Carme Pinós: "El mercado diseñó nuestras ciudades y los arquitectos fueron cómplices"
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madrid, Actualizado:
Carme Pinós inició su carrera en la década de 1980 junto al prestigioso arquitecto Enric Miralles. Ahora, