Otras miradas

El asombro (regalo para adultos)

Marina Merino

Una imagen con varias estrellas, a 5 de abril de 2020.- Pixabay
Una imagen con varias estrellas, a 5 de abril de 2020.- Pixabay

Son días de Reyes Magos y regalos. Los familiares adultos parecen coincidir en una cosa: "Por mucho que no te guste la Navidad, es tener niños y vuelves a disfrutarla, por ellos, por su ilusión". ¿Por qué debo recordar o volver a la infancia para vivir la magia? Si yo salgo de esa niña de sonrisa mellada abrazando su nueva consola, ¿por qué parece como si mi ilusión se quedara ahí congelada y hoy sólo pudiera, como mucho, recordarla?

Llegar a casa de madrugada cerrando la puerta de espaldas con una sonrisa. La visita inesperada de un vértigo que recorre tu cuerpo e inunda de emoción. El temblor de un miedo que te lame la nuca como una vaca a su ternero. La confusión por algo que no puede entenderse, mucho menos ponerse en palabras, al menos ahora. Un suspiro que exhala un peso inesperado, pero, ¿desde cuándo llevaba esto dentro? Fruncir el ceño, tocar con el dedo la nueva herida. Ah, ya recuerdo, así era el dolor. Todo eso que ocurre cuando algo te sacude y te hace retumbar. El encanto y el embrujo no son sólo cosa de críos. El problema es que cada vez resulta más difícil encontrarlo.

Para poder asombrarnos, en primer lugar, habría que extrañarse. Debe haber otra cosa, un otro que me zarandee y me haga espabilar. Una distancia. Un diálogo. Una sirena que me cante, un rompecabezas que no logre resolver. Sin embargo, hoy en día, en esta vida constantemente mediada, objetivada, separada, reducida, apenas nada parece ajeno. El hombre de Occidente triunfó en su deseo de conquistar, controlar, normalizar y someter cada aspecto de la existencia.

No hay nada nuevo porque todas las cosas son una réplica de lo anterior con el fin de acumular más cosas, o un rebranding de algo que en un momento sí fue distinto pero con alguna ligera modificación para poder haber sido asimilado por el mercado y hacerlo como churros hasta que ya no sea interesante o rentable.

Ya no existen los viajeros, únicamente hay turistas que visitan ciudades que han hecho un parque temático de ellas mismas. Cada vez hay más formas de estar solo y menos vías para juntarse. Se conecta, sí, pero sólo desde el ego o proyecciones de este. Quiero hablar contigo para que me des atención, que me veas, que me percibas, me escuches y me consumas, no quiero saber nada de ti, no quiero hacer nada contigo, mucho menos abarcar ningún problema juntos. Las redes sociales dejan de ser un medio de debate y pasan a ser carruseles de publicidad.

Un niño cree y espera a una criatura fantástica que le traiga un regalo. Pero, mientras tanto, millones de adultos creen en ficciones que se levantan sobre una moral y distribución del poder que justifiquen de alguna forma esta vida sometida, un relato que les haga conformarse con que esto es lo que hay. Un señor con barba en el cielo que te compensará por perdonar, una familia que te traerá estabilidad, una media naranja sin la que no puedes vivir, un trabajo que dignifique, una nación que te represente al meter una papeleta cada cuatro años, el ascendente en Capricornio, el último producto de la farmacéutica más cotizada... lo que sea.

Creemos que exclusivamente en la ficción, la utopía y la teoría existe la magia y nuestros sueños, pero nos aferramos a estructuras que tienen de todo menos posibilidad de cumplir las expectativas que nos crearon en torno a ellas. En realidad, esconden instituciones de control y disciplina de nuestras vidas. El viejo mundo también son los padres.

Percibimos las cosas como aquello a lo que prestamos atención, no como son. Si nada sorprende ni deleita, debe ser porque en principio nada nuevo puede verse. Para asombrarse hay que enfrentarse al miedo, la incertidumbre y lo que está afuera. La sorpresa y el júbilo son contrarios al control meticuloso.

Existe un problema generalizado con la necesidad de control porque hay todo un sistema socioeconómico que se beneficia de presentar nuevas y mejores formas de, precisamente, controlar necesidades que este mismo genera. Vigila quién entra en tu casa, pon una alarma. Modera tu peso, toma esta pastilla. Modifica tu estilo, cuenta los pasos que das al día, contabiliza a los chicos a los que llamas la atención, haz que todos vean cuál es tu opinión de la última película en cartelera en esta app. Asegura, comprueba, contrasta, revisa, calcula todo cuanto puedas.

Pero no se puede disfrutar lo que previamente ya es experimentado cuando se anticipa: una cita puede ser lo que esa nueva persona te presente si la atiendes sin expectativas, o la batería de anécdotas que te repites delante del espejo antes de salir para causar una buena impresión. De nuevo, lo ajeno y su correspondiente embrujo es contrario a vivirse desde el ombligo. Para maravillarse, debe mirarse a los ojos al forastero.

Louise Glück dijo que miramos el mundo una sola vez en la infancia, y que el resto es memoria. Yo no quiero conformarme con la nostalgia de lo que una vez viví, tratando de "curar a una niña interior" (¿Qué diablos será esa última mamarrachada que venden gurús espirituales?).

Según uno madura, puede relacionarse con el misterio y el asombro de mil maneras: si crecer es acumular experiencias, ¿cómo va a vivirse la vida de verdad sólo una vez?, ¿¡pero eso qué es!? Me niego a glorificar la inocencia infantil como única causa de felicidad.

Uno crece, y cuanto más presente es y activo está, cuanto más se expone a la vivencia, en consecuencia, más curiosidad le brota, más vive, más disfruta del misterio, más sensaciones es capaz de percibir. El amor, la admiración, son incompatibles con el escepticismo o prejuicio. Si uno no se asombra, es porque no está viendo al otro. Quizá, ni siquiera escuchándose a sí mismo, sólo a la idea de lo que uno debe ser. Tiene que salir fuera a buscarlo, empezar a contemplar, encontrar una compañía que le discuta y le mueva.

Los adultos también jugamos, pero debemos dejar de centrarnos tanto en las reglas, y más en poder entenderlas para divertirnos, y si es posible, también para ganar. Dejemos de evadir la realidad, abramos bien los ojos, atendiendo alrededor, aceptando el cambio y cuestionando el estado de las cosas presentes. Si duele, que se enfrente sabiendo que la única forma de pasar por ello es atravesándolo. Entonces se habrá vivido, entonces nos albergarán sentimientos y formas de belleza que jamás habríamos imaginado. Asombrarse es permitir lo desconocido. Louise, disfrutar es aspirar activamente a algo más que una memoria inundada de melancolía derrotista e inmovilizante.

Los reyes son los padres, sí, pero, afortunadamente, ya no somos sólo la ilusión de un niño. La vida tiene una inmensidad de regalos, trabajemos por multiplicarlos, esa es la virtud humana. Ahora conocemos otras y mejores formas de placer y alegría, debemos seguir persiguiéndolas de la única manera posible: juntos frente al claroscuro. Menos mal que aún hoy queda todo por hacer.

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