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Literatura de urgencia desde las trincheras

Los escritores no pudieron mirar a otro lado cuando el conflicto estalló delante de ellos con toda su virulencia

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García Lorca, de pie, habla en un acto de homenaje a los poetas María Teresa León y Rafael Alberti, en febrero de 1936. EFE

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La tarea de la urgencia se hizo poesía con los primeros bombardeos. La literatura entró en la fe de la denuncia, con especial énfasis en la poesía y el teatro, durante la Guerra Civil española. Los escritores tomaron sus armas y bajaron a las barricadas a contar lo que pasaba, a lanzar kilos de propaganda y crónicas contra el fascismo que devoraba un país en el que las piruetas estéticas quedaron olvidadas el 18 de julio de 1936. A partir de ese momento, durante los tres largos años de la contienda, las revistas saltaron a la calle, tomaron la retaguardia y el frente. Los libros adelgazaron, se convirtieron en revistas, la poesía perdió plomo y ganó llama. La literatura se sirvió de la rapidez del periodismo y los pasquines se multiplicaban como los partes de guerra.

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¿Dónde dejó Neruda las lilas y la “metafísica cubierta de amapolas”? En las calles del madrileño barrio de Argüelles, desde donde hizo el llamamiento a todo el mundo para que bajara a “ver la sangre por las calles”. El poeta chileno encontró la razón de la politización de sus versos en la violencia con la que el fascismo acabó con la voz que había decidido su destino en las urnas. Después de sufrir el golpe de la realidad, el poeta se olvida de seguir buscando en las profundidades de su alma: ha encontrado que la rotundidad del paisaje bélico y su fragilidad le impide mirar a otro lado.

“Cuando llegan a España Neruda, César Vallejo, Nicolás Guillén, Octavio Paz, Vicente Huidrobo, la guerra les supuso una experiencia tan traumática que pasaron por una transformación inmediata de su trayectoria literaria”, explica la profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Alicante, Remedios Mataix. Habla de lo que vieron, de su compromiso político con la República, habla la profesora de los temas (las bombas y las víctimas) y de la metamorfosis de la poesía en un arte precipitado.

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Con el fascismo devorando el país, las piruetas estéticas quedaron olvidadas en 1936 “Se escribe al minuto y en el caso de alguno, desde el mismo escenario de la batalla. Los hubo que perdieron la vida como Pablo de la Torriente [periodista cubano amigo de Miguel Hernández, que murió en combate en Majadahonda, a los 35 años]”, cuenta Mataix, para señalar que trabajaban con la experiencia. “Llegaban ya comprometidos, pero al llegar constataban que estaban en guerra, además de contra Franco, contra los nazis y los fascistas, que prestaban su ayuda. No era un mero conflicto civil. Ellos luchaban para frenar el ascenso del fascismo y el nacismo”.

“No Cortés, ni Pizarro (aztecas, incas, juntos halando el doble carro)./ Mejor sus hombres rudos/ saltando el tiempo. Aquí, con sus escudos./ Aquí, con sus callosas, duras manos;/ remotos milicianos/ al pie aquí de nosotros,/ clavadas las espuelas en sus potros;/ aquí al fin con nosotros,/ lejanos milicianos,/ ardientes, cercanísimos hermanos”. Vio Nicolás Guillén en la guerra contra el fascismo la oportunidad para el perdón, para que el pueblo sometido acordase piedad con su conquistador, como muestra en estos primeros versos de su famoso poema “España: poema en cuatro angustias y una esperanza”, escrito en 1937, durante su estancia en España para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Barcelona, Valencia y Madrid.

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La literatura se sirvió de la rapidez del periodismo y los pasquines se multiplicaronLa nueva promoción de grandes poetas, Alberti, García Lorca, Aleixandre, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Cernuda, León Felipe, los Machado, se dio de bruces con una realidad excesiva y se entregaron sin remilgos, ni medias tintas. “Fue una literatura de memoria histórica, hecha por autores de urgencia, entregados a la crónica de manera consciente respondiendo a los acontecimientos. Hay un antes y un después del asesinato de Federico García Lorca, porque entienden que es un síntoma de la gravedad del enfrentamiento.

