Si una ventana rota no es reparada en poco tiempo, todo el edificio acabará con los cristales rotos. Si un vecindario muestra laxitud hacia el cumplimiento de las normas cívicas básicas, el vandalismo intrascendente puede transformarse en peligrosas conductas criminales. Si no cuidamos los pequeños detalles en una relación interpersonal, tarde o temprano aparecerán graves discrepancias. Y una pequeña trampa en tu declaración de la renta puede ser un ladrillo más que apuntale el edificio de la corrupción social.
El síndrome de la ventana rota analiza el contagio de las conductas inmorales o incívicas, cómo una colilla en el suelo puede terminar haciendo sucia una calle o como la simple fractura de un cristal puede ser el inicio del caos. A continuación, repasamos los antecedentes del síndrome de la ventana rota, sus aplicaciones, así como sus revisiones y críticas.
El coche abandonado de Zimbardo
Podríamos decir que el antecedente esencial de la teoría de la ventana rota es el célebre imperativo categórico de Kant según el cual debes “obrar como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza”.
Kant nos da una de las claves del comportamiento moral: actuar de forma que nuestra conducta pueda ser considerada como norma universal, actuar en base a nuestro sentido del deber, no pensando en los “beneficios” que nos aporten las consecuencias de dichos actos.
No sabemos si Philip Zimbardo —el famoso psicólogo social tras el polémico experimento de la cárcel de Stanford— estaba pensando en Kant cuando propuso el experimento de los coches abandonados, pero su experimento tuvo una considerable trascendencia cuando una década más tarde fue recuperado por los criminólogos Wilson y Kelling.
Zimbardo abandonó dos coches, uno en el Bronx (Nueva York) y otro en Palo Alto (Santa Clara, California), un barrio pobre y un barrio rico. El objetivo del investigador era documentar las causas sociales del vandalismo, tratando de refutar el argumento según el cual las actitudes vandálicas derivan de una patología individual y cultural.
El coche del Bronx no tardó en ser atacado mientras que el de Palo Alto permaneció incólume. Zimbardo concluyó con esta primera parte de su experimento que “las condiciones que crean desigualdad social y colocan a algunas personas fuera de la estructura de recompensa convencional de la sociedad las hacen indiferentes a sus sanciones, leyes y normas implícitas”.
Fue entonces cuando Zimbardo llevó el coche a Stanford donde estaba previsto romper un cristal para comprobar cuál era la reacción de los vecinos de Palo Alto. Pero el experimento dio un giro inesperado: los estudiantes de posgrado colaboradores de Zimbardo descubrieron que vandalizar el coche era “estimulante y placentero” y se dejaron llevar: el coche acabó destrozado en pocos minutos.
¿Conclusión? Zimbardo señaló que la mentalidad de la multitud y el anonimato pueden incitar a los “buenos ciudadanos” a actuar destructivamente: las conductas ilegales y/o inmorales son contagiosas, una ventana rota en un coche puede ser el inicio del caos… en el Bronx o en Stanford.
Las ventanas rotas de Kelling
Tal vez Zimbardo hubiera necesitado unos cuantos coches más para fortalecer empíricamente su conclusión y, tal vez, como señala el artículo de Bench Ansfield en el Washington Post, sus conclusiones fueron malinterpretadas.
Sea como fuere, los criminólogos James Q. Wilson y George L. Kelling llevaron la ventana rota de Zimbardo a un nuevo nivel con su artículo Broken Windows aparecido en 1982 en The Atlantic Monthly que fue seguido de un libro publicado en 1996 por Kelling y Catherine Coles.
“Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio; y, si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y que prendan fuego dentro”.
James Q. Wilson y George L. Kelling
Este párrafo resume de forma diáfana la teoría de la ventana rota que asentaron Kelling y Wilson y que tanta influencia ha tenido en criminología, orden público y control policial. De hecho, el propio Kelling fue contratado en 1985 como consultor del Departamento de Policía de Nueva York con el objetivo de “limpiar” el metro neoyorquino que se había convertido en una suerte de infierno en el sótano de la ciudad.
Se apostó por hacer un lavado de cara completo al metro eliminando grafitis e implementando un férreo control en la entrada en las distintas paradas para evitar que los usuarios no pagaran el ticket. En poco tiempo, se redujo el vandalismo y el metro se convirtió en un lugar más seguro a ojos de la mayoría de usuarios.
