Este artículo se publicó hace 16 años.
Como en 1901
Las mujeres aún deben luchar por sus derechos en Afganistán.
"Las mujeres tienen que dejar de ser víctimas de la violencia y unirse para luchar por sus derechos", afirma Mazari Safa, viceministra del Ministerio afgano de la Mujer, ante un auditorio repleto de atentas féminas. El motivo de la Conferencia: la celebración del Día Internacional por la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres, celebrado recientemente en Kabul. Fuera del auditorio, varios periodistas esperan la salida de las protagonistas del acto para comenzar las entrevistas.
Preparadas con su cámara y el micro, Shakila y Parween, redactora y operadora respectivamente, aguardan a que termine una conferencia en la que los intervinientes no cesan de hablar de los logros conseguidos a favor las mujeres. "Sin embargo, a la hora de realizar mi trabajo siento que no soy realmente aceptada y respetada como profesional por el mero hecho de ser mujer", comenta Shakila, sorprendida de pasar de entrevistadora a entrevistada.
Esta joven reportera de Tolo TV, la cadena de televisión privada más importante de Afganistán, es una de las privilegiadas que ha tenido acceso a una formación universitaria. Educación de la que también pudo disfrutar Nazifah Zaki, abogada militar de la oficina del Fiscal General del Estado, para quien los obstáculos a los que se tiene que enfrentar una mujer son incluso mayores si su objetivo es entrar a formar parte del Ejército.
Mujeres fuertes que luchan por hacerse un hueco en un mundo dominado por los hombres y en el que la mujer sigue careciendo aún hoy de derechos fundamentales como el de educación o reunión. Y ello a pesar de los más de 15.000 millones de dólares invertidos por la comunidad internacional en proyectos de desarrollo desde comienzos de 2002.
"No obstante, se han conseguido cosas" explica Shinkai Karokhail, diputada y miembro de la Comisión de Presupuestos del Parlamento, tras recibir a Público en el salón de su casa, situada a escasas manzanas de la Asamblea.
"Ahora la mujer ocupa puestos de relevancia en la sociedad y en la política. De hecho, en el Parlamento tenemos un 28% de cuota femenina". Se trata de un porcentaje que, sin embargo, no existe en el Poder Ejecutivo ni Judicial, funciones del Estado dominadas por hombres. "Algunos de ellos, antiguos señores de la guerra, incluso nos acusan con frecuencia de no comportarnos como buenas musulmanas por el mero hecho de defender nuestras libertades".
Esas son las vicisitudes a las que se enfrentan cada día Shakila, Nazifah y Shinkai en una sociedad afgana, en la que se entremezclan peligrosamente la tradición y la religión. "Y que sufre en estos momentos una interpretación errónea de nuestra fe islámica" añade la legisladora. "Un buen ejemplo es el cada vez mayor uso que se le da al burka -señala- una prenda que no es parte de nuestras creencias ni tradiciones más ancestrales".
Este velo, que cubre totalmente la cara y cuerpo de la mujer, fue introducido en Afganistán a principios del siglo XX durante el mandato de Habibulla (1901-1919). Entonces, el burka completo era una vestimenta utilizada por la clase alta para evitar la mirada del pueblo llano.
Durante el régimen talibán pasó de ser una prenda de distinción a ser de uso obligatorio. Con la caída de los talibanes su utilización se redujo visiblemente, amparada en las supuestas libertades que llegaban con la entrada de las tropas internacionales. Sin embargo, la célebre prenda azul pronto volvió con renovadas fuerzas a las calles y pueblos de Afganistán, auspiciada por un Gobierno que promueve su uso bajo una vuelta ficticia a las costumbres propiamente afganas.
Autoinmolarse como protesta
La mayoría de las familias afganas, fieles a lo que aseguran es parte de sus costumbres, pactan los matrimonios de sus vástagos. Sin embargo, tal circunstancia no es acatada de la misma manera por hombres y mujeres, dado que ellas no pueden negarse a casarse con varones que en algunos casos les triplican la edad.
"Mientras los hombres pueden divorciarse y casarse de nuevo, la única salida de la mujer para salir de su situación es la autoinmolación" denuncia la legisladora. Un final cruel y extremo, un grito a la desesperación de aquellas para quienes su día a día se hace insoportable. Violaciones dentro de las propias familias, embarazos de menores -especialmente en las zonas rurales- que ponen en peligro sus vidas, imposibilidad de salir del hogar si no es con la compañía del marido.