Sus obras de este periodo tienen un valor documental, casi arqueológico, importantes para el estudio. Por eso su perdurabilidad es escasa en nuestros días. Resisten mal el paso del tiempo”, razona Emilio Peral, profesor de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid y director del curso Literatura y Guerra Civil: Nuevas aproximaciones a un arte de urgencia, que organizará la Complutense del 27 al 29 en El Escorial.

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Esa necesidad de contestación inmediata y el exceso de realismo hizo perder la conciencia crítica a algunos de ellos años después de la contienda. El caso más sonado es el del propio Neruda y el fallido poema escrito a Stalin a su muerte, en 1953, dentro de Las uvas y el viento. “Stalin/ construía./ Nacieron/ de sus manos/ cereales,/ tractores,/ enseñanzas,/ caminos,/ y él allí,/ sencillo como tú y como yo,/ si tú y yo consiguiéramos/ ser sencillos como él./ Pero lo aprenderemos […]”.

Hubo un antes y un después del asesinato de García Lorca, síntoma de la dureza del conflictoLa propaganda tuvo un papel fundamental. Intelectuales y escritores de la República aprovecharon para la causa desde el primer momento de la batalla la gran cantidad de poetas, filósofos y pintores con que contaban. Tampoco se puede olvidar la poderosa industria impresora, que se quedó la mayoría en manos republicanas. Tal y como señala Andrés Trapiello en su libro Las armas y las letras (Destino), alrededor de 2.000 fueron las publicaciones que hicieron de voceras de las unidades milicianas, militares y oficiales de la República. “Tan ligadas al Ejército como a las fuerzas de la cultura”.

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El profesor Peral confirma que todos los autores abandonaron sus proyectos y se entregaron a participar de la “conciencia patriótica” y desarrollaron un sistema de propaganda mucho más efectivo que el fascista. “En narrativa hubo algunos ejemplos, pero fueron las revistas comandadas por los grandes nombres de la cultura española, entonces jóvenes, quienes lideraron los proyectos como Hora de España, con Ramón Gaya, Manuel Altolaguirre, Juan Gil-Albert y Antonio Sánchez Barbudo. Además, casi cada regimiento tenía su propia revista y la mayoría eran semanales. Fue un crisol infinito”, cuenta Peral.

Eran revistas de malas hechuras, casi pasquines, repartidas entre soldados y vecinos, cuya principal cualidad era la velocidad con la que se imprimían y repartían. La propaganda viajó ligera por los frentes, donde se recitaba poesía ante una población analfabeta en una amplia mayoría, donde el teatro fue la estrella de las atenciones. Hora de España nace en enero de 1937: “Nunca en medio de tanta sangre y muerte se ha escrito nada semejante”, dijo María Zambrano de la revista en la que aparecían ensayos, poemas, narraciones, notas y conferencias. Más reflexión que propaganda, más pensamiento que guerra.

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Entre sus colaboradores figuraron Antonio Machado, Luis Cernuda, Altolaguirre, Gaya, León Felipe, Alberti, Max Aub, Rosa Chacel, Bergamín, la propia Zambrano o Neruda. El espacio que dedicó a sus tribunas políticas era menor al que la revista dedicaba a las reseñas críticas, poéticas, ensayísticas. No era una revista de frente, sino de retaguardia. No tenía director, sino un secretario que coordinaba y un consejo de redacción que pensaba.