Y es así como entra en juego la teoría de la “tolerancia cero” o “limpieza cívica” de Rudolph Giuliani, alcalde de la ciudad entre 1994 y 2001: junto a su comisario William Bratton se apostó por un estricto control policial en delitos menores que se consideraban “las ventanas rotas” que conducían a romper el edificio de la convivencia en una espiral criminal tal y como sugirieron Kelling y Wilson en su célebre teoría.
El aparente éxito de la limpieza cívica de Giuliani le convirtió en uno de los líderes políticos mejor valorados de su país hasta el punto de ser elegido “Persona del año” por la revista Time en 2001. Pero no todo el mundo estaba tan seguro de que la tolerancia cero fuera tan estricta con todos los ciudadanos y con todos los delitos, no todos estaban convencidos de que una simple ventana rota pudiera ser el principio del caos.
Ventanas rotas: revisiones y críticas
“Así que sí, se han hecho muchas cosas en nombre de Broken Windows de las que me arrepiento”. Son declaraciones de George Kelling, el padre de la teoría ventana rota que, con el paso del tiempo, ha visto como sus conclusiones se han aplicado incorrectamente: “Uno no dice simplemente un día, «Sal y restablece el orden». Entrenas a los oficiales, desarrollas pautas”.
En la práctica, Broken Windows se convirtió para muchos en sinónimo de arrestos y citaciones por delitos menores, mientras, tal y como señaló Loïc Wacquant en su libro Las cárceles de la miseria, no se mostraba tanta tolerancia cero en los delitos informáticos o económicos. Dicho de otra forma: Giuliani limpió Times Square… ¿pero limpió con el mismo entusiasmo la corrupción empresarial? Y es que una plaza limpia no hace una mente limpia. Tal vez, y en todo caso, al revés… O ni siquiera eso.
Así mismo, el profesor de Ciencias políticas y Derecho en la Universidad de Columbia Bernard E. Harcourt atacó directamente a William Bratton —contratado como jefe de policía en Los Ángeles tras su éxito en Nueva York— que ya había reaccionado a las críticas de los “académicos de la torre de marfil que nunca se han sentado en un coche patrulla”.
Harcourt y su colega Jens Ludwig elaboraron un estudio que puso en duda que la vigilancia policial al estilo Broken Windows reduzca efectivamente los delitos más graves, aduciendo que la reducción de la delincuencia en Nueva York estuvo definida principalmente por el fin de la epidemia de crack.
Así mismo, y en esta línea, otro estudio de Ludwig y Harcourt con familias trasladadas de barrios con alto índice criminal a otras comunidades menos desfavorecidas concluyó que no se redujo la conducta delictiva en las mismas: “El orden y el desorden de la vecindad no parecen tener un efecto perceptible en el comportamiento delictivo”.
Harcourt va más lejos al poner en duda la misma base de la teoría al señalar que el “desorden no se ve igual para todos”: “Las definiciones sobre lo que es ordenado o desordenado o necesita ser multado, etc., a menudo están cargadas: racialmente cargadas, culturalmente cargadas, políticamente cargadas”.
Un estudio del año 2010 que revisa la teoría de la ventana rota ahonda en esta problemática al analizar la raíz de la teoría según la cual “incluso un solo caso de desorden (la metafórica «ventana rota») puede desencadenar una reacción en cadena de declive de la comunidad si no se soluciona de inmediato”. Este análisis vuelve (y duda) sobre la máxima según la cual el desorden siempre precede temporalmente al crimen de manera causal.
Así mismo, otro estudio de 2014 acusa a la teoría de la ventana rota de “una escasez de pruebas empíricas de sus supuestos centrales y de ambigüedad en las conclusiones que se extraen de los estudios que se han realizado. La teoría de las ventanas rotas se tradujo del papel a la política rápidamente y sin pruebas académicas rigurosas. Incluso hoy, después de la acumulación de varios estudios científicos, no hay consenso sobre la validez de la teoría o sus subcomponentes individuales”.
En este sentido, se alerta sobre el peligro de la “intervención agresiva” para contener el (supuesto) desorden, porque, como hemos visto, según la máxima de la teoría de la ventana rota, el desorden precede al crimen. Como consecuencia más negativa de todo ello las autoridades caerían en no pocas ocasiones en su propia (y paradójica) espiral de violencia… para contener la violencia.
Así pues, y volviendo a Kant, el imperativo categórico rechazaría la base de la teoría de la ventana rota. Si una persona ve una ventana rota en un edificio no debería entrar automáticamente en un desenfreno delictivo y salvaje arrasando “y prendiendo fuego” al resto del edificio. Si cada uno de nuestros actos son normal universal, nadie debería romper ninguna ventana más. ¿O no?