Punto y seguido

¿Por qué EE. UU. recurre a China para poner paz entre Israel y Palestina?

El presidente de China, Xi Jinping, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, asisten a una ceremonia de firma en el Gran Salón del Pueblo en Beijing, China, el 14 de junio de 2023. -JADE GAO/ REUTERS
El presidente de China, Xi Jinping, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, asisten a una ceremonia de firma en el Gran Salón del Pueblo en Beijing, China, el 14 de junio de 2023. -JADE GAO/ REUTERS

Las enemistades entre los Estados son igual de complejas y contradictorias que sus alianzas, y aquí un escenario surrealista para los analistas de blanco-negro: no ha sido ninguna casualidad que el Secretario de Estado de EE. UU. Anthony Blinken visitara Beijín el 18 de junio justo después de que el presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas abandonase la capital de China. La administración Biden, que desea la caída del impresentable gobierno de Netanyahu -pero no va a utilizar decenas de medios de presión de los que dispone (piensen en el lobby proisraelí, el acercamiento de las elecciones presidenciales del 2024, y las 14 razones del apoyo estratégico-incondicional de EEUU a Israel)-, hace suya la iniciativa china para conseguir este objetivo sin que se le viera la mano.

Por si este curioso dato fuese poco, también hay que recordar que fue justamente la doctrina del Regreso a Asia de Barak Obama-Joe Biden para contener a China lo que llevó a EE. UU. a firmar el acuerdo nuclear con Irán y trasladar parte de sus tropas al Indio-Pacífico para estrechar el cerco alrededor de China y, por consiguiente, la  disminución de la influencia estadounidense sobre Israel, a pesar de que Obama no hizo más que burlarse de los palestinos. Es más, Benjamin Netanyahu, el mismo que forzó a Donald Trump a romper este importante acuerdo del control sobre la  proliferación de armas nucleares, no oculta su disgusto por el acercamiento de la Administración Biden a la teocracia chiita y el "mini acuerdo nuclear" con los ayatolás, por el que EE. UU. está desbloqueando miles de millones del dinero iraní en los bancos de Corea del Sur e Irak a cambio de ciertos límites al enriquecimiento de uranio por parte de Teherán. De hecho, la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí por la medicación china y la luz verde de Washington a Riad ha tenido el objetivo de impedir que una guerra total entre Irán e Israel (que se da por inevitable, y ya ha sido entregada en fascículos, en Siria, Líbano, Irak, y el propio suelo iraní) alcanzase el estrecho de Ormuz, paralizando el suministro del petróleo al mundo.

Las relaciones entre Washington y Tel Aviv hoy son tan tensas que Blinken en este giro por Oriente Próximo esquivó visitar Israel, para no escuchar las quejas y amenazas de Netanyahu sobre sus negociaciones con Teherán.

Las razones de China para implicarse en este conflicto

Uno no puede presentarse como superpotencia y seguir siendo un simple observador de uno de los conflictos más importantes del mundo, si además cuenta con una serie de factores que le permiten jugar un papel efectivo, como, por ejemplo: no tener un pasado imperialista con las partes, ni intereses militares en esta guerra; no ser antisemita, ni tampoco tener grupos de presión judío o árabe en su parlamento que le condicione; todo lo contrario: China nenecita paz en esta región que es su principal suministrador de energía.


A estos datos se añade el deterioro inadmisible de la situación de millones de palestinos, -rehenes del Estado israelí hasta para beber agua y encender la luz-, y la tradicional simpatía de China hacia los palestinos. Para Beijín, la principal causa de esta situación es el incumplimiento de "las legítimas aspiraciones" de los palestinos de contar con un Estado independiente.

Los últimos ataques mortales de Israel a Gaza, durante el pasado abril, renovaron la intención de China de ir construyendo su imagen de la potencia pacificadora. El nuevo ministro de Relaciones Exteriores de la superpotencia Qin Gang no dudó en criticar duramente a Israel por sus políticas que solo "aumentan la tensión en la región", a la vez que propuso a las partes la mediación de su país para "trabajar juntos por una solución temprana, justa y duradera al problema palestino". Para ello, China se unió a los Emiratos Árabes Unidos para exigir que esta cuestión fuese debatida en el Consejo de seguridad de las Naciones Unidas.

Cronología de un cambio de enfoque

El apoyo a la lucha palestina, considerada un movimiento de liberación nacional, está en los genes de la República Popular China (1949). Para Mao Zetong, Israel no era más que "una base del imperialismo" en Oriente Próximo. Por lo que China se convirtió en 1965 en el primer estado no árabe-ni islámico en entablar relaciones diplomáticas con la Organización de Liberación Palestina. Sin embargo, con la muerte de Mao en 1976, la desideologización de la política exterior china hizo desdibujar el "internacionalismo" y los palestinos recibirán, principalmente, dulces palabras.