“Fue una literatura de circunstancia”, resume el catedrático de Literatura Española en la Universidad de Extremadura Gregorio Torres. “Hubo en los dos bandos una literatura de inmediatez y propaganda. Tuvo más ganga que valor literario, pero hay una minoría que cuenta. Sobre todo, la aparecida en las revistas, donde se hicieron unos textos que han resistido el paso del tiempo. Tienen un valor ético más que literario”. Y de ese ejercicio propagandístico, el profesor destaca a María Teresa León, primera mujer de Rafael Alberti,

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“una burguesa rebelde que rompe con prejuicios y exigencias sociales”. La describe como una mujer muy activa, siempre reivindicativa en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, incapaz de “tapar el fuego revolucionario ni en el exilio”.

“Todo el camino sabemos;/ están los rifles engrasados;/ están los brazos preparados;/ ¡Marchemos!”, cerraba Nicolás Guillén con una canción en coro su Poema en cuatro angustias y una esperanza, ofreciendo el giro irreversible de las letras desde las barricadas. Atrás quedaron las vanguardias, la realidad les llamó y no pudieron escapar.

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Sin matices

«La guerra era un hecho terminante frente al que no cabían matices: aceptarla o marcharse, y en la mayor parte de los casos simplemente aceptarla o sufrirla», escribió Dionisio Ridruejo sobre julio de 1936, en ‘Escrito en España’, sin aclarar por qué quienes no la aceptaban debían marcharse.

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La sangre

«PREGUNTARÉIS: Y dónde están las lilas? / SFlbY la metafísica cubierta de amapolas?/
Y la lluvia que a menudo golpeaba/
sus palabras llenándolas/
de agujeros y pájaros?/
Os voy a contar todo lo que me pasa./
[...]
Generales/
traidores:/
mirad mi casa muerta,/
mirad España rota:/
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo/
en vez de flores,/
pero de cada hueco de España/
sale España,/
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,/
pero de cada crimen nacen balas/
que os hallarán un día el sitio/
del corazón. /
Preguntaréis por qué su poesía/
no nos habla del sueño, de las hojas,/
de los grandes volcanes de su país natal?/
Venid a ver la sangre por las calles,/
venid a ver/
la sangre por las calles,/
venid a ver la sangre/
por las calles!», poema de Pablo Neruda, ‘Explico algunas cosas’, en 1936.

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El vértigo

«Niños del mundo,/
si cae España —digo, es un decir—/
si cae/
del cielo abajo su antebrazo que asen,/
en cabestro, dos láminas terrestres;/
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!/
¡qué temprano en el sol lo que os decía!/
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!/
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!/
¡Niños del mundo, está/
la madre España con su vientre a cuestas;/
está nuestra maestra con sus férulas,/
está madre y maestra,/
cruz y madera, porque os dio la altura,/
vértigo y división y suma, niños;/
está con ella, padres procesales! [...]», César Vallejo en el poema ‘España, aparta de mí este cáliz’, de 1937-1938.

Lo nefasto

«Sigo la vida de España en una perspectiva de adorador ferviente. Todas las torres están más en pie que nunca. ¡Feliz paisaje! Nuestro Madrid sé que ha vuelto a ser el que queríamos, el que nos habían deformado y que sentíamos esa deformación dolorosa e íntima, como si nos hubiese dado una parálisis infantil retrospectiva, algo así de incongruente y grave [...] Tiene mi aquiescencia para reunir como quiera las páginas nacionales de mi obra literaria. Nada me enorgullecerá ni me emocionará más. Con Sánchez Mazas, con José María Alfaro, con Manuel Aznar estoy gestionando hace meses un puesto en el periodismo madrileño. Lo necesito con urgencia, porque soy el más náufrago de todos, ya que aquí sólo viven los que se unieron a lo otro, a lo nefasto, para que su vida resultase fácil. De no llegar eso me ahogaré el primero de año», escribió Ramón Gómez de la Serna a Giménez Caballero, en noviembre de 1939, en una carta titulada ‘¡Arriba España!’, que todavía permanece inédita y cita Andrés Trapiello en ‘Las armas y las letras’ (Destino).

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