Abdel Fattah al Sisi Después de las elecciones, Egipto se hunde en el pozo de Oriente Próximo
La creciente debilidad del presidente Abdel Fattah al Sisi no se resolverá cuando se conozcan los previsibles resultados de las elecciones que se han desarrollado esta semana. Se trata de una debilidad que puede tener consecuencias muy perjudiciales en primer lugar para Egipto pero también para el conjunto de la región
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JERUSALÉN, Actualizado:
Aunque a los colegios electorales han acudido muy pocos egipcios en los tres últimos días según los observadores, y los resultados oficiales de las elecciones presidenciales egipcias no se conocerán hasta el 2 de abril, en el interior y en el exterior todo el mundo las califica de “farsa”, y es evidente que tendrán hondas repercusiones tanto en Egipto como en Oriente Próximo.
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Desde el golpe de 2013, la situación en el país se ha deteriorado enormemente, y con ella la situación de Abdel Fattah al Sisi, de 63 años, quien durante los últimos cinco años ha gestionado el país de manera pésima, según una opinión muy extendida. La mayoría de los egipcios corrientes que confiaron en él tras el golpe y pensaron que los sacaría de la sima, forman hoy un ejército de decepcionados que afectan a todas las esferas del país.
Si lo que ocurre a partir de ahora es lo mismo que ha ocurrido desde el golpe, es razonable pensar que Sisi no terminará el nuevo mandato, o lo terminará en peores condiciones que las actuales. En su condición de mal gestor, tendrá que seguir confiando en las fuerzas de seguridad y en la policía para gobernar. El clamor contra él es muy grande y la gente no oculta en la calle lo que piensa.
Para que siga en el poder es preciso que se den algunas circunstancias, como el apoyo económico que recibe de Arabia Saudí. Algunos periodistas que han estado estos días en El Cairo han observado carteles en los que la imagen de Sisi aparecía junto a la del heredero y hombre fuerte saudí, Mohammad ben Salman.
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Israel está aprovechando la debilidad de Egipto y Arabia Saudí
Egipto y Arabia Saudí son dos países que por diversos motivos atraviesan por una grave crisis de debilidad que repercute y seguirá repercutiendo negativamente en toda la región. Especialmente significativa es la debilidad de Egipto, un país que siempre ha jugado un papel central en Oriente Próximo y que ahora, debido a su debilidad, tiene que renunciar a intervenir en los penosos conflictos de la zona.
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Esta debilidad de Egipto y Arabia Saudí la está aprovechando Israel, un país que está reforzando su posición regional. Naturalmente, el papel que desempeña Israel no tiene nada que ver con el que podría y debería desempeñar un Egipto fuerte, y esto se traduce en una mayor inestabilidad en distintos frentes.
Un ejemplo de este mes de marzo ilustra la debilidad de Egipto con respecto a Israel: Una compañía privada egipcia acaba de adquirir gas israelí por valor de miles de millones de dólares pese a que Egipto dispone en el mar Mediterráneo de un yacimiento de gas mucho mayor que los tres yacimientos que Israel tiene en el Mediterráneo.
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La dependencia que tiene Egipto de Israel, como también la dependencia que tiene Arabia Saudí de Israel, se deriva de la incapacidad de estos dos países de llevar adelante unas políticas solventes sin el apoyo de Occidente. Tanto Egipto como Arabia Saudí confían en que los grupos de presión judíos resuelvan esas contradicciones.
En Egipto han desaparecido más de 300 personas desde 2013, según Amnistía Internacional, y se practica la tortura habitualmente, de manera que es necesario que Sisi se vea obligado a lavar continuamente su imagen en el extranjero, y aquí es donde juega su papel Israel. Fuentes oficiales israelíes han indicado que Sisi y el primer ministro Benjamín Netanyahu hablan por teléfono al menos una o dos veces por semana.
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En el Sinaí, combatientes yihadistas plantan cara a diario al ejército
Una vez desarticulados los gobiernos baazistas en Irak y Siria, es preocupante ver que Egipto puede seguir en la misma dirección. La diferencia es que Egipto tiene una población mucho mayor que aquellos dos países combinados, puesto que se acerca a los 100 millones de habitantes, y que siempre ha sido un espejo en el que se han mirado todos los países árabes.
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Uno de los problemas más graves a los que se enfrenta Sisi es lo que está ocurriendo en el Sinaí, donde combatientes yihadistas plantan cara a diario al ejército. La península está cerrada a cal y canto y hasta es necesario un permiso especial del ejército para llegar al Egipto continental para recibir tratamiento contra el cáncer. Aún más, los viajeros que han visitado el Sinaí dicen que en las tiendas escasean alimentos de primera necesidad, como la leche.
Entrenado militarmente en Estados Unidos y jefe de la inteligencia militar con Hosni Mubarak, Sisi ha demostrado repetidamente no solo que no sabe gestionar el país como presidente, sino también que no sabe gestionar el ejército en el combate contra los yihadistas del Sinaí. Egipto difícilmente puede permitirse un presidente con estas características, y eso explica el creciente malestar que se observa en todas las esferas del país.
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Hace ya cinco años que los egipcios soportan una situación que se degrada día a día, y aunque la estabilidad no corre peligro aparentemente, existe el riesgo de que se dé un nuevo golpe de estado, una situación que probablemente traería más inestabilidad a toda la región.