Cómo matar a un toro a golpe de lanza
El Toro de la Vega se celebra en Tordesillas, Valladolid, con la muerte de un astado como centro del espectáculo
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Valentón, un astado de 575 kilos, murió este martes por dos lanzadas transcurridos sólo 11 minutos desde el inicio del encierro. Una herida en el cuello acabó con la vida del animal entre vítores de ¡Viva el Toro de la Vega! Los animalistas volvieron a denunciar la brutalidad de este polémico festejo.
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Puede que supiera que podría ser indultado, que creyera que iba pasar el bosque de pinos, que intuyera que más allá de las lanzas, los caballos, y los mozos que corrían a pie, a su alrededor, vociferando, alzando sus armas, cabía un lugar para la esperanza.
Valentón no pudo, en realidad, saber nada de indultos. No disponía ni de razón ni de tiempo que usar. Las leyes del torneo indican que, si gana el recorrido sin ninguna herida, se libra de la muerte. Algo difícil (apenas ha ocurrido en más de 300 años de tradición). Pero corrió directo al matadero de hojas y arena como si supiera que existía esa posibilidad. Se la jugó a todo o nada. Y en sólo 11 minutos su agonía fue consumada justo al cruzar los límites en que los mozos pueden entrar a matar, el llamado Campo de honor. “Un espectáculo corto pero bonito, ya ves”, dijo uno de los lanceros. Y un chorro de sangre emergió de la boca de Valentón dando final a uno de los festejos más crueles de España.
Lo llaman el Toro de la Vega de Tordesillas (Valladolid). Los detractores, en cambio, lo tildan de “vergüenza humana”. Esta vez no hubo manifestaciones antitaurinas para encender los ánimos, aunque hizo falta poco para levantar la tensión ante la presencia de cámaras y algún activista.
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El orgullo y la lanza
El toro de la Vega de Tordesillas murió este martes a las 11,11 horas en un pinar, bajo una nube de polvo y rodeado de centenares de personas que jadeaban tras el encierro. “Es un verdadero orgullo, una gran sensación, no se puede explicar”, decía Oscar, uno de los lanceros que se quedó sin el premio de la sangre y la estocada. “Apenas hemos podido seguir al toro, ha sido visto y no visto”, decía el mismo lancero mientras entregaba a su madre la divisa ensangrentada que había logrado arrancar al animal. “Las colecciono todas, las tengo con todos sus diplomas de victoria”, aseguraba orgullosa la madre.
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Valentón recibió dos lanzazos de una hoja de 30 centímetros. El campeón fue Antonio Rodríguez, alías Jarula, un empresario de la localidad que iba montado a caballo. Trescientos equinos participaron en el festejo, armados muchos de los jinetes con picas y lanzas. Por segundo año consecutivo es un caballista quien mata al animal, y no uno de la veintena de lanceros que corren a pie.
El encierro empezó a las 11 en punto con un petardo que marcó en el cielo el inicio de la ejecución. Los mozos corrían desde el casco antiguo por el puente que cruza el solemne río Duero. Más de 30.000 personas se amontonaban a lo largo del recorrido, un tono festivo, con aromas de romería. Y Valentón, al llegar a una rotonda de césped, hizo amago de darles juego. Sin embargo, fue un espejismo. “El toro tiene cruzar por el asfalto y luego por la tierra. Ahí es donde se vuelve peligroso, porque se agarra. En cuanto cruce la bandera que se ve al final del todo es cuando le pueden matar”, explicaba un vecino. Y se fue de cabeza.
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“¡Aquí no se graba!”
Antes de llegar al pinar, Valentón tenía ya una herida mortal en el cuello. Una lanzada le iba a desangrar en cuestión de minutos. Aún recibió otro en el lomo, y acabó de rodillas, en silencio, esperando el final. “Normalmente, por respeto, el resto de lanceros dejan que quien le haya dado el primer golpe mortal lo remate, da igual que sea a caballo o a pie”, explicaba uno de los participantes. El Jarula remató la faena y se llevó el botín del rabo colgado de la lanza como en una cacería medieval. En cuanto el certero descabello (al rebanarle la nuca al toro) dio final al sufrimiento, la turba empezó con un ritual bien aprendido. “La lona, la lona, cubrir el cuerpo, rápido”.
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“Quita esa cámara de ahí o te la rompo”, gritó uno de los mozos. “Qué aquí no se graba”, descerrajó otro mientras lanzaban petardos a unos reporteros de televisión. ¡Viva el toro de la Vega! ¡Viva!, fue el final del ceremonial. Pero aún quedaban momentos de exaltación. Mientras el cuerpo del delito era transportado en un remolque amarillo, un parapente a motor, luciendo el lema Respeta a los animales, crispó el ambiente. “¡Hijos de puta!”, gritó alguno. “Ya verás como se te caiga el avioncito, la de palitos que te iban a dar”, soltó otro. “Si tuviera la perdigonera”, amenazó un joven.
Algunos activistas animalistas se habían colado en el festejo. “Entendemos que Tordesillas es la máxima representación del prejuicio contra los animales, un prejuicio de especie que hace que nos aprovechemos de ellos, les infrinjamos sufrimiento, y los tratemos brutalmente. Este pueblo representa esta trágica mentalidad”, explica Sharon Nuñez, cuya organización, Igualdad Animal se encargó de dicha acción.
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El héroe del pueblo
El Jarula, sin embargo, fue recibido por la alcaldesa y muchos vecinos en la plaza del Ayuntamiento como un héroe, al son de las tradicionales dulzainas. Ya no recibirá los testículos del animal como premio, según la arcana tradición. Pero sí un diploma y una insignia de oro. Atrás deja un reguero de polvo y sangre. Un acto que ya repitió en 2004 cuando alcanzó a otro toro, y también fue tratado como un héroe popular. Rompesueños, Enrejado, Valentón, distintos nombres para una misma suerte.