Misa final
La basílica pasa a manos del Patrimonio. La ley prevé que desaparezcan todos los símbolos franquistas
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Esto que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra". Lo había dicho San Lucas, según el Evangelio leído ayer en la Basílica del Valle de los Caídos, y lo repitió dos veces el oficiante de la última misa que legalmente homenajeará a Francisco Franco en ese gigantesco mausoleo de piedra que el Generalísimo ordenó construir para que fuera la tumba de sí mismo.
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Lo dijo ante las aproximadamente mil personas que asistieron, muchos de ellos con el uniforme de rigor de Falange, abanderados y cargados de medallas, pero la mayoría ancianas y ancianos de trajes y abrigos impecables y lacado pelo. Lo dijo mientras en la calle un grupo de unas 50 personas abucheaban al Rey ("No queremos monarquía, ni a Juan Carlos ni a Sofía"), mientras se desgañitaban cantando el Cara al Sol y al tiempo que anunciaban la guerra contra el moro: "España cristiana y no musulmana".
Antes de que la misa se iniciara, el interior de la Iglesia, sin embargo, se parecía más a un desfile de turistas que a un verdadero homenaje. Aunque ponía muy claro a la entrada la prohibición de hacer fotos, cientos de camisas azules y otros envueltos en banderas franquistas se hacían miles de fotos junto a las lápidas de Franco y de José Antonio Primo de Rivera y otros, con mejor tecnología, se grababan con los móviles. Sólo una vez en el interior de la Basílica se gritó "Franco, Franco, Franco". Pero raro era el que pasaba delante de su tumba sin alzar el brazo derecho y dar un taconazo.
La de ayer fue la última vez que el Valle de los Caídos será lugar de culto a esa parte de los caídos en la Guerra Civil española de 1936. La reciente aprobación de la Ley de la Memoria Histórica convierte a ese lugar en patrimonio y obliga a retirar los escudos del franquismo que flanquean a cada lado el pórtico de la iglesia.
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Óscar Langreo, un viejo ex combatiente, se quejaba a este periódico: "Zapatero quiere quitarle el sentido a todo esto, no se da cuenta de que esos escudos ya los usaban los Reyes Católicos". A su lado, un pater de sotana que repartía octavillas llamando a la revolución contra la Iglesia progresista se quejaba también a Público: "Esto nos lo condenan", en referencia al simbolismo trágico y faraónico que históricamente a tenido el Valle de los Caídos.
Otro individuo, al lado, hablaba con alguien por el móvil: "Sí, gente hay, pero no tanta como otros años." Y sí, gente había, la basílica llegó a estar llena, pero eso contando a las decenas de cámaras y periodistas que también ocupaban su parte de suelo. Antes de que entraran los feligreses a la iglesia, y en el mismo pórtico de la basílica, se habían producido algunos gritos a favor de Franco por parte de pequeños grupúsculos envueltos en banderas preconstitucionales.
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A uno de ellos, de uniforme falangista, se acercó un individuo indignado, de unos 50 años, que le increpó: "Mientras sigamos así de desunidos nos darán por el culo; no puede haber cuatro falanges y un montón de fascistas por ahí sueltos sin que seamos capaces de unirnos. No pienso pagar ni una cuota más, a ninguno". Y antes de irse farfullando, renunciando a entrar en la basílica, le hizo una advertencia más: "Si José Antonio levantara la cabeza os fusilaba a todos al amanecer". Preguntado el joven de camisa azul por la impresión que le había causado el chorreo se limitó a decir: "Éste es de los que se queja, y nosotros los que estamos al pie del cañón".
A las cinco de la tarde
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La misa era a las cinco de la tarde, y se retrasó un minuto exacto. Pero media hora antes había hecho acto de presencia la hija de Generalísimo, Carmen Franco, sonriente, con peinado impecable, de riguroso oscuro y sintiéndose adulada por los gritos fervientes de "Viva Franco", "Viva Cristo Rey", y caminando al compás del himno de Falange.
Tipos de oscuro, muchos, le abrían paso entre los periodistas hasta la lápida de tres toneladas bajo la cual descansan los restos de su difunto padre. Se emocionó un poquito. Era normal. No sólo por el significado de una tumba, sino porque el propio sollozo de la multitud que la rodeaba seguramente no le dejaba otra opción.
