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Ecoansiedad, el estrés mental que cada vez tendrá más gente

“Dado que los efectos negativos del cambio climático seguramente afectarán de manera desproporcionada a los pobres del mundo (…) la ecoansiedad es una emoción que deberíamos sentir para aumentar el bienestar planetario”.  

Esta es una de las conclusiones más desconcertantes y debatibles a la que llega uno de los estudios científicos recientes más ambiciosos sobre la denominada ecoansiedad, un concepto nuevo y polisémico que hace referencia al temor crónico a que un cataclismo ambiental tenga consecuencias irreparables

A continuación, analizamos los diferentes matices de la ecoansiedad, las causas de este trastorno, las diferencias entre la ansiedad generalizada y la “ansiedad práctica”, por qué cada vez más gente la padecerá y los mecanismos que debemos accionar para evitar que esta ecoansiedad se convierta en un problema psicológico de dimensiones planetarias. 

Ecoansiedad: un concepto controvertido y polisémico 

Ecoansiedad - Fuente: Pexels
Una persona en un bosque- Fuente: Pexels

Si bien el concepto de ecoansiedad fue nombrado en 2017 por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, las investigadoras de la Universidad Tecnológica de Queensland en Australia Kristina Searle y Kathryn Gow ya se referían a esta idea en su artículo de 2010 ¿Las preocupaciones sobre el cambio climático generan angustia? publicado en la Revista Internacional de Estrategias y Gestión del Cambio Climático

Para ellas, la ecoansiedad es una excesiva preocupación por el cambio climático, una respuesta de los individuos a los problemas relacionados con el reto climático. Las investigadoras australianas señalaban que las noticias sobre el cambio climático y los programas educativos de concienciación “han inundado Australia los últimos cuatro años a través de internet y televisión” impactando a nivel psicólogo a buena parte de la población. 

Desde entonces, el concepto ecoansiedad ha entrado con fuerza en los estudios sociológicos, psicológicos y medioambientales añadiéndole diferentes matices que complican su análisis. Así, la ecoansiedad se vincularía desde el miedo crónico a la fatalidad ambiental hasta una preocupación severa y debilitante por riesgos que pueden carecer de significancia.  

Además, la ecoansiedad en sus diferentes vertientes estaría compartida tanto por personas que han sufrido directamente una catástrofe ambiental, como por individuos que presencian las mismas a través de televisión o internet, hasta los propios científicos que, a menudo, se sienten desamparados al afrontar la realidad de sus investigaciones y comprobar que sus hallazgos no tienen el impacto deseado en las agendas políticas.  

Pero es que, además, la ecoansiedad incluye numerosas emociones que van más allá de la ansiedad o se diferencian de la misma, lo que explica los diferentes debates que se generan alrededor de un término que suma demasiadas facetas diferentes y que parece requerir un replanteamiento. 

En este sentido, un estudio de la Universidad de Bath en Reino Unido, se refería a que un individuo está “ansioso” por el cambio climático en la medida en que informa altos niveles de las siguientes siete emociones cuando piensa en el calentamiento global: miedo, nerviosismo, terror, malestar, culpa, vergüenza y angustia

Pero la ecoansiedad también puede tener una vertiente positiva, cuando esa ansiedad es puntual y no generalizada y se maneja con sentido común: es entonces cuando puede ser una fuente de motivación para la participación activa particularmente cuando se asocia a una acción colectiva para actuar frente a un hecho concreto vinculado al medio ambiente.  

Ecoansiedad: ¿una guerra perdida de antemano? 

Ecoansiedad - Fuente: Pexels
Una manifestación pidiendo justicia climática- Fuente: Pexels

Si nos centramos en los aspectos negativos de la ansiedad, debemos reflexionar sobre cuál es el origen de este trastorno cada vez más común. Por un lado, que un grupo humano que vive una catástrofe ambiental genere ansiedad es perfectamente comprensible. 

Lo podemos observar en los territorios que han vivido una oleada de incendios o una sequía prolongada. Comprobar cómo el entorno en el que vives cambia de forma abrupta obligándote a alterar tu modo de vida o, incluso, a emigrar y alejarte de tus raíces ancestrales puede ser una tragedia moral y psicológica

Sin embargo, ¿por qué los individuos de otras latitudes que no sufren en primera persona esas catástrofes también padecen buena parte de las emociones negativas vinculadas a la ecoansiedad?

