Este artículo se publicó hace 4 años.
Arabia Saudí maniobra para sobreponerse a la derrota de Trump
Un cambio de administración en Washington sin duda traerá consigo una rectificación de las políticas de Donald Trump hacia Oriente Próximo. A quien más le preocupa la nueva situación es al príncipe saudí Mohammad bin Salman, que trata de maniobrar para no perder parte de lo ganado con Trump y se prepara para una administración no tan disciplinada con las instrucciones que imparte Benjamín Netanyahu.
Eugenio García Gascón
Este viernes la prometida del periodista Jamal Khashoggi, asesinado en 2018 en el consulado saudí de Estambul, declaró que habrá una gran diferencia entre si gana las elecciones estadounidenses Donald Trump o Joe Biden. La turca Hatice Cengiz aguardaba con impaciencia unos resultados que ese día ya se inclinaban a favor del candidato demócrata.
Si se confirma la victoria de Biden, Hatice Cengiz espera que Washington deje de encubrir el asesinato de su prometido y que se complete una investigación que ha estado bloqueada durante más de dos años por expreso deseo de la Casa Blanca, a pesar de que la CIA determinó en su momento que el crimen no pudo cometerse sin el conocimiento del príncipe Mohammad bin Salman (MBS).
Este es uno de los asuntos que más inquieta al príncipe y que más nubes arroja sobre su futuro, especialmente si progresa la denuncia que la ciudadana turca ha interpuesto en EEUU. El joven MBS aspira a suceder a su padre cuando este fallezca, o incluso antes si la precaria salud del anciano monarca se deteriora rápidamente.
El futuro de Arabia Saudí
A sus 35 años, el máximo dirigente de Arabia Saudí ha realizado algunos cambios significativos en lo tocante a las leyes y costumbres sociales, cambios que son necesarios para sacar al país de un régimen anclado en el pasado, lo que le ha traído disgustos en el seno de la familia real y entre los círculos más conservadores.
Pero su controvertida política exterior, que ha ido de un conflicto a otro, ha sido posible porque ha contado con dos soportes cruciales en la Casa Blanca y en Israel. MBS ha puesto todos sus huevos en esas dos cestas de manera que cada día depende más del apoyo del primer ministro Benjamín Netanyahu y del presidente Donald Trump.
Si se confirma la caída de Trump, al príncipe le esperan considerables apuros y no solo por el asesinato de Khashoggi. Con respecto a este asunto, responsables saudíes han empezado a argumentar que una investigación o un juicio contra MBS representarían una injerencia inaceptable en sus asuntos internos, dando a entender que el crimen ocurrió en el edificio del consulado de ese país en Estambul, y por lo tanto la única jurisdicción válida es la saudí.
En el partido demócrata las cosas no se ven igual que en el republicano. Varios líderes demócratas han expresado su intención de investigar la implicación del príncipe en la muerte de Khashoggi, y nada indica que vayan a cambiar de opinión una vez ganadas las elecciones, lo que significa que MBS va a pasar por una mala época cuando Biden entre en la Casa Blanca el 20 de enero.
Sin embargo, para frenar a la nueva administración, MBS dispone de un valioso comodín y va a tratar de usarlo con habilidad: la normalización de relaciones con Israel. Es evidente que desde hace años, el príncipe ha mantenido unos estrechos vínculos con el estado judío, aunque ha preferido no sumarse de momento a la ola de normalizaciones de otros países árabes justamente para disponer del comodín después de las elecciones americanas.
Hasta ahora el príncipe se ha servido de la influencia de Israel en Washington para marcar distancias con Irán, para bloquear a Qatar, para llevar adelante la guerra sin sentido de Yemen, para ningunear a los palestinos y para boicotear a Turquía. Espera que la enorme influencia de Israel no decaiga con un cambio de administración, algo que es bien posible puesto que Israel continúa moviendo hilos poderosos dentro del partido demócrata.
Uno de los grandes temores de Riad es que EEUU cambie su política con respecto a Irán
Uno de los grandes temores de Riad es que EEUU cambie su política con respecto a Irán. Teherán ha sido un chollo para los saudies, que también han aprovechado las ideas radicales de Netanyahu para hacer un frente común. El temor es que Washington reconozca la posición regional de Teherán, algo que no ha hecho Trump siguiendo las instrucciones de Netanyahu, un reconocimiento que no se teme tanto por la opción nuclear, como se dice, como por la influencia política de los iraníes en la región.
Siendo vicepresidente con Barack Obama, Biden apoyó abiertamente el histórico acuerdo nuclear de 2015, y durante la reciente campaña ha dicho que tratará de resucitarlo, algo que enfurece a saudíes y a israelíes hasta el punto de que el ministro israelí Tzahi Hanegbi ha advertido esta semana que la vuelta al acuerdo nuclear podría implicar una guerra entre su país e Irán, unas palabras que pueden tener mucho de fanfarronada pero que revelan que Israel utiliza esa carta para llevar a sus filas a países como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.
Al mismo tiempo, los saudíes temen que la administración demócrata pase a considerar prioritaria Asia en detrimento de Oriente Próximo. Algunos ideólogos demócratas sostienen que la implicación americana en Oriente Próximo no debería ser tan importante como en el pasado puesto que su petróleo ha dejado de ser vital para Occidente. Este planteamiento podría facilitar una dependencia todavía mayor de Riad respecto a Israel.
Naturalmente, una vuelta al acuerdo nuclear de Obama no se haría por puro altruismo, al contrario, Biden buscaría ante todo apartar a Irán de China. Acabar con el acercamiento entre estos dos países, que preocupa a los grandes agentes del capitalismo occidental, sin duda sería uno de los principales objetivos de Washington. En cualquier caso, un deshielo entre Washington e Irán pondría en peligro la hegemonía que Riad busca en la península arábiga ya que un levantamiento, total o parcial, de las sanciones permitiría a Irán disponer de más dinero para su expansión regional.
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