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Columna de la Falange
La misa comenzó con la llegada de una columna de falangistas, mujeres y hombres, que de dos en dos fueron alzando el brazo ante la tumba de Primo de Rivera. Dos de las chicas marciales llevaban sendos ramos de flores para colocarlos en la lápida del fundador de Falange.
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Como este periódico logró situarse en una de las filas reservadas a las personas importantes, pudo escuchar a la señora de al lado que al fijarse en las flores le dijo a la de delante: "Mira los de la Falange, como tienen lo que hay que tener le traen coronas de flores". Y la de al lado, y aunque tampoco llevaba gafas, la corrigió diciendo: "Son flores, no son coronas".
En esto dio comienzo la liturgia. Subieron hacia el altar una docena de sacerdotes y tres monaguillos chiquitajos que llevaban entre manos unos cirios enormes. Por último entró el oficiante, con casulla verde pistacho.
Frente al altar, flanqueando la tumba de Primo de Rivera, acabarían permaneciendo en formación marcial cuatro falangistas uniformados que apenas sí pestañearon durante toda la misa.
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Se empezó leyendo al profeta Malaquías y se siguió con San Pablo, de cuya epístola se eligió, probablemente con segundas intenciones, el pasaje en que decía: "Me enterado que algunos viven sin trabajar". Por último, le llegó el turno a San Lucas, que decía que no quedaría en pie ni una sola piedra de eso que estaban viendo.
Homilía sibilina
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Entonces dio comienzo una sibilina, hiperbólica pero contundente homilía de 15 minutos en la que el oficiante supo mezclar a Dios con el gobierno actual y al espíritu de concordia de la tradicional moral cristiana con la desmembración de "la Nación".
Hacía 25 minutos exactos que había empezado la misa cuando comenzó a leer el responso que llevaba escrito. "Con la perseverancia que os caracteriza -comenzó- cada año venís a rendir homenaje a los caídos". Les dijo que venían al manso eco del Valle a rendir el merecido tributo a unos hombres de los que "hemos heredado su esfuerzo por una España unida que sepa vivir en paz y en armonía con todos los ciudadanos". Y añadió: "Debemos acogernos a la Cruz de los Caídos en esta hora de España".
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Rapapolvo al Gobierno
Así fue como comenzó el sigiloso chorreo al Gobierno, hablando de que era como si una esponja estuviera borrando la memoria y quejándose de la "quiebra histórica espiritual de la nación" y del proceso de disolución de España. Discretamente, casi cantando como había estado haciendo en el resto de la misa, añadió: "Se han truncado las raíces espirituales, que nos han convertido en vasallos y no en señores".
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El silencio era sepulcral en esa Basílica de sepulcros tan solemnes. La voz del cura parecía sonar entre tinieblas, en contraposición a la espléndida tarde de noviembre que lucía fuera de la Basílica. "Pocas veces una nación ha apagado su luz y su memoria", sentenció. Algo, dijo, que sólo podía hacer "un hombre elevado a sí mismo a superhombre", en velada referencia al presidente del Gobierno. "Se ha promovido una sociedad sin criterios morales mediante las legislaciones", añadió. "Necesitamos energía para no doblegarnos, y esa energía está en nuestros mártires".
"A esos mártires nos encomendamos para que eminentemente y eficientemente" la gran Cruz del Valle de los Caídos siga siendo un símbolo de la reconciliación. Con vuestra perseverancia, salvareis vuestras almas".
Y alguna cosa más dijo, pero destacable fue que en las rogativas recordó a Franco ("que perdonó todo y a todos, dijo) y a Primo de Rivera ("que quiso que su sangre fuera la última que se vertiera), y siguió rogando por los santos y demás, en definitiva, dijo, "para que no se pierda la gloria conquistada.
Soy fascista
Al término de la misa los exaltados que habían esperado afuera seguían gritando consignas contra Batasuna, contra los inmigrantes, cantando himnos y advirtiendo a las cámaras de televisión que les grababan: "¡Alarma, soy fascista, terror del comunista!"Público contó los bancos de la Basílica: 42 en la frontal y 32 en los ábsides de la Basílica. Había un promedio de siete personas sentadas en cada banco, es decir, 518 sentados. De pie no cabía mucha más gente, pues los pasillos son estrechos. En total, tal vez algo más de mil personas asistieron al último oficio patrio.