Dos años después, Beijín corta el apoyo a los grupos de resistencia armada palestina y respalda los Acuerdos de Camp David, y una vez que desaparece la Unión Soviética (que desde la guerra de 1967 había cortado sus relaciones con Israel) China establece relaciones diplomáticas con Tel Aviv. La conversión de Oriente Próximo en el principal proveedor de energía a China y los avances tecnológicos de Israel aumentarán el peso del país judío en la política china. Entre 2005 y 2022, el valor de la compra del crudo, así como las inversiones chinas en la región han sido de 250.000 millones de euros. Los vínculos de la superpotencia con Israel son económicos (un "matrimonio hecho en el cielo", dijo Netanyahu) y con Palestina más bien emocionales.

En 2002, China designa un enviado especial para Oriente Próximo, para ir conociendo sus realidades cambiantes, y dos años después inaugura en Ramallah la Oficina de la República Popular China, con funciones de Embajada, que además pone en marcha algunos proyectos de desarrollo. Es a partir del 2017 cuando China planea participar en la resolución del conflicto, presenta su Plan de Cuatro Puntos, que consistía en:

  1. Avanzar hacia el establecimiento de la solución de dos Estados en base a las líneas de 1967.
  2. Respaldar "el concepto de seguridad común, integral, cooperativa y sostenible", para paralizar la construcción de asentamientos israelíes en lo que queda de las tierras palestinas.
  3. Proponer en la ONU medidas coordinadas de fomento de la paz y,
  4. Promover el desarrollo y la cooperación económica entre Israel y los palestinos, para acabar con el conflicto

La propuesta no fructifica, por:

a) La falta de voluntad de Israel, además de las injerencias de los países árabes, Turquía e Irán, que patrocinan a diferentes facciones del poder palestino, y no tiene interés en que el conflicto acabe;

b) La naturaleza despolitizada del enfoque, que no tiene en cuenta el cambio en el equilibrio de las fuerzas entre las dos partes tras el fin de la URSS (el principal respaldo de Palestina), o el desmantelamiento de los principales estados árabes propalestinos: Irak, Libia y Siria;

c) La ausencia del compromiso por parte de la propia China para equilibrar la asimetría de poder entre Israel y los palestinos con medidas reales para forzar a los judíos a negociar.

Su iniciativa del 2017, de organizar una mesa de conversaciones, que no negociaciones, entre los activistas israelíes (que no su Gobierno) y la autoridad palestina no era precisamente lo que necesitaban las partes.

Ahora, hay un nuevo activismo chino: el año pasado, y ante el asombro de Israel, el país de Confucio votó a favor de la resolución en la Asamblea General de la ONU, para que la Corte Internacional de Justicia de La Haya investigase las consecuencias legales de la ocupación israelí en los territorios palestinos (que tampoco serviría de algo).

La capacidad real de China en este terreno

Con los ministros fascistas en el gobierno israelí que abogan abiertamente por la limpieza étnica palestina, China recupera el Plan de Cuatro Puntos, insistiendo en la creación de dos estados (a pesar de esta prácticamente superado), mantener el statu quo histórico de los lugares sagrados (base de los poderes reaccionarios de ambos lados) y detener la expansión de los asentamientos. O sea, lo mismo que pide Arabia Saudí: ¿dejando que los 500.000 de ultras judíos que en los últimos 20 años han ocupado Cisjordania se queden? Se nos roban cien derechos y logros y cuando se nos devuelve uno es para reírse de nosotros, drogados con una, inyectan la ficción de la victoria. Una de las diez implicaciones de la proclamación de Israel como una República Judía, es que, en el hipotético caso de que Israel acepte una "comunidad autónoma palestina" en su seno, los árabes seguirán siendo ciudadanos de segunda.

Israel, por el momento y con bastante tacto, ha rechazado la mediación china: suelen ser los derrotados en un conflicto los que buscan la intervención diplomática de terceros, e Israel ha sido el principal (por no decir el único) ganador de la nueva reconfiguración de la región diseñada por EE. UU. Es más, Israel ve al gobierno del presidente Xi como el responsable de posibles daños al Acuerdo de Abraham (que demostró que los árabes pasan de la "causa palestina"), tras "hacer las paces" entre Riad y Teherán.

Lo que busca Beijín, en realidad, no es una "paz positiva" -eliminar las causas del conflicto-, sino una "negativa": el silencio de las bombas israelíes y las piedras palestinas, algo que tampoco sucederá.

El fracaso de China en esta hazaña no será traumático: los occidentales tampoco la ganaron. Al menos alguien, que ni es árabe ni islámico, vuelve a recordarse de los palestinos.

Más Noticias