Mi cuerpo penetrado por detrás chupando un pene
Periodista y escritora
Hace de esto alrededor de dos años. Me invade la sensación de empezar con un "no tengo palabras para describir lo que sentí…", pero mi trabajo es tener palabras. Tardé días, o semanas, en digerir lo que sucedió y todavía no sé cómo me ha afectado, no sé dónde colocarlo, apenas he hablado de ello a tres amigas y en un par de conferencias muy restringidas y sin cámaras. No es culpa, no es vergüenza, esos son dos palos que yo ya no toco. Es una mezcla de extrañeza, pasmo y repugnancia.
El primero que me avisó fue un informático veterano de Barcelona con el que trabajé hace ya muchos años, en mis tiempos de librera y desahucio. Me lo dijo a bocajarro: "Cristina, he visto un vídeo tuyo donde sales chupándole la polla a un tío". Antes de contestarle que eso era imposible, me detuve a repasar si yo había tenido alguna relación sexual con hombres más allá de mi último exmarido, algún encuentro en el que hubiera sido grabada sin saberlo. La respuesta era que no. Eso no había sucedido. Le dije que no era yo, pero su certeza no dejaba lugar a dudas: "Eres tú, clarísimamente eres tú". Cuando le pedí que me lo enviara, me respondió que no podía encontrarlo.
Por aquella época a mí se me multiplicaban las agresiones y habitaba varios infiernos encerrados como muñecas rusas: íntimo, doméstico, exterior y público. A veces, la cabeza, el cuerpo y lo que sea el alma no dan abasto. Eso me sucedió con el asunto del vídeo, y lo arrinconé en el ángulo de lo que se tapa. Hasta que me llamó otro conocido. Era un programador con el que colaboro algunas veces cuando necesito datos del inframundo de la machoesfera, ese averno virtual que acoge a todas las comunidades de incels, misóginos, violentos y machistas furibundos. Él está dentro, participa de forma pasiva, entiendo que como "oyente" en foros y se sirve de ellos como fuente de información. Extrae datos que puedan servir. Al menos, a mí me sirven, para saber, para entender, para mirar a la realidad y también para escribir.
El programador me dijo lo mismo. Había visto en uno de esos foros un vídeo mío pornográfico. "El típico vídeo porno, Fallarás", me explicó. "Haciéndole una mamada a uno a cuatro patas mientras te dan por culo". No se trataba de que acabara de verlo. Lo "había visto" en algún momento. No le pregunté por qué no me había llamado inmediatamente. Pensé que hasta ese punto estaba la gente cercana acostumbrada a ver las agresiones públicas contra mi persona. De la misma manera que no me llamaba nadie cuando amenazaban de muerte a mis hijos o cuando denuncié el acoso físico de algunos tipos de extrema derecha. Hay ahí mucho que reflexionar. El caso es que el tipo me dijo que no sabía si podría encontrar el vídeo; que no, que no había denunciado "porque yo no denuncio, ¿para qué?"; y que si quería que tratara de conseguirlo para mí.
El tipo me aseguraba que yo no era la primera ni mucho menos sería la última. Me habló de programas que ponen tu cara en una escena pornográfica o en un cuerpo desnudo con un realismo difícil —ahora sabemos que prácticamente imposible— de discernir de la realidad. También sabemos que ya están en manos de quien quiera comprarlo. Entonces parecía una increíble novedad en los intestinos de la violencia macho.
Con esa segunda llamada tuve que enfrentar el asunto. ¿Quería ver ese vídeo? No, por supuesto no quería. Pero sí quería poder denunciar su existencia. Entonces me hice yo las preguntas que me iban a hacer: ¿Dónde había visto el vídeo? Si no era yo, ¿quién lo habrá visto? ¿Dónde podían encontrarlo? ¿Cómo sabía de su existencia? ¿Quién lo había difundido? O sea, me di cuenta de que existe un mundo oscuro que se encuentra completamente fuera de la Ley, algo que todas sabíamos pero que de golpe me violentó como nunca. Me puse enferma, literalmente, tuve fiebre y vómitos, y además me hice daño. Cuando una no puede canalizar la rabia dura, si no está atenta, acaba vertiéndola en su propio interior.
Aquello que quedó allí, en los tiempos del dolor furioso, ahora es una realidad cotidiana para muchos hombres. Los muchos miles que pasean los foros de la machoesfera, que tienen sus chats violentos, sus comunidades incels. Es una realidad que cabalga sin bridas, allá lejos, casi imposible ya de alcanzar para ponerle algún tipo de freno. Solo espero que, a nosotras, la rabia nos pille (me pille) esta vez con vías para canalizarla.