Expulsados del mundo laboral
Jóvenes inmersos en la búsqueda de empleo estable explican cómo les ha marcado su nivel de estudios
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A los 16 años, Javier Escudero plantó la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y se puso a trabajar en la construcción por 600 euros al mes. En esa época, en 2004, el sector inmobiliario estaba en pleno auge. Había miles de puestos de trabajo especialmente tentadores para jóvenes hambrientos de dinero fácil que, como dice Javier, querían hacer "algo productivo".
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Javier, que terminó la ESO por las noches mientras trabajaba, decidió dejar de pintar casas para hacer un módulo de FP de electromecánica. "Veía que en cualquier momento podría volver a la construcción y me animé a estudiar", recuerda este joven de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). Pero tras acabar la FP se pasó dos años con empleos muy precarios por culpa de la crisis. Ahora ha conseguido algo más estable: desde hace tres semanas, trabaja montando trenes de mercancías en Madrid.
Javier: "Me puse a trabajar porque quería hacer algo productivo"
El caso de Javier no es aislado. Jóvenes que entran y salen del sistema educativo. Fue precisamente durante los años de mayor bonanza económica cuando en España despuntó el fracaso escolar. Un 31,2% de los jóvenes que tienen entre 18 y 24 años no terminó la educación obligatoria (hasta los 16 años), según los datos de un informe de la Comisión Europea presentado recientemente. La tasa de fracaso escolar duplica el registro europeo y sitúa a España entre los países con peor resultado, junto a Portugal y Malta. En consecuencia, un 51% de los estudiantes españoles que dejaron sus estudios antes de completarlos no tiene hoy trabajo.
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Aun así, los hay con suerte. Como Francisco de la Cruz, que dejó de estudiar Bachillerato porque necesitaba dinero después del divorcio de sus padres. Ahora, con 23 años, compagina dos empleos y sigue lamentando no haber terminado los estudios. "Me hubiera gustado acabar el Bachillerato porque ahora seguramente no necesitaría dos trabajos para poder mantenerme pero ya es imposible. Es el pez que se muerde la cola. Necesito estudios para ganar más, pero no puedo estudiar porque necesito trabajar", explica este joven salmantino.
El 31,2% de los jóvenes entre18 y 24 años no tiene la ESO
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Tanto Francisco como Javier engrosan la lista de jóvenes españoles que colgaron sus estudios antes de tiempo, pero la crisis ha enviado a muchos de ellos a las aulas de Formación Profesional, cuya matriculación ha aumentado en los últimos años. Los 578.574 estudiantes que el curso pasado se matricularon en esta rama educativa posobligatoria han ascendido este curso en 32.286 (un 5, 6%), según los datos que el pasado lunes presentó el ministro de Educación, Ángel Gabilondo.
El panorama de jóvenes recién parados y sin estudios se repite en todas las autonomías. En el Polígono Industrial de Rivas-Vaciamadrid (Madrid), jóvenes de entre 17 y 23 años siguen un curso de mantenimiento de edificios y, a la vez, se preparan para obtener el graduado escolar.
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"Nunca me planteé lo que quería hacer con mi vida. Iba a pasármelo bien, no creía que estudiar y leerme un libro fuera productivo para mi futuro", reconoce Ayax Arroba. A los 17 años lo echaron del instituto y ahora, con 20, trata de corregir los errores del pasado. "Hoy es distinto, con los años te das cuenta de la importancia de tener el Graduado y de saber qué hacer en la vida", afirma.
A Ayax le echaron del instituto con 17 años y ahora estudia para el Graduado
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El mapa del abandono escolar en España coincide con la radiografía de la crisis y la burbuja inmobiliaria. Andalucía y Murcia que en los años de bonanza centraron su economía en la construcción encabezan la clasificación del fracaso escolar con tasas superiores al 30%, sólo superadas por Illes Balears (36,7%, con el turismo como oferta de trabajo estrella y poco cualificada) y Ceuta y Melilla (40,7%).
El dinero fácil y rápido fue lo que alentó también a Richard a dejar el instituto con 15 años. "No terminé la ESO porque decidí que, para tocarme los cojones en clase, me los tocaba en mi casa o en la calle. Después tuve suerte y con 16 años [ahora tiene 17] he tenido trabajos. Hasta ahora. Mi madre me ha convencido para hacer un módulo y tener el Graduado Escolar", cuenta este alumno del programa educativo que financia el Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid.
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Él y todos sus compañeros, a quienes sólo les preocupaba ganar dinero cuando dejaron los estudios, han aprendido de golpe que la formación les puede proporcionar mejores sueldos. Raúl ha tardado siete años en darse cuenta. A los 15 dejó el instituto. "Yo quería euros y cotizar a la Seguridad Social. Ahora he vuelto porque quiero la ESO. He nacido para trabajar y no me voy a arrepentir nunca de trabajar, pero sin la educación obligatoria me ponen trabas en todos lados. Así que, aprovechando que estaba en el paro, me metí en este curso", cuenta.
Al otro lado de la moneda, hay otro tipo de jóvenes. Chicos y chicas que estudiaron. Que hicieron una carrera y que incluso pagaron cursos para ampliar sus conocimientos, pero que también están en el paro o no encuentran salidas profesionales adecuadas a su formación.
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Ignasi Boltó es uno de esos jóvenes. Está a punto de cumplir los 27 y, cinco años después de terminar la carrera de Comunicación Audiovisual y un curso especializado en realización de documentales, este barcelonés no llega a ser ni mileurista. Él es su propio jefe y, poco a poco, se está procurando una cartera de clientes con cuyos encargos espera, más pronto que tarde, dejar de vivir en casa de sus padres. "La necesidad de trabajar hace que baje demasiado los precios. Aunque a veces acabe haciendo el primo, prefiero eso antes que perder una oportunidad por ser demasiado pretencioso", explica.
Después de hacer prácticas no remuneradas en varias empresas, consiguió un empleo por el que le pagaban 1.300 euros al mes. Pero la crisis truncó su suerte. Se terminó el trabajo y decidió montárselo por su cuenta. Se compró una cámara y un ordenador y con ellos hizo un programa piloto de cocina que paseó sin éxito por varias televisiones locales.
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Ignasi también trabajó en una web por 450 euros al mes. Finalmente, decidió hacerse autónomo, pero, cuando vio que tenía que restar 250 euros a sus inconstantes ingresos, se dio de baja. "Economía sumergida, ¡hola!", bromea este joven, quien, a pesar de las dificultades, no ha tirado la toalla. "Nos toca reinventarnos y no perder la energía. Los ánimos tienen que salir de uno mismo porque de fuera no van a venir", sentencia Ignasi, al que todavía no se le pasa por la cabeza renunciar ponerse a trabajar "de cualquier cosa". "No me rindo por orgullo y por mis padres, que me pagaron la carrera y no les puedo fallar así", concluye.