Irán es el gran enemigo de Arabia Saudí y la política de MBS evidencia que Riad no ha superado la endémica enemistad de los sunníes con los chiíes, tan común en toda la región, y de la que se aprovecha Israel.
Otra indicación de su carácter autoritario es la que recientemente mostró al retener contra su voluntad en Riad al primer ministro libanés, Saad Hariri, a quien obligó a dimitir desde Riad y al que no se le permitió abandonar Arabia Saudí durante un largo periodo de tiempo. MBS quiere hacer las cosas a su manera y rápidamente, como ha querido hacerlo con Khashoggi.
En el interior de Arabia Saudí, las medidas “progresistas” que MBS ha emprendido cuentan con la oposición del estamento religioso, que tanto poder tiene en ese país desde siempre. Los clérigos están soportando las medidas a disgusto y con un gran esfuerzo, quizá porque el príncipe no admite que se desobedezcan sus órdenes.
Su carácter autoritario no solo se ve en la manera en la que lleva a cabo la guerra con Yemen, sino también en el conflicto que mantiene con Qatar a causa del llamado “islam político”, una corriente que engloba a los Hermanos Musulmanes, también los de Egipto, y que Qatar acepta mientras que para MBS es anatema.
Si MBS cae, caerá con él la ‘Visión 2030’, un ambicioso proyecto con el que espera desligar la economía saudí del petróleo en la próxima década. El príncipe considera que la situación del país cambiará en los próximos años, cuando el petróleo deje de ser un bien crucial para las economías occidentales, que se nutrirán de otros tipos de energía renovable, y conviene prepararse para ese desafío.
En los últimos tiempos los saudíes también han asistido a un culebrón protagonizado por distintas corrientes de la familia real. MBS ha salido victorioso pero ha dejado tras de sí a amplios sectores de la familia real que ahora le son desafectos y que aprovecharán cualquier oportunidad para ajustar cuentas con él.
El caso Khashoggi coloca a Arabia Saudí en su peor encrucijada de los tiempos modernos. Si MBS consigue superar las dificultades, su posición se habrá debilitado considerablemente y es posible que se vea obligado a dar marcha atrás en algunos frentes, como es el caso de la guerra de Yemen o del conflicto con Qatar. Pero si cae, el país deberá prepararse para una alternativa que no existe y que necesitará tiempo para formarse.
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