“Te mientes a ti mismo para ser feliz, no hay nada de malo en ello… todos lo hacemos”, escuchaba Leonard de su amigo Teddy en la película Memento, aquella inapelable obra maestra de Christopher Nolan en la que un hombre debía (re) construir su personalidad a cada instante.
Pero, al fin y al cabo, la vida de las personas sin un problema de memoria a corto plazo como Lenny no es tan diferente: construimos nuestra identidad a cada paso, en un apasionante —y a veces turbador— diálogo entre nuestro entorno y nosotros mismos.
Y aunque mentirse un poco en este proceso de autopercepción es casi inevitable, no conviene pasar la vida rehuyendo esas preguntas dolorosas cuya respuesta, no obstante, son vitales para no terminar siendo un auténtico desconocido… hasta para nosotros mismos. Conócete a ti mismo respondiendo (honestamente) a estas 14 preguntas.
Las 14 preguntas que todo el mundo se debería plantear
¿Qué sueños has dejado atrás? ¿Aún hay tiempo para cumplirlos?
La segunda parte de esta pregunta fundamental te la respondemos nosotros: “Sí, hay tiempo”. Lo único que debes responder tú es a la primera parte: qué sueños o ilusiones has traspapelado entre toneladas de obligaciones más o menos irrenunciables estos años y si merece la pena sacrificar parte de tu tiempo (y de tu vida) para abordarlos.
¿Sufres por algún hecho no resuelto del pasado?
Todos tenemos algún pensamiento rumiante relacionado con el pasado que vuelve una y otra vez en determinadas circunstancias, generalmente en etapas de cierta debilidad emocional. Piensa si ha llegado el momento de afrontarlo de nuevo para resolverlo o, por el contrario, es mejor abandonarlo dándolo por cerrado, pese al dolor que suponga hacerlo.
¿Qué estás dejando de hacer por miedo y por qué?
En relación a la primera pregunta (y quizás también a la segunda), es habitual rechazar determinadas actividades o proyectos por miedo al fracaso o por la repercusión que podría tener en el bienestar y la certidumbre rutinaria. Pero ya sabes, el que no se arriesga no cruza el río, y tal vez la respuesta a la gran pregunta esté al otro lado.
¿Qué es lo que realmente deseas?
¿Paz en el mundo? ¿Una cura para el cáncer? ¿El fin de la pobreza? ¿O triunfar con tu novela y tener una cola de seguidores para una firma en la próxima Feria del Libro? Uno de los grandes problemas del individuo es la falta de honestidad, no con los demás (eso es una consecuencia), sino consigo mismo.
Es un aspecto tratado de manera brillante en la película Stalker de Andrei Tarkovski en la que (atención, espóiler) un escritor rechaza entrar en una habitación mágica que cumple los deseos porque, en el fondo, sospecha que cuando salga de allí no curará la enfermedad de su hermano, sino que triunfará como escritor: la habitación conoce nuestros deseos… más profundos. ¿Te conoces tú lo suficiente como para arriesgarte a entrar?
¿Eres como te ves o como te ven los demás?
Es evidente que ninguna respuesta tajante contesta adecuadamente a esta pregunta. Nuestro carácter y personalidad es la suma de ambas vertientes: nuestra faceta social y nuestra faceta íntima. Por lo tanto, no debes quejarte de que nadie te conozca realmente, porque tal vez sí lo hagan y quien no se conozca tal vez seas tú. De cualquier modo, si realmente pretendemos que nos conozcan, quizás debamos poner un poco más de nuestra parte.
¿Qué es más importante para ti, tu propia satisfacción o la admiración de los demás?
Por muy fuerte que te muestres, nunca viene mal una palmadita en la espalda, ¿verdad? Un “lo estás haciendo bien” en los momentos más bajos alivian la carga de la hipervigilancia a la que nos sometemos en más ocasiones de las que deberíamos. No rechaces frontalmente la “opinión” de los demás: somos individuos sociales y necesitamos conectar con otras personas.
¿Haces cosas solo por satisfacer las expectativas ajenas?
En línea con la pregunta anterior, en determinadas circunstancias de nuestra vida anteponemos las expectativas ajenas a nuestra propia satisfacción. Por supuesto, tampoco hay que caer en este extremo ya que, de seguir este camino, terminaremos frustrados, tarde o temprano.
¿Estás siendo injusto con otra persona?
Piénsalo y tal vez la persona con la que te muestras injusto o desconsiderado esté más cerca de lo que crees. A menudo tratamos de forma menos cuidadosa a las personas que tenemos más a mano porque hay más confianza y porque tenemos la sensación de que siempre habrá tiempo para reconducir nuestra actitud… hasta que el tiempo se acaba.
¿Cuáles son tus principales virtudes y tus principales defectos (los de verdad)?
Te invitamos a que hagas una búsqueda rápida en Google sobre el defecto que más señalan los entrevistados cuando le hacen esta clásica pregunta. No busques más, ya te lo decimos nosotros: cabezota, testarudo. Y entre las virtudes hay más variedad, pero gira en torno a tres: generoso, amigo de mis amigos y honesto.
Paradojas aparte, manejamos una doble teoría sobre “tanta” testaturez: que realmente no nos conozcamos a nosotros mismos… o que no nos queramos conocer.
Así que, a menos que tengas que hacer un “quedabién” en un trillado cuestionario en una entrevista, conviene que profundices un poco más en tu autoanálisis. Al fin y al cabo, si no conocemos (o negamos) nuestros (verdaderos) defectos, ¿cómo pretendemos progresar?
¿Estás siendo condescendiente con algún comportamiento negativo propio?
En relación a la pregunta anterior, si nos conocemos de verdad debemos detectar esos comportamientos con los que hacemos la vista gorda, que en nuestra opinión “no son para tanto”, pero tal vez sí lo sean para las personas de nuestro alrededor.
¿Culpas a los demás de alguno (o muchos) de tus problemas?
Sí respondes “no”, vuelve a la pregunta número 9 porque uno de tus defectos puede ser la falta de honestidad. “Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo”, dijo Gandhi, alguien que supo un par de cosas sobre “cambiar mundos”.
¿Acusas a los demás de faltas que cometes tú?
Se llama proyección y fue detectada por Freud, “un proceso que consiste en atribuir los propios impulsos, sentimientos y afectos a otras personas o al mundo exterior, como un proceso defensivo que nos permite ignorar estos fenómenos indeseables en nosotros mismos”. Conviene desterrar esta actitud porque es el gran pilar que sostiene la hipocresía, y todo lo que ella conlleva, que es mucho.
¿Realmente merece la pena tu trabajo?
No queremos provocar una Gran Renuncia, pero no hay que olvidar que pasamos media vida trabajando, como para invertir ese tiempo en algo que no merece la pena y/o algo que no nos supone un mínimo de satisfacción y entusiasmo, más allá del dinero que nos pueda proporcionar.
Por supuesto, cada circunstancia vital es diferente, y en determinadas situaciones el trabajo supone comer y pagar facturas, que ya es bastante. Pero llegado el momento, siempre habrá que hacerse esa pregunta… sin temer la respuesta.
¿Cuál es el sentido de tu vida?
La gran pregunta para finalizar este doloroso cuestionario. Si has llegado “vivo” hasta aquí no te costara responder a esta pregunta. ¿O sí? Bueno, te ayudamos con una pista. El sentido de tu vida es… ¿vivirla?