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Prohibir niños en la boda: ¿una elección personal o ‘niñofobia’?

Mientras en otras partes del mundo empiezan a experimentar con las bodas sin alcohol o dry weddings, en España preferimos vetar a los niños, porque se aburren, se duermen, molestan, son un gasto extra o no dejan disfrutar a sus sufridos papis: esas son las razones que a menudo se esgrimen para dejar a los niños fuera de las bodas.

Si bien ya existen desde hace años los hoteles y restaurantes adults only, la tendencia a organizar bodas sin niños es relativamente reciente generando dudas entre aquellos invitados que tienen hijos menores. Y bien, ¿nos estamos convirtiendo en una sociedad con niñofobia

“Es mi boda y yo decido” 

Una boda - Fuente: Unsplash
Una boda – Fuente: Unsplash

Uno de los argumentos que se suele aportar a la hora de vetar a los más pequeños en las bodas es que supone una decisión personal de los novios: es su boda y ellos toman las decisiones. Después, los invitados son libres para, en base a los requisitos que imponen los organizadores, decidir si acuden o no. Esto es lo que dice la teoría: libertad para todos, de los novios para organizar el enlace como consideren oportuno, y libertad de los invitados para asistir o no asistir.  

Pero antes de aceptar este punto de vista, conviene reflexionar sobre lo que significa una boda, entendiendo esta como la unión institucionalizada entre dos personas, cuya tradición se remonta a la Mesopotamia de hace más de 6.000 años donde se documentó el primer pacto entre dos personas para institucionalizar una vida en común, una suerte de contrato que tuvo en la Roma antigua su primera legislación documentada. 

Tal y como señala Alejandro Zarraluqui en este interesante trabajo sobre la evolución del concepto de matrimonio, la progresiva formalización de las relaciones entre los hombres y las mujeres tuvieron como objetivo inicial desarrollar un contexto que favoreciese la crianza de los hijos y, con ella, la conservación de estructuras sociales superiores (familias, grupos sociales) establecidas alrededor del matrimonio. 

Pero los tiempos han cambiado un poco en estos últimos 2.000 años y, como dice Zarraluqui, a medida que otras instituciones se han hecho cargo de las funciones que antes cumplía el matrimonio, este se ha ido desplazando desde un contexto de transacción con fines económicos, políticos y sociales a otro de naturaleza privada e interpersonal.  

Así pues, en la actualidad, y salvo excepciones, una boda es un evento “privado” en el que los novios toman las decisiones sobre el modo en el que se organiza. Y eso incluye, claro está, a los invitados.  

La boda como acto social y familiar 

Una boda - Fuente: Unsplash
Una boda – Fuente: Unsplash

Ahora bien, lo que no ha cambiado mucho en estos 6.000 años es que la boda, incluyendo la celebración posterior al trámite administrativo y/o religioso, sigue siendo un acto social en el que participan más personas, generalmente familiares y amigos de los novios. Y es aquí donde puede surgir el conflicto entre las partes. Porque en el momento en el que organizas un acto en el que “deseas” que participen más personas, debes estar atento a sus “deseos”.  

Desde este punto de vista, una boda no sería un acto unilateral en el que todo gira en torno a la satisfacción de los novios, sino un acto en el que hay que contar con la satisfacción de todas las partes implicadas, lo que incluye a los invitados.  

Y cualquier que haya tenido que organizar una boda sabrá que, como en cualquier otro contexto social, no se trata tanto de hacer lo que a uno le da la gana y los demás que se aguanten o si no que no vengan, sino de encontrar un equilibrio entre lo que uno quiere y lo que los demás pueden querer.

Porque en el momento en el que invitas a alguien a un evento ya tienes que valorar su situación personal. Hasta qué punto se cede en determinados aspectos dependerá del carácter de cada uno y de las diferentes personalidades de las familias y los invitados.  

Al final, la realidad, más allá de la teoría, nos dice que una boda suele ser un encaje de bolillos, como cualquier evento familiar, léase una cena de Navidad, pero un poco más complejo. Y cuando alguien piensa en que “todo salga perfecto” en su boda ya dependerá de cada uno cómo se interpreta ese “todo”: si se refiere a todo lo que yo quiero (y nada más) o a lo que mis invitados (y yo) queremos. 

Por supuesto, no se trata de someter a votación asamblearia entre todos los invitados a la boda si es mejor apostar por la lubina salvaje o el arroz con bogavante, pero sí de manejar la empatía con las decisiones más relevantes… como la de no invitar a los niños que, sin duda, afectará a un número considerable de invitados que los tengan.  

