Pato confinado

Comer la placenta: una práctica controvertida cada vez más popular

Placenta.
Placenta.

Se come en batidos, cocinada o cruda y, normalmente, debido a su sabor y difícil textura, en cápsulas, triturada. Se ha convertido en moda de estrellas de cine y práctica entre mujeres que reivindican el poder sobre su parto.

Su nombre, como su carne, no es que suene agradable: placentofagia. Y se trata, como el título indica, de comer la placenta, un órgano efímero bañado en hormonas y mística. Puede ingerirla la madre tras el parto o personas ajenas, seducidas por sus supuestos beneficios. Es un método controvertido y puede entrañar riesgos, según alerta la comunidad médica.

Figuras del mundo de espectáculo, como Kim Kardashian o Tom Cruise, han defendido sus bondades nutricionales. Se publican libros de recetas y cada vez más madres realizan esta práctica en distintos países del mundo. Algunos estudios consideran que es una práctica que se realiza principalmente en Occidente por mujeres blancas de clase media y que está creciendo en popularidad.

Quienes la toman piensan que ayuda a prevenir la depresión postparto (el principal motivo por el que se acude a ella, según las encuestas); que estimula la leche materna, que aporta hierro y nutrientes, que devuelve la energía a la madre, por los minerales y hormonas que contiene.

Pero la ciencia no tiene nada claros estos beneficios (no hay evidencias sólidas que los respalde), y sí que entrevé riesgos de infección, aunque tampoco hay registro médico sobre complicaciones derivadas (en 2016, se reportó un caso de infección infantil potencialmente asociado a una placenta tomada en forma de cápsula).

Desaconsejado, pero un derecho

Hay países que en sus listas de recomendaciones desaconsejan ingerirla porque consideran que puede poner en riesgo al bebé y a la madre. Este peligro estaría en la contaminación de la placenta por acción bacteriana o viral.

En algunos países, incluidos España, se puede solicitar la placenta de manera formal, aunque puede haber reticencias por parte del hospital al tratarse de un desecho biológico.

Cuando se entrega la placenta, se indican las medidas necesarias para disminuir al máximo los riesgos sanitarios (como usar guantes en su manipulación, que no esté en contacto con personas sin protección o animales). La mayoría de las madres que la toman, sin embargo, tienen el parto en casa.

La base legal es que se debe respetar, tal como recomienda la OMS, el "derecho de la madre a decidir sobre su vestimenta (la suya y la del bebé), comida, destino de la placenta, y otras prácticas culturalmente importantes".

Hay culturas que entierran la placenta dentro de sus ritos tradicionales, como los mapuche. Y también hay empresas que las usan para comésticos y suplementos. En algunos países, se utilizan como saborizante (periódicamente, la prensa denuncia la existencia de un mercado negro en China, donde se venden desecadas como si fueran setas o en salazón, según las publicaciones).

Los patólogos argumentan que las placentas pueden estar colonizadas por bacterias y que de hecho algunas están infectadas, como ocurre con el Staphylococcus aureus, presente en la vagina de un 10% de las mujeres.

El dato de que muchos mamíferos se coman la placenta nada más nacer su camada tampoco parece convencerles. No hay pruebas, por otro lado, de que esta haya sido una práctica llevada a cabo por pueblos ancestrales.

'Smoothie' de placenta

En realidad, la llamada 'placentofagia materna', se trata más bien de una decisión de la madre.

Así lo ve Irene, de 43 años, ex veterinaria que acaba de tener a su segundo hijo. Es la segunda vez también que toma su placenta.

La primera la intentó freír fresca, a la plancha, pero es un manojo de nervios difícilmente masticable. Se la dieron congelada y en un bote hermético en el hospital. La forma que finalmente ella ha escogido para tomarla es en batido, junto a vegetales, zanahorias o frutos rojos. "Como si fuera un smoothie", explica.

Dice que sabe a carne, que parece casquería o riñones, que es correosa, que si la masticas hace ñac ñac. Las placentas que toman las madres a veces se cocinan (normalmente al vapor), muchas se encapsulan, tras deshidratarse y triturarse, o se ingieren crudas en estos batidos, trituradas.

"Yo decidí tomar la placenta porque es una conducta habitual en los animales, y porque un parto es un proceso vital muy exigente energéticamente hablando, hay un sangrado, y la placenta es como un alimento nutritivo, es carne y sangre", dice.

Muchos médicos argumentan, sin embargo, que este tipo de ‘tratamiento’ postparto solo se basa en anécdotas, en el boca a boca, e incluso en el placebo, además de no existir un método estandarizado de consumo.

Irene confirma que se informó por el testimonio de otras madres y de comadronas. Dice que en su segundo parto, en casa, la asistió una médico y que ella era de otra opinión, menos censora con esta práctica que el colectivo en general.

Internet ha expandido la placentofagia gracias a foros sobre la crianza, el auge de las medicinas alternativas, y el parto natural. Quienes lo defienden exponen muchas veces una resistencia a la medicalización y hablan del control de la madre sobre el parto. También citan cuestiones cercanas a la espiritualidad. "Es como una cuestión mística-energética, es una parte tuya, que ha sido de los dos, y que vuelve a ti", explica Irene. Por la misma razón, también ha enterrado una parte de sus placentas en árboles, un árbol plantado por cada hijo nacido.

'Autocanibalismo' es uno de los adjetivos que suelen usar sus detractores (acaso la placenta sea unos de los últimos grandes tabúes). Falta de efectos y pseudociencia, incluso peligro biológico...

Quienes lo defienden, claro está, no lo ven así. "Es una cuestión personal y a mí me gusta poder disponer de mi placenta para lo que yo quiera", argumenta Irene.

Un estudio que incluyó a 7.162 mujeres que comieron su placenta no encontró asociación con resultados neonatales adversos, incluida la infección.

Lo cual tampoco quiere que no haya peligros o que comerla sirva de mucho, más allá de que sea un acto de empoderamiento personal.

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