Nombrarlo para reconocerlo


Directora de Público.
-Actualizado a
No somos pocas las mujeres que recibimos todo tipo de aberrantes insultos en las redes sociales desde hace años. Su efecto en nosotras es el mismo que el que producía lo que se conoce popularmente como la gota malaya, aunque en realidad se llame gota china, un método de tortura consistente en dejar caer sobre la frente del torturado una gota de agua fría cada cinco segundos. En el mejor de los casos, te resbala y en el peor, te hace una herida física y algunas más graves psicológicas. Eso siempre que estos ataques se queden 'sólo' dentro de las redes.
La inmensa mayoría de las veces son hombres quienes están detrás de esos mensajes. Varones ocultos tras nombres e imágenes falsos, que se comunican entre ellos para atraer a otros a su particular festival del odio. Estas campañas constituyen festines públicos, lapidaciones en toda regla, que se celebran a la luz de quien quiera observar y que, además de ser consentidas por las plataformas que las alojan, resultan premiadas algorítmicamente; porque ya se sabe que la carnaza gusta, y cuanto más guste, más dinerito para el bolsillo.
En este círculo de perversión, las mujeres somos el saco de boxeo perfecto para unos y para otros. E igual que los ataques están articulados, el 'argumentario' de los mensajes, también. Así, se usan contra nosotras apelativos muy específicos que, ¡oh, casualidad!, son exactamente los mismos que los que manejan en sus foros, webs y chats las comunidades incels: incel o íncel, acrónimo de la expresión inglesa involuntary celibate (celibato involuntario); o sea, hombres que desean mantener relaciones sexuales con mujeres, pero que por circunstancias teóricamente ajenas a ellos no lo consiguen. Como salida a su frustración, tejen redes a través de internet en comunidades que comparten y alientan la misoginia y el antifeminismo más violentos.
Y aquí es cuando los ataques traspasan las redes y se convierten en otra cosa. Más de 100 personas (mujeres en su mayoría) han sido asesinadas o agredidas en la última década en nombre de esta comunidad incel.
La manera en la que la prensa ha recogido estos atentados dista mucho de reflejar una colectividad organizada, con consignas compartidas y objetivos claros y perfectamente definidos. Para los medios, estos son ataques causados por excéntricos enfermos mentales. Cuando suceden, los abordan desde la excepcionalidad, sin establecer conexiones entre ellos y, aunque explican lo que es la comunidad incel, camuflan el riesgo con el eficaz, morboso y atractivo maquillaje de la extravagancia. Hasta el punto de que algunos columnistas se permiten, incluso, hacer chanzas con su propia condición de incels. Al fin y al cabo, ¿quién no ha pasado una temporadita más o menos larga sin poder tener sexo con una mujer? En esas chanzas de trazo grueso obvian la agresividad y la violencia extremas de quienes integran esas comunidades.
No establecer conexiones entre los distintos ataques es tanto como decir que los atentados de ETA eran perpetrados por sujetos aislados o que la elección de personas racializadas por parte del Ku Klux Klan para sus persecuciones era pura casualidad. Al leer esto, cualquiera entenderá la aberración. Pero, si hubiera utilizado como ejemplo la negación de la violencia de género y el argumento (falaz) de que esta no responde a un factor estructural, más de uno habría dudado con el símil. ¿Por qué?
Porque el discurso de la extrema derecha ha acabado por impregnarlo (casi) todo. Y porque muchos varones no acaban de encontrar su sitio en este nuevo escenario en el que las mujeres cada vez nos resignamos menos al papel secundario, subsidiario y de sumisión que la historia y el patriarcado nos reservaron.
No menciono a la extrema derecha de manera fortuita. Hay muchos paralelismos entre el movimiento político y los incels. Sólo recordaré que Vox niega la violencia de género y defiende que el machismo existe únicamente en algunas actitudes individuales y en la imaginación desviada de las feministas.
Negar las desigualdades es una eficaz manera de poner piedras en la rueda de cualquier proceso encaminado a reducirlas o corregirlas. El discurso reaccionario bebe de esa negación. Y también de la defensa de lo tradicional, de lo de toda la vida: las mujeres, mejor en la cocina y a disposición de 'su' hombre. Las comunidades incels promueven exactamente lo mismo. Casualidad... o no.
Estamos ante el supremacismo masculino, con todas las letras. Ante hombres que sienten que el feminismo (es decir, la igualdad de género) les resta masculinidad y merma su autoridad legítima. En EE UU hay más de mil asociaciones supremacistas masculinas registradas. Las organizaciones de derechos civiles analizan, escriben y difunden sobre este movimiento. Hay incluso un Instituto para la Investigación del Supremacismo Masculino (Institute for Research on Male Supremacism). Aquí lo vemos cada día en redes sociales, pero nos lo cuentan como algo exótico, extravagante o excéntrico. Será porque sólo lo sufren las mujeres.
Escribía Ana Bernal Triviño en un artículo de Público que los incels "no son víctimas, al revés, crean víctimas". Por eso es tan importante nombrarlos, porque solo nombrándolos podremos reconocerlos, identificarlos y evitar así que la cifra de personas asesinadas y agredidas siga en aumento.