Los trenos de chirimía de Mariano Rajoy, en cuyo verbo se ha reencarnado el profeta Jeremías, se habían ensayado para poner el contrapunto a las alegres trompetas de El Arcángel, remoquete con el que ha bautizado Raúl del Pozo al presidente del Gobierno.
Pero la partitura desafinó con la conversión al realismo de José Luis Rodríguez Zapatero, transmutado en un Moisés laico que apela al poder demiúrgico de 'la confianza' -hasta una veintena de veces pronunció esta palabra-, con el compromiso de guiar al pueblo hasta la tierra prometida de un bienestar mayor que el perdido, sin ocultarle que habrá de soportar penalidades.
'¿A qué ha venido usted aquí?', le espetó el líder de la oposición al presidente del Gobierno, que comparecía en el Congreso a petición propia para, según confesión de parte: 'Tratar de fortalecer la confianza de los ciudadanos sobre las posibilidades -ciertas, reales, no lejanas- de la sociedad española de salir de esta situación'.
Zapatero, que ya peina canas en las triquiñuelas parlamentarias, le afeó que diera rienda suelta a su 'perplejidad sincera' tras ' escuchar con atención sus palabras', según rezaban las primeras líneas escritas de antemano en la copia que de su discurso se repartió con antelación entre los periodistas. Y Rajoy, al que sus alabarderos parecen haber convencido de que es El Divino Argüelles redivivo -el parlamentario más famoso por su oratoria en las Cortes de Cádiz-, no encontró mejor salida que reivindicarse como profeta: 'Me reprocha que me adelante a los acontecimientos'. El 'derrumbe de la economía', según su profecía.
El presidente mantuvo su renuencia a pronunciar la maldita palabra -'crisis'- que le pisa la sombra, pero no buscó ayer refugio en los eufemismos para reconocer la gravedad de la situación ni eludir el aviso de que lo peor aún esta por venir: 'Todo apunta a que los próximos trimestres van a ser duros y complicados'.
Rajoy se atuvo a su guión y, en la búsqueda del efectismo, sólo se frenó al borde del '¡Váyase, señor Zapatero!', el eslogan con el que José María Aznar hizo tambalearse a Felipe González. El de Rajoy, fue: 'Si no está capacitado para dar soluciones, al menos deje de ser parte del problema'. La frase la tenía escrita en varios pasajes de su discurso, pero la reservó como broche final.
La fuerte dosis de realismo que la crisis está inyectando en el presidente llevó a que a última hora del martes decidiera suprimir de su discurso el anuncio de nuevos catálogos de medidas para fomentar la recuperación del empleo, que limitó a la elevación hasta 1.106 millones del presupuesto para el Plan de Empleo que persigue recolocar a 100.000 parados.
Fue así porque, según se reconoce en fuentes gubernamentales, 'no hay mucho más que se pueda hacer, que no sean ocurrencias', y también para no volver a enrabietar al secretario general de UGT, Cándido Méndez, que el domingo lanzó en público una severa advertencia contra las 'improvisacions unilaterales' que el Gobierno pueda anunciar al margen de las mesas de concertación social.
Así, las novedades se limitaron a dos iniciativas para dinamizar el sector inmobiliario, en la línea de otras impulsadas por Miguel Sebastián, quien, erre que erre en sus heterodoxas prácticas de ahorro, volvió a distinguirse como el único ministro que lucía descorbatado el cuello de la camisa abierto.
Mientras los inquilinos del banco azul componían un retablo de claqué presidencial, el vicepresidente económico, Pedro Solbes, cual penitente mantenía entrelazadas las manos en ademán de oración. Con tanta fuerza debía apretar que le costó deshacer la piña para sumarse, tan fugazmente como con visible desgana, al coro de aplausos ministerial.
Los portavoces de CiU, Josep Antoni Duran Lleida, y del PNV, Josu Erkoreka, hablaron a dos carrillos y sembraron pistas de su precio para apoyar los presupuestos de 2009, cuya aprobación cree el Gobierno tener suficientemente encarrilada.
La intervención de Duran Lleida llamó la atención por la dureza de su arranque -enjaretó hasta quince veces la palabra crisis, más que el mismísimo Rajoy, y reprochó al Gobierno que se haya 'dormido en los laureles'-. Pero, viejo zorro del corral político, fue el único portavoz de la oposición que enunció hasta ocho bloques de posibles medidas a negociar con el Gobierno, antes de cambiar la clavija de su discurso para llevar al presidente a su terreno de la financiación autonómica.
Aceptó Zapatero el requiebro con el compromiso de que las propuestas económicas de CiU 'van a merecer la atención del Gobierno', y también el envite sobre la financiación, ante el que no se reprimió de clavar a Duran la pulla de que muy en particular ese apartado del Estatut de Catalunya lo redactó él con su compañero de coalición, Artur Mas. Con el ceño amontonado, su advertencia final fue que CiU puede acabar no siendo tan determinante como quiso vanagloriarse por anticipado Duran.
Tampoco anduvo remiso en la crítica el peneuvista Josu Erkoreka -'su optimismo antropológico se sitúa al borde del patológico' y sus medidas son 'migas de pan' o 'remedios imaginarios'-. Pero, tras reivindicar como filósofo de cabecera a Diógenes de Sinoque, apodado El Cínico, dejó claro que la prioridad de su partido es obtener la transferencia de las competencias en I+D+i y políticas activas de empleo, así como asegurar las inversiones en infraestructuras para Euskadi. Zapatero dejó comprometida su palabra.
Fueron, pues, seis horas con dos monólogos principales y algunos bis a bis, que concluyeron con la apelación del presidente al 'compromiso colectivo': 'Sería importante que todos trasmitiéramos un mensaje de confianza, no en el Gobierno, sino en el futuro económico de este país'.
La tribuna del pueblo estuvo semidesierta. Acaso porque a las nueve de la mañana la gente está en su trabajo ... o en la cola del paro. Quizás por falta de confianza en los políticos.
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