Que un tal Albert Einstein accediera a analizar la caja de orgón demuestra que las teorías de Wilhelm Reich (1897 – 1957) llegaron a tener una considerable influencia en su época. Pero Einstein no pudo encontrar esa fuerza vital universal llamada orgón en la caja y la cuestión quedó “resuelta”, pero no para Reich que persistió en sus bizarras teorías en las que combinaba sexualidad, psicoanálisis y marxismo.
El orgón, la energía (sexual) del universo
Son diversas las teorías que a lo largo de la historia especulan con una suerte de fuerza vital fundamental y originaria que sería el germen del universo y de la vida en el mismo. Pneuma, prana, qi, etc. Y es que seguimos sin “entender” de dónde surge la “energía que mueve al mundo”, entre otras cosas porque no la vemos. Tal vez los físicos nos lo pudieran explicar mejor, pero muchos prefieren seguir buscando “más allá”… Wilhelm Reich fue uno de ellos.
Psiquiatra y médico austriaco de la órbita de Freud, pronto Reich mostró su radical heterodoxia conceptual al conjugar teorías como el psicoanálisis y el marxismo lo que comenzó a desconcertar a la comunidad científica en la que se movió, primero en Europa y más tarde en Estados Unidos.
Pese a escribir libros tan célebres como La función del orgasmo, Psicología de masas del fascismo o La revolución sexual, Reich no logró el respeto de sus colegas que dudaron de buena parte de sus “hallazgos” e “inventos”: desde el cazador de nubes al acumulador de orgón, que le daría fama en los últimos años de su vida entre cierto sector de la intelectualidad alternativa estadounidense.
Gran seguidor de Henri Bergson, premio Nobel de Literatura, y su élan vital, Wilhelm Reich también concibió una energía universal que “circulaba por la atmósfera” y que estaba presente en todo organismo viviente: una suerte de sustancia omnipresente (sin masa) que se configuraba como una potencia orgánica que encontró (o creyó encontrar) después de maratonianas sesiones de microscopio.
Lo que para otros investigadores no eran más que “bacterias vulgares y corrientes”, para Reich eran los biones, las más pequeñas unidades microscópicas portadores del orgón que en su máxima expresión podían crear estructuras “macroscópicas” como organismos, nubes o galaxias.
Potenciar el orgasmo para lograr la paz espiritual
La palabra orgón procedía de la combinación de “organismo” con “orgasmo” y era la consecuencia de décadas de profundización en el psicoanálisis, especialmente en el concepto de libido, la energía freudiana producto de la primitiva pulsión sexual.
Freud consideraba, en este sentido, que la primera forma de angustia neurótica surge de la libido insatisfecha o reprimida. Reich lleva esta idea al siguiente nivel al considerar que el orgasmo era la descarga absoluta de energía que se hallaba reprimida, de forma que a más orgasmos, menos represión, mejor salud, más paz espiritual. Tiene sentido, ¿no?
Así pues, como señala James M. Murphy en una revisión de la biografía de Reich escrita por Christopher Turner, “cuanto más se experimentara con el orgón en «orgasmos superiores» mayor sería el acercamiento al estatus de «ser humano genital», libre de neurosis, no atribulado por la sexualidad”.
Pero la “plaga” de represión sexual que vivió el ser humano durante siglos tenía como consecuencia un “descenso en nuestra receptividad del orgón”, por lo que Reich diseñó una “terapia vegetativa” (en relación a las funciones vitales básicas inconscientes) que tenía como principal instrumento de apoyo el acumulador de orgón. Y aquí es cuando, para muchos de sus colegas, Reich cruza definitivamente la línea que separa la ciencia del disparate.
¿Meterse en un armario para acumular orgón?
Poco después de llegar a Estados Unidos, cuenta su biógrafo Turner en este artículo, Reich inventa el acumulador de energía orgónica, un armario de madera del tamaño de una cabina telefónica, revestido de metal y aislado con acero, “una caja en la que, podría decirse, venían casi preenvasadas sus ideas sobre el sexo”.
Pero la caja de orgón era para Reich algo más que un bizarro artilugio sexual, se trataba de la pieza maestra de su teoría de la energía universal, un dispositivo (casi) mágico que, al acumular el orgón de sus usuarios, no solo podía ofrecer “orgasmos mayores y mejores”, sino también disolver las represiones, de forma que podía “tratar el cáncer, la enfermedad por radiación y otra serie de dolencias menores”.
Al parecer, según Reich, la extraña apariencia del artilugio (una especie de minúsculo armario con una silla y, en ocasiones, una ventana) tenía su sentido: el material orgánico de la caja absorbía el orgón mientras que el revestimiento de metal impedía que este se escapara, actuando como “invernadero”: y ese aumento de temperatura es que el registró Einstein… aunque sin rastro del orgón.
La (peligrosa) anarquía erotizada de Reich
La promesa de una vida sexual más satisfactoria fue suficiente reclamo para que la caja de orgón se hiciera “viral” entre la intelectualidad alternativa: Norman Mailer, J.D. Salinger, Jack Kerouac o William S. Burroughs se hicieron con una. De hecho circula una foto de un tal Kurt Cobain metido en la caja de orgón de su amigo Burroughs.
Pero a pesar de que el carácter subversivo de su caja de orgón (o de su rompenubes tal vez inspirador de los Cazafantasmas) fuera limitado, el Gobierno de Estados Unidos no quitó ojo a todo lo que hizo y escribió Reich.
Debido a su vinculación al marxismo y a su “anarquía erotizada”, pero también a su más que presunta charlatanería, “la Administración de Alimentos y Medicamentos comenzó a investigar a Reich por hacer afirmaciones fraudulentas sobre el acumulador de energía orgónica”, prohibiéndole venderlo.
Reich se saltó la orden y terminó sus días en prisión cumpliendo una condena de dos años, mientras los 11 libros que había autopublicado en Estados Unidos fueron incinerados por contener “publicidad engañosa” sobre la cura del cáncer. Un final en consonancia con una vida estrambótica que, no obstante, aún hoy despierta interés y controversia.