Le han prestado las herramientas. Sin ellas, tendría que haber cavado las dos tumbas con las manos. Son pequeñas pero el agujero tiene que ser profundo. Para los somalíes los fallecidos tienen que ser enterrados en pocas horas, así que sin tiempo de saber quien se encarga del cementerio, ni de averiguar si este existe, Hussein, sus familiares y sus nuevos vecinos en las afueras del campo de Dadaab han escogido un terreno al lado de un termitero. A los refugiados instalados hace años en Dadaab, se están uniendo los recién llegados como Hussein, que huyen de la peor sequía en 60 años en el cuerno de África.
'Me dijeron que en Kenia podríamos sobrevivir y obtener comida pero el viaje me ha costado dos hijos y la violación de mi mujer', confiesa el ex pastor Hussein, joven padre de los dos infantes fallecidos. Con la familia rota, su forma de vida perdida y aprendiendo que para tirar hacia adelante hay que pedir, intenta adaptarse a todos los cambios, sin soltar una lágrima cuando las mujeres se acercan por el camino, rodeando los dos cadáveres, ni cuando la comitiva los cubre con la fina arena de su nueva tierra: Kenia y el campo de refugiados más grande del mundo.
El castigo de la sequía ha venido del cielo, pero la feroz violencia que sufre Somalia, un país que no tiene un Gobierno real desde 1991, ha agravado el desamparo de los cientos de miles de somalíes forzados a huir.
El grupo yihadista Al Shabab, vinculado a Al Qaeda, es la principal razón por la que la mayoría de ONG y otras organizaciones no pueden entrar en Somalia para ampliar allí sus operaciones y repartir medicamentos y comida. El Programa Mundial de Alimentos suspendió sus operaciones desde enero 2010 por las amenazas de Al Shabab y el peligro que suponía para su personal, aunque la semana pasada se abrió la puerta a reiniciar de nuevo sus operaciones.
El espejismo duró poco. Un portavoz de Al Shabab convocó ayer una rueda de prensa para informar de que las agencias humanitarias de la ONU siguen si tener su permiso para intervenir en las zonas bajo su control, que comprenden buena parte del sur del país.
Al Shabab acusa a Naciones Unidas y a las organizaciones internacionales de tener una agenda política oculta. El jueves, este grupo radical increpó de nuevo a la ONU, de quien afirmó que 'exagera' la dimensión de la sequía y 'politiza' la crisis humanitaria.
'En dos semanas Al Shabab prepara un ataque que va a redefinir la realidad en el terreno somalí. De si vencen o pierden terreno va a depender que podamos operar en Somalia', cuenta una figura clave de una agencia de la ONU bajo condición de anonimato.
Mientras los distintos clanes, aparte de milicias y grupos como Al Shabab, se disputan el control de la explosiva Somalia; mientras el negocio de las armas crece exponencialmente, pastores como Hussein pierden el ganado, sus mujeres son vejadas y los niños perecen, sin que nadie les dé soluciones cuando su tierra se seca.
Son demasiados cambios y muchas experiencias traumáticas, intensas y en poco tiempo. Los casi 1.500 refugiados que llegan a Dadaab diariamente reciben comida, una cubierta para su precaria cabaña y algunos utensilios para cocinar, aparte de agua, pero pocos tienen tiempo de digerir lo que han vivido y la atención psicológica no es una prioridad.
'Muchos de los refugiados llegan con trastornos emocionales que, si fueran tratados pronto, se podrían recuperar en unos meses, pero el abandono y el contexto de poca comprensión por parte de los vecinos y otros familiares hace que se desarrollen perturbaciones más graves y cuanto más se tarda, más se complica que vuelvan a su estado anterior', cuenta Birongo, uno de los pocos psicólogos que trata enfermedades mentales en Dadaab.
'Muchos no sabían qué se iban encontrar. Les dijeron que Dadaab era la solución a la sequía, pero varios me han confesado que no sabían a dónde venían y que, después del sufrimiento del viaje, se arrepienten', confiesa Janet, otra asesora psicológica.
La mayoría de pacientes son mujeres. 'Los hombres murieron o fueron reclutados por Al Shabab u otras milicias', explica Noor, un joven refugiado que lleva seis años en este campo de Dadaab, convertido en una ciudad gobernada por las agencias humanitarias.
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