En definitiva, unas condiciones de vida que abocan a demasiadas mujeres al suicidio como única salida a su propio infierno. "Autoinmolarse es una forma de mostrar que están sufriendo y el peor castigo que pueden propinarle a su familia porque no se puede ocultar", continúa Shinkai.
Aunque según las últimas estadísticas del Ministerio de la Mujer, esta terrible práctica parece estar descendiendo lentamente, será difícil terminar con ella a corto plazo. "El problema es que la violencia está presente en las propias familias, donde maridos, hermanos y otros parientes la ejercen sobre las mujeres ignorando las leyes y tradiciones religiosas afganas", argumenta la jurista Nazirah Zaki.
Educación, la mejor arma
Mientras en el régimen talibán, el acceso de la mujer a la educación estaba prohibido por ley, hoy en la Universidad de Kabul, trabajan 250 profesoras y estudian 1.700 féminas (alrededor del 25% de los estudiantes), un número aún escaso si tenemos en cuenta que la población femenina del país asciende a más de 15 millones.
Si el estado de la educación en la capital presenta unas cifras tan precarias, en las zonas rurales las altas tasas de analfabetismo y la falta de escolarización hacen que sea realmente preocupante.
Cambiar esta realidad es la meta de Raihana Azad, miembro del Consejo Provincial de Daikundi (provincia en el centro del país) quien abandonó su puesto fijo en la oficina de la Misión de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA).
Un trabajo remunerado con más de 1.000 dólares mensuales, un "chollo" si consideramos que el sueldo base de un funcionario no llega a los 100, al no poder permanecer impasible ante la desigualdad reinante en su provincia natal, gobernada aún por los señores de la guerra.
"Al enterarme de que no había mujeres candidatas renuncié a todo en Kabul para presentarme como candidata a las elecciones y poder así representar a la gente", comenta.
Junto a otras tres mujeres, Raihana estableció el consejo provincial (la shura) en Daikundi, con un claro objetivo: que las mujeres salieran de sus casas y contribuyeran de forma activa a la vida social.
Para ello organizan talleres educacionales, seminarios y reuniones. "¡Ahora vienen más mujeres que hombres incluso al Consejo Provincial!", añade efusivamente esta joven de etnia uzbeka, quien cree firmemente en la educación como motor del cambio en la sociedad afgana.
Asesinadas por defender su libertad
Mejorar la calidad de vida de sus compatriotas es el leit motiv de muchas afganas y de varias decenas de occidentales que viven y trabajan en Afganistán. Sin embargo, en demasiadas ocasiones el enemigo está en el seno de las propias familias.
Esto es lo que le ocurrió a Shakiba Sanga Amaj, presentadora de un programa de información internacional de Shamshad TV, (la tercera cadena de televisión más importante en lengua pastún del país) asesinada el 1 de junio de 2007. Su propio padre denunció que los atacantes resultaron ser dos familiares, quienes le dispararon varias veces por la espalda en su casa de Kabul. La Policía aún no ha detenido a los culpables del asesinato.
Una semana después de la muerte de Shakiba, otra periodista fue asesinada, esta vez en la provincia de Parwan. Zakia Zaki, dirigía la emisora de radio Sada-e-Sulh, la única independiente en la provincia.
Antes de su muerte, Zaki había recibido varias amenazas tanto por criticar la actuación de los señores de la guerra como por abogar en favor de los derechos humanos y los derechos de las mujeres. Tres hombres irrumpieron en su casa y le dispararon siete veces mientras dormía junto a sus hijos.
"La gente estaba contenta con su cadena de radio, que daba información para las provincias de Parwan, Kapisa y Kabul", declaró el gobernador provincial, Abdul Yabar Takwa , el día de su asesinato.
Son dos ejemplos de la violencia que padecen las mujeres afganas en el ejercicio y defensa de sus libertades, mermadas durante el último trieno. Víctimas que ponen de relieve una realidad difícil de transformar a corto plazo sin el apoyo del Gobierno, las shuras y la comunidad internacional.
"Vivir en un Afganistán diferente nos llevará décadas, a no ser que todos arrimemos el hombro", señala la diputada Shinkai.
"Un país en el que compartamos responsabilidades con los hombres en lugar de verles hoy como nuestros enemigos", concluye.
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