Ira por comprobar como el planeta sufre ante la inacción gubernamental, nerviosismo ante la incertidumbre sobre las consecuencias de las alteraciones medioambientales, culpa y vergüenza por sentir que las costumbres y el modo de vida occidental socavan de forma directa la armonía medioambiental, y finalmente angustia y ansiedad ante la falta de medios personales para afrontar una guerra que se da por perdida de antemano. 

Y es en este punto donde conviene también reflexionar y aplicar dosis de sentido común a las comprensibles emociones negativas vinculadas a la toma de conciencia medioambiental. Para empezar en relación al tiempo humano y al “tiempo” planetario.  

Para un individuo es difícil comprender que sus acciones positivas con respecto al medio ambiente no tengan consecuencia directa, sino después de mucho tiempo. Así como las acciones negativas impactan a largo plazo en el planeta, lo mismo sucede con las positivas. Hemos de ser pacientes y no caer en la trampa de la urgencia mal manejada. El planeta, por suerte, no se rige por las “leyes” de la emergencia digital. Maneja otros tiempos. 

Ecoansiedad - Fuente: Pexels
Una mujer ante un lago – Fuente: Pexels

Así mismo, el “enemigo” del medio ambiente adopta perfiles muy diferentes, y a menudo aparentemente invencibles: desde los gobiernos que se muestran presuntamente insensibles a los problemas medioambientales, hasta los organismos internacionales que no actúan con suficiente determinación, pasando por las grandes corporaciones dibujadas como siniestros entes cuyo único objetivo es enriquecerse destrozando el planeta, hasta “negacionistas” heréticos convertidos en colaboracionistas del poder en la sombra.

Todo ello presenta un escenario apocalíptico en el que lo más fácil es dejarse seducir por el catastrofismo y la conspiración permanente. Así las cosas, muchos ciudadanos, especialmente los más vulnerables, tanto los jóvenes como los miembros de sociedades empobrecidas y con deficiente acceso a la participación en la vida pública y política, se encuentran indefensos ante una situación interpretada como guerra que, dadas las circunstancias, no es posible ganar.  

Si a todo ello añadimos el torrente de información sin filtros de nuestra sociedad digital, tenemos como resultado un escenario inquietante en el que “no sentir un poco de ecoansiedad” es lo raro. Y el problema es que, según se desprende de las investigaciones sobre el tema, cada vez serán más las personas que sufran este trastorno. 

Ecoansiedad y futuro apocalíptico: “No quiero traer hijos a este mundo” 

Ecoansiedad - Fuente: Pexels
Un paisaje tras una sequía – Fuente: Pexels

El estrés mental fruto de las dificultades que conlleva el manejo de los diferentes elementos que hemos visto que causan la ecoansiedad tiene como consecuencia actitudes que pueden afectar el futuro de la sociedad, tanto en sentido positivo como negativo. 

Uno de los estudios citados más arriba analiza las características demográficas de los grupos más vulnerables a padecer ecoansiedad concluyendo algo que vemos a diario en nuestro entorno: los más jóvenes tienen mayor grado de ansiedad climática que los más mayores. Además, los niños son más vulnerables a los efectos del cambio climático en la salud mental ya que tienen respuestas más fuertes a los fenómenos meteorológicos extremos como la depresión y los trastornos del sueño. 

Por otro lado, no hay que olvidar las consecuencias de la subida de temperaturas en la salud mental de muchas personas, destacándose que estas podrían incrementar los suicidios, tal y como señala este estudio de la revista Nature.  

Pero, al margen de las personas que puedan sufrir los estragos del cambio climático de forma más directa, el papel de los jóvenes del mundo occidental en el problema de la ecoansiedad es innegable, con declaraciones como las que cita el estudio Ecoansiedad: qué es y por qué es importante:  

Estoy pensando en mi futuro en términos de tener hijos y todo eso. No sé si realmente me atrevo a hacer eso, y si es bueno tener hijos en este tipo de mundo. Eso es algo en lo que estaba pensando últimamente, y es un pensamiento realmente grande y aterrador, porque realmente quiero tener hijos, pero no siento que sea seguro. 

Sí, tengo que decir que lo hago (participo más en causas ambientales), aunque no como un acto político, sino más bien, no sé, tal vez como una forma de manejo de la ansiedad. Que lo intento, que no como carne y como mucha comida vegana y que no vuelo y demás, solo porque si no, me siento mal. 