‘Niñofobia’ y ‘adultocentrismo’ 

Dos niños en una boda - Fuente: Unsplash
Dos niños en una boda – Fuente: Unsplash

¿Qué razones se esgrimen para no invitar a los niños a las bodas? Se dice que los niños se pueden aburrir, que llegan muy cansados a la última fase de la boda, que pueden molestar a otros invitados, que los padres deben estar pendientes de ellos y no pueden disfrutar, etc. Nadie puede negar que hay mucho de cierto en todas estas explicaciones. Porque los padres sabemos muy bien lo que pueden llegar a molestar los niños, empezando por los nuestros, por supuesto.

Pero que un niño te moleste en el avión o en un restaurante no es niñofobia, sino una reacción a menudo lógica ante determinada situación. Lo mismo que maldecir a un vecino por los ladridos impenitentes de su perro los cuales te impiden trabajar adecuadamente no te convierte en perrofóbico. Las fobias son, en muchas ocasiones, trastornos muy serios y no conviene poner ese apelativo a cualquier situación más o menos conflictiva.

Ahora bien, ¿estamos cayendo en la niñofobia al no invitar a los más pequeños a las bodas y pedir a los adultos que acudan sin sus hijos? Tal vez es llegar demasiado lejos. No creemos que las personas que organicen una boda adults only sean niñofóbicas. Más bien cabría hablar de egoísmo y falta de empatía, siempre que entendamos la boda como un acto social en el que no solo participan los novios, sino también sus invitados.

Al fin y al cabo, deben ser los propios padres los que decidan qué hacer con sus hijos, si prefieren estar sin ellos en el enlace o prefieren acudir con ellos ya que consideran que sus hijos se lo van a pasar bien, y sus propios padres con ellos. Porque no todos los padres y madres que acuden a las bodas están deseando emborracharse y olvidarse de que son padres durante una noche.

Además hay que contar con la propia empatía de los invitados hacia los gustos o carácter de los novios: a lo mejor son los propios padres los que “ayudan” a los novios no llevando a sus hijos, sin que nadie se lo exija invitación mediante.  

Dos niños camino de un coche - Fuente: Unsplash
Dos niños camino de un coche – Fuente: Unsplash

No obstante, la polémica sobre la niñofobia que estaría asociada a esta clase de eventos y espacios adults only empieza a alertar a muchos psicólogos sobre una suerte de adultocentrismo, un tipo de hegemonía que se define como una relación social asimétrica entre las personas adultas que ostentan el poder y son el modelo de referencia para la visión del mundo.

Al margen quedarían, no solo los niños y los adolescentes, sino las personas mayores, las cuales ya se sienten arrinconadas en muchos ámbitos. Aunque, de momento, qué sepamos, nadie ha organizado una boda “sin pensionistas”.

Cómo decir ‘no’ a una boda sin niños

Así pues, a la hora de organizar una boda sin niños, debemos valorar muy bien las consecuencias que ello puede tener entre los invitados. Si se da la circunstancia de que hay pocos invitados con niños y/o contamos con la “comprensión” de buena parte de los invitados en este aspecto, siempre es una opción.

Pero, con todo, creemos que lo correcto es dejar que la decisión final sobre acudir o no a una boda con sus hijos sea de los propios padres, entre otras cosas porque no todos tienen la opción de “deshacerse” de los niños para ir de boda, aunque lo estén deseando.

En este sentido, como organizadores de una boda debemos tener en cuenta la situación personal de cada familia. Si no les permitimos que acudan a la boda sin niños, ¿qué hacen con ellos? No todas las familias tienen disponibilidad económica y/o ayuda familiar para poder cuidar a los niños durante varias horas en un día. En estas ocasiones, las familias no deciden no acudir por sentirse ofendidos, sino, sencillamente, porque no pueden.

Así pues, llegados a este punto, si te ves obligado a rechazar tu asistencia a una boda adults only, aconsejamos ser claros y no andarnos por las ramas, pero siempre con tacto y respeto hacia la decisión de los novios de organizar la boda a su gusto. Al fin y al cabo, conviene no crispar por adelantado el ambiente de un día de celebración en el que las emociones están a flor de piel.



2 Comments

  1. Adultocentrismo… sí, pero adultocentrismo enfocado a una vida de consumo. Y por eso se deja de lado a los niños porque molestan y se entrometen en el diseño del acto con sus juegos, con su inocencia, con sus requerimientos, con su ni saber estar.
    Los actos de antes no eran menos adultocentricos pero se enfocaba de otra manera.

  2. Hola,
    No mencionais un punto fundamental: si el niño está educado o preparado para comportarse de una forma suficientemente correcta en un acto publico.
    Un niño que chilla, corre entre las mesas o tira comida (he visto todo eso) no resulta agradable para nadie.
    Por otra parte, hay soluciones intermedias: he estado en bodas donde se contrató a un par de cuidadores y se preparó una sala donde los niños podian jugar, con colchonetas para dormir; el precio por este servicio fue irrisorio comparado con el coste general de la boda.
    Saludos,

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