Dominio público

El momento más populista de Pedro Sánchez

Noelia Adánez

Jefa de Opinión en Público

 

Pedro Sánchez. EFE
Pedro Sánchez. EFE

No fue nada y lo fue todo. Distintos planos de la realidad activos en paralelo hacen que el momento político sea indiscernible por un lado y, por otro, completamente nítido. Quizá por ese motivo y aunque después de todo no ha pasado nada, muchas nos seguimos preguntando todavía, pero aquí, ¿qué ha pasado?

Pedro Sánchez se encontraba mal el miércoles. Su sufrimiento y su estrés mental eran visibles en su gesto cansado y en su tono de voz abatido. Se retiró en cuanto pudo del Congreso. En esa situación de crisis, se encerró con su familia y, en lugar de delegar en quien corresponda las funciones de su cargo, dar un paso al lado y sobreponerse (o no hacerlo), se decidió a escribir una carta directa a la ciudadanía en la que anunció que abría un periodo de reflexión y señaló sin tapujos a los responsables de su estrés que, a partir de ese momento, también fue el nuestro.

En su versión de unos hechos que desgranó en la misiva que nos dirigió, los ataques que él y su esposa estaban recibiendo (sin precedentes, según afirmaba, lo que a todas luces no es cierto) por parte de las derechas y sus adalides en la judicatura y en los medios de comunicación, lo eran contra las políticas progresistas que encarna. A partir de ahí, Sánchez no se comportó solo como alguien emocional o psicológicamente afectado, sino también como quien busca politizar ese quebranto. Seguramente no lo hizo de manera totalmente premeditada sino de forma intuitiva. En esa intuición se basó lo que después ha venido sucediendo, tanto la expectación como el apoyo que ha recibido por parte de la militancia de su partido, de sus cuadros y de amplios sectores de esa ciudadanía a la que escribió una carta con el tratamiento de ud., como queriendo envolver con seriedad, distancia y respeto la confesión íntima de su malestar.

Cinco días de esperas y conjeturas más tarde el presidente, luciendo por cierto un semblante que no revela de entrada una mejora sustancial de su estado de ánimo, comparece y anuncia que ya ha reflexionado. Se queda con más fuerza si cabe y nos traslada que lo que viene a continuación es un punto y aparte. Nos recuerda la importancia de llevar a cabo una regeneración democrática, cuyo contenido no precisa, y nos anuncia que en su ánimo está, con el apoyo que reciba por parte de la sociedad civil, liderarla. Diez minutos de comparencia; ajo y agua.

El afianzamiento de su liderazgo es en realidad una de las consecuencias intencionadas, buscadas, por parte del presidente del Gobierno desde el momento en que decide dar cuenta de su situación de vulnerabilidad y desánimo mediante una carta, una exposición directa de motivos con un emplazamiento a esperar qué resulta de la dilucidación que emprende en solitario. Y ésta es seguramente la parte más indiscernible de la historia, porque su recorrido no ha hecho más que empezar y porque se escribe en una clave esencialmente sentimental. Cinco días de vaivenes emocionales que culminaron con lo mismo: emociones, contradictorias y difusas, pero al fin y al cabo emociones. Alivio, enfado, incomprensión o empatía. Cuando hoy nos preguntábamos tras la  comparecencia de Pedro Sánchez lo que pensábamos, lo que respondíamos era lo que sentíamos. Una oleada de apoyo emocional es también lo que el presidente Sánchez ha recibido en estos días.

A través de su carta y lo que ha desencadenado, Sánchez ha puesto en marcha una narrativa en la que las emociones pretenden ser la palanca con la que desmontar lo que llama la máquina del fango. Se trata de contraponer al relato que ofrece la ficción informativa vinculada al mundo de los medios y las webs de derechas, a la mentira sistemática y la carroña informativa que esparcen, la sinceridad y la vulnerabilidad del hombre herido que da un paso adelante y dice basta en defensa de su familia, del gobierno de coalición y de la democracia.

A partir de ahora, a la sinrazón y la cerrilidad de las derechas ya no se contrapone la racionalidad política, la defensa de la institucionalidad o de la res publica y la virtud cívica como solía hacerse antaño. Ahora son las emociones el lugar desde el que formular una respuesta verosímil, con recorrido electoral, con gancho.

No sé si somos conscientes del peligro que esta forma de hacer política comporta. No sé si nos damos cuenta de cómo Pedro Sánchez, cada vez más, cimienta su liderazgo en el vaciamiento de contenido verdaderamente político de un proyecto que mucho tiene que cambiar para dar como resultado la regeneración democrática que invoca. Y no sé si dimensionamos el riesgo que entraña que todo esto esté ocurriendo sin que, a la izquierda del PSOE, exista una opción política con una identidad y una personalidad clara y definida. Sánchez ha querido, y hasta cierto punto ha conseguido, conectar directamente con la ciudadanía en un baño de populismo del que no sé vosotras, pero yo aún me estoy recuperando.

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