/

Odio el verano, ¿soy el único?

Si se trata de odio (o amor) nunca estamos solos, no te preocupes. Y el odio al verano no es excepción, ni mucho menos. Son muchas las personas que manifiestan con mayor o menor vehemencia su animadversión a la época estival, particularmente al calor que trae consigo y su repercusión tanto en el estado físico como en el aspecto psicológico.  

Pero hay más, también están las contagiosas rutinas veraniegas de las que muchos no consiguen escapar. Y eso de que todos hagamos lo mismo y al mismo tiempo, por ridículo que sea, no deja ser, al menos, chocante. Por todo ello, y más, odias el verano. Y no, no eres el único summer hater

Odiar el verano es odiar el calor

Calor
Calor

La principal razón que argumentan las personas que no toleran bien el verano para exponer su aversión a esta época del año gira en torno a las elevadas temperaturas. Viviendo en España, esta reacción tiene todo el sentido porque el verano es más largo que en otras zonas de Europa, las temperaturas son más elevadas y los días no terminan nunca debido a la particularidad de nuestro huso horario

Si estuvieras en Noruega, tal vez vivirías el verano de otra manera, como un oasis caribeño en medio del permafrost del resto del año, pero en España la situación es diferente afectando en mayor o menor medida nuestro equilibrio emocional. Y el cerebro es el primer que lo nota.

Tu cerebro tampoco soporta el calor extremo

¿Por qué en verano no queremos trabajar?
Apatía y mal humor – Fuente: Pexels

Tanto el cerebro como el resto del cuerpo reaccionan ante un escenario ambiental que puede resultar difícil de soportar. Tal y como señala este artículo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale, los aumentos de temperatura pueden alterar profundamente la actividad cerebral, incluyendo la activación de las neuronas, lo que explica también como estas altas temperaturas afectan a diversas enfermedades mentales, como la propia epilepsia.

El hipotálamo es la parte del cerebro que antes percibe el calor enviando señales al resto del cuerpo para actuar en consecuencia: su objetivo es mantener el cuerpo a la temperatura ideal, ya sabéis, 36,5 grados aproximadamente. Y es así como empezamos a sudar, un efecto del calor que, aunque imprescindible y totalmente natural, no deja de ser muy desagradable para muchas personas. Pero el sudor puede tener consecuencias peores que el olor: la deshidratación.  

Si el cuerpo no repone líquidos y se calienta demasiado, las altas temperaturas pueden afectar tu cerebro incluso de forma irreversible. Es, también, el temido golpe de calor producto de la hipertermia que sucede cuando la temperatura corporal asciende a niveles superiores a los normales y el sistema de termorregulación del cuerpo no puede funcionar correctamente.  

Llegados a este punto, el cerebro envía señales para reducir la actividad muscular: es entonces cuando aparece la fatiga. Si esta fatiga se mantiene en el tiempo puede conllevar mareos, náuseas o alteraciones visuales.  

Pero, aunque no lleguemos a estos casos extremos en los que el físico puede estar en peligro, es un hecho que el rendimiento puede reducirse notablemente en condiciones ambientales extremas, aunque controladas. Además, estas alteraciones físicas se combinan con otras psicológicas. 

El síndrome afectivo estacional… de verano

Personas en el agua del mar - Fuente: Depositphotos
Personas en el agua del mar – Fuente: Depositphotos

Aunque comenzó vinculándose al invierno, su principal impulsor, el psiquiatra, escritor y conferenciante sudafricano Norman E. Rosenthal, también detectó el síndrome afectivo estacional en verano: “El SAD de verano es más una depresión agitada; mientras que las personas con SAD de invierno tienden a quedarse dormidas y a comer en exceso, el SAD de verano a menudo se manifiesta con insomnio y disminución del apetito”. 

Y el insomnio o las dificultades para dormir son otras de las causas que más citan los summer haters para reafirmar su aversión al verano. Sobra decir que el descanso que cuerpo y mente recibe durante el sueño es fundamental también para mantenernos en un buen estado anímico. Pasarse toda la noche dando vueltas por culpa del calor alienta la irritabilidad, hasta un punto en el que las personas pueden reaccionar con agresividad. 

Así lo certificó este estudio que trataba de buscar un vínculo entre los conflictos étnicos y las guerras civiles en Europa y África y las olas de calor. Y lo encontró: por cada grado que sube el termómetro, aumenta un 1,5% el número de asesinatos en Sudáfrica. 

¿Es el verano la nueva Navidad? 