Cuando leí sobre los insectos, que su tasa de extinción es alta, o más rápida de lo previsto antes, perturbó mi concentración… Y tenía más miedo. Más ansiedad, más desesperanza. 

Hay una sensación de estar alienado con respecto al sistema que creó todo el problema del cambio climático, que es un problema tan grande y… ¿qué puedo hacer yo? Entonces tengo ansiedad y desesperación. ¿Cómo… hacemos cambios en los sistemas políticos? El estado del planeta es abrumador. 

Inquietud, desesperación, catastrofismo, angustia existencial, pero también activismo, toma de conciencia, replanteamiento del modo de vida. La ecoansiedad, como vemos, tiene diversas consecuencias en los más jóvenes, algunas de las cuales puede derivar en problemas de ansiedad generalizada mientras que otras suponen una sencilla pero relevante toma de conciencia individual. 

¿Ecoansiedad o toma de conciencia? Soluciones para un problema de consecuencias imprevisibles 

Ecoansiedad - Fuente: Pexels
Unas chicas sostienen carteles sobre el cambio climático – Fuente: Pexels

Y llega el momento del volver al principio: ¿es la ecoansiedad una emoción que deberíamos sentir para aumentar el bienestar planetario? El problema, en este sentido, reside en el uso del término ansiedad para definir un concepto tan poliédrico y que afecta de diferentes formas a colectivos tan diversos, desde los jóvenes del primer mundo hasta las comunidades indígenas de entornos afectados directamente por catástrofes medioambientales. 

Debemos recordar que la ansiedad es una emoción normal (y necesaria) que se experimenta en situaciones en las que el sujeto se siente amenazado por un peligro externo o interno. Al igual que el miedo, ayuda a generar actitudes defensivas y nos permite “tomar conciencia” de un problema. Pero, a diferencia del miedo, la ansiedad genera una dificultad en la elaboración de una respuesta eficaz inmediata.

No obstante, y este es el matiz más relevante para el tema que nos ocupa, “la ansiedad es anormal cuando es desproporcionada y demasiado prolongada para el estímulo desencadenante”: “A diferencia de la ansiedad relativamente leve y transitoria causada por un evento estresante, los trastornos de ansiedad duran por lo menos seis meses y pueden empeorar si no se tratan”, como señala en su definición la Clínica Universidad de Navarra.

Así las cosas, es muy importante diferenciar ambas ansiedades: la normal de la generalizada. En este sentido, jamás sentir ansiedad (persistente) puede ser una emoción positiva, aunque sea “eco”. Al contrario, es un trastorno que debe ser tratado por profesionales para que no derive en graves problemas de salud mental. 

No obstante, tal y como los investigadores del estudio de Frontiers señalan, la ansiedad normal (y lógica) (que ellos denominan “practica”) ante los problemas medioambientales, siempre que sea “bien calibrada”, es una emoción que puede ser productiva ya que sensibiliza ante los problemas derivados de los retos medioambientales

El síndrome por déficit de naturaleza
Una niña en un bosque – Fuente: Unsplash

Así las cosas, la ecoansiedad moderada y siempre manejada con actitud reflexiva es el paso previo, a menudo imprescindible, para la toma de conciencia. Y en esta línea, sí que estaríamos ante una “emoción positiva”, porque es productiva. Y es que esta ansiedad es la misma que sentimos cuando nos damos cuenta de la gravedad de un problema personal de cualquier índole

Nos sentimos ansiosos por la forma de abordarlo poniendo a trabajar nuestros mecanismos de defensa para atacar dicho problema. Y nos preguntamos, ¿cómo es posible que no me diera cuenta antes? Entonces llega la hora de tomar conciencia del problema y actuar. Y esa es la solución, también, para la ecoansiedad: que sea (siempre) una situación transitoria que ponga en marcha nuestra creatividad para abordar los problemas derivados del reto climático.  

Y una vez tomada conciencia del problema, la ansiedad debe quedar atrás. Porque un estado de ansiedad permanente no solo es la antesala de problemas de salud mental, sino que paraliza la creatividad y la capacidad productiva y racionalizadora del ser humano. Y es que las emociones pueden ser una buena base para la acción, pero no solucionan problemas, los solucionan los razonamientos lógico y científico, que deben ser desapasionados para que cumplan su función con eficiencia.



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