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La 'guardia roja' de Gallardón

Los bomberos municipales se han convertido en la sombra del alcalde madrileño para exigirle, mediante continuos actos de protesta, que mejore sus condiciones laborales

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Ricardo luce, a las diez de la mañana, un aspecto lozano. No pasa por un bombero que acaba de terminar su turno de 24 horas en el Parque 5, ubicado en la calle Santa María de la Cabeza, a un puñado de paradas de metro de la plaza de la Villa. Todavía tiene el nervio en el cuerpo, esa lucidez enflaquecida que proporciona la vigilia y le impulsa a seguir en pie hasta la hora de comer.

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Pero la escenografía y el calendario lo delatan. Hoy, en vez de relajarse a su antojo antes de echarse algo al estómago y sumergirse entre las sábanas, se ha acercado hasta la histórica sede del Ayuntamiento de Madrid que alberga el salón de plenos.

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Es jueves, último jueves de mes. Una cita que se repetirá el 25 de noviembre, y 30 días más tarde, y así. Con él, dos centenares de compañeros del cuerpo municipal de bomberos, tal vez 300: sus pitos y bocinas multiplicados, la estridencia de los petardos, una pancarta con una metrópoli apocalíptica, pasto de las llamas. Arden el Pirulí, las torres KIO, los cuatro colosos de la antigua ciudad deportiva merengue: Madrid en peligro.

Están aquí porque el alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz Gallardón, participa en el pleno, adonde tal vez llegué el fragor de su protesta: por la ocupación de las plazas vacantes; por la renovación y mejora de material e instalaciones, por la dimisión del concejal de Seguridad, Pedro Calvo. "Y porque el convenio no se firma, cuando harían falta cientos de efectivos", opina Ricardo, de 27 años. "Somos un servicio olvidado".

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Antonio le dobla la edad. Motivo suficiente para añadir otro recado a la lista de las quejas. Hace un par de años, cuando había un siniestro, cuenta, iba en una dotación de segunda línea: avante, los de menos edad, prestos a abordar lo que viniese, pura acción directa; atrás, los veteranos, acostumbrados a bregar durante años con todo tipo de incidencias, en tareas de apoyo.

"Ahora, en cambio, se da la paradoja de que una persona de 55 años tiene que subir 20 pisos cargando con el equipo, que pesa unos 30 kilos, para efectuar un rescate. Hay compañeros jóvenes que podrían realizar ese cometido, porque estamos en atención directa a siniestros hasta cinco años antes de la jubilación, pero hace falta gente y no nos queda otra", asegura Antonio, para quien la falta de personal supone la principal carencia del cuerpo.

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"Estamos bajo mínimos", reconoce este canoso funcionario, secundado por un colega: "Ha habido jubilaciones y las plazas no se cubren".

Ricardo, Antonio y el resto del santoral no sólo se plantarán en la plaza de la Villa durante los plenos, sino que también estarán presentes en las comisiones, los segundos martes de cada mes. "Entraremos dentro y nos echarán si montamos un lío, como haremos", asegura Carlos Marcos, de la ejecutiva madrileña de CCOO. "Y a diario iremos tras él 19 personas, vaya a donde vaya". Si no consta acto oficial o desconocen su agenda del día, harán guardia en las dos salidas del Palacio de Telecomunicaciones, en las calles Alcalá y Montalbán. "Lo que pasa es que se esconde", se lamenta Marcos.

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"Si me queréis, irse", emula un bombero coñón, aunque frente a la Torre de los Lujanes no comparecen el fantasma de Lola Flores ni el cuerpo presente de Gallardón. Sí un ingenioso funcionario que despliega un atronador carrito de la compra con multibocina incorporada y —todo sea por ahorrar energía, aunque tampoco viene mal preservar la garganta— un compañero que se afana en programar un altavoz para no repetir hasta la saciedad Madrid en peligro, bomberos bajo mínimos, lema casi idéntico al que lucen en sus camisetas.

"Calvo nos ha amenazado con expedientarnos si vestimos el traje de bombero, porque lo considera una herramienta de trabajo. Pero en la virgen de la Paloma y cuando inauguramos algo o se imponen medallas, sí que nos dejan ir con él", suelta con sorna Antonio, que blande un libelo que da cuenta de sus carencias. "El 80% de los  vehículos tienen más de 20 años de antiguedad". "El 60% del material móvil, obsoleto". "El 57% de las escalas, en desuso". "Apenas se han invertido cinco millones". "Faltan 600 bomberos".

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Los panfletos, repartidos el pasado 28 de octubre, volverán a correr de mano en mano en el mismo escenario. Allí donde el salero se cuela entre la rabia que destilan los bomberos. "Arrimaos a la lumbre", propone uno sin perder de vista un petardo ensordecedor. Quieren que se les escuche. Están hartos de que "suplan el personal con horas extras", explica el responsable de CCOO en el cuerpo, Julio César Seguí, que enumera los políticos que ya han sido testigos de sus reivindicaciones: Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Ana Botella, el propio Gallardón y el mentado Calvo.

Precisamente, este jueves se someterán a una votación para establecer una postura unitaria respecto a las horas extras. "El Ayuntamiento ha adelantado más de un mes su oferta para intentar pillarnos a desmano y presionar a la gente. No nos ha dado tiempo a convocar una asamblea y su intención es dividirnos, pero debemos rechazarlas para evidenciar la falta de personal", explica Seguí, que estima que las seis guardias extraordinarias ofrecidas supondrían unos 3.000 euros (unos 1.800 netos) al año para cada bombero. "El problema es que el servicio se cubre, sin llegar a los mínimos estipulados, con esas horas".

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Pese al "sacrificio económico" que conlleva, el portavoz de CCOO cree que los compañeros deberían negarse. Pendiente del plebiscito y posterior escrutinio, lanza una propuesta de confrontación. "Ya que tanto le importa su imagen, mala prensa para el alcalde", sugiere. "Llegará la campaña electoral y le daremos la matraca. No va a esconderse siempre".

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