"Solo buenas vibraciones" escrito sobre la arena - Fuente: Unsplash
“Solo buenas vibraciones” escrito sobre la arena – Fuente: Unsplash

Es un hecho que el calor excesivo afecta a nuestro equilibro emocional, al alterar funciones claves de nuestro cerebro y del resto del cuerpo. Pero, al margen de estas consecuencias físicas del calor extremo, tenemos otra serie de causas que pueden estar detrás de esta animadversión al verano. Y no se trata ya tanto del calor, sino de las costumbres culturales asociadas al verano que no todos quieren seguir ni soportar

¿Por qué tengo que ir a la playa? ¿Por qué tengo que bajar a la piscina? ¿Por qué tengo que tomar el sol? ¿Por qué tengo que irme de vacaciones en verano? ¿Por qué no hay nadie en la ciudad? ¿Por qué la ciudad se “rinde” en verano y no hay nada que hacer? O, lo contrario, ¿por qué todos vienen en verano a mi pueblo, a mi playa, con lo tranquilo que estoy el resto del año? ¿De dónde salen tantos niños? ¿Por qué no están constitucionalmente prohibidos los footfies? ¿Por qué tengo que ponerme una camisa de estampado floreado para ir a un festival? De hecho, ¿por qué tengo que ir a tres o cuatro festivales cada verano? ¡No tengo tantas camisas floridas! ¿Y quién es el iluminado que inventó el maldito chiringuito? ¿Fue el mismo que inventó las bermudas? ¿Por qué tengo que tomar mojitos si lo que me gusta es el bourbon templado y sin hielo… o el agua del grifo? ¿Por qué tengo que bailar la canción del verano? ¿Por qué tengo que ir a las terracitas? ¿Y por qué no he aprendido a poner una dichosa sombrilla en todos estos años?  

Son muchas las preguntas que podemos hacernos en esta época del año hasta el punto de que ya hay quien dice que el verano está cerca de convertirse en la nueva Navidad: otro periodo del año marcado por los clichés, los compromisos ineludibles, el good vibes only, el gregarismo y el más soberano aburrimiento. Pero no es vida estar deseando que pasen los diferentes periodos del año, ¿verdad? No vaya a ser que nos quedemos sin días para no odiar. 

Por qué no debes odiar el verano

Una sombrilla - Fuente: Unsplash
Una sombrilla – Fuente: Unsplash

En una época en la que la palabra “odio” ha vuelto con fuerza, vamos a dejar un momento a un lado las bromas y las pataletas y recomendaros que no odiéis nada… ni siquiera el verano ni la Navidad. Para empezar, por pura supervivencia. Es saludable hacer unas bromas sobre cualquier cosa, pero no hasta el punto de creérnoslas al pie de la letra. Porque vivir odiando una época del año que puede durar hasta cuatro meses, no es vida. Y el verano tiene muchas cosas buenas. Si hasta la Navidad las tiene, ¿cómo no las va a tener el verano

Cuando dices que odias algo y te tomas muy en serio las razones que das para justificar ese supuesto odio, lo único que consigues es reforzarlo. Es una actitud completamente contraproducente ya que lo único que haces es justificarte, regodearte y autocompadecerte. La mejor forma de minimizar la animadversión que sentimos por algo es justamente la contraria, buscar soluciones, buscar el lado bueno, que casi todo lo tiene, aunque suene a manual de autoayuda en rebajas veraniegas.

Así que la próxima vez que te pongas en modo “odio” creyendo que eres muy incisivo en tus aceradas críticas, piensa un poco a quién perjudica más tu postura. Y si el cambio climático ha llegado para quedarse, mientras buscamos soluciones, será mejor que empecemos a aprender a convivir con el calor. Y ya de paso a poner una sombrilla sin que se la lleve el viento de Levante…  



1 Comment

  1. Resulta preocupante (por no decir indignante) esta tendencia (creciente!) a la utilización de palabras,giros,frases,conceptos,etc. de una lengua que se ubica en las antípodas de la nuestra como es el inglés.
    Durante toda la historia,cuando en el idioma propio no existía la palabra que definiera una nueva “situación” se hacía uso de la de otro idioma,o sea por “extrema necesidad”.
    Hace ya años que existe la moda de usar otras lenguas “para darse corte” al poner el nombre a un comercio,o para resaltar lo que define a una actividad, actitud por demás infantil y que demuestra muy poca valoración por lo propio.
    Que las grandes empresas tecnológicas definan en inglés sus “avances” es comprensible desde todos los aspectos ( incluído el ideológico…)
    Ahora bien: cual es el sentido de que,sobre todo desde el periodismo,se esté dejando de lado (gradual y conscientemente!) las lenguas de nuestro Estado en beneficio del inglés ?
    La primera medida que una cultura impone a sangre y fuego a otra cuando pretende “conquistarla” consiste en prohibir su idioma……; todos somos conscientes de lo que éste cohesiona y dignifica a los pueblos!
    Lo que me preocupa especialmente es cómo es posible que medios, profesionales,periodistas,etc.ejerzan este “despropósito” y que no tengan en cuenta la trascendencia que esta actitud conlleva,la gravedad que encierra.
    No podemos defender la Cultura sin proteger las Lenguas…..
    Pensé que ésta es una “verdad de perogrullo”,pero hoy no estoy tan seguro…..

Dejar una respuesta

Your email address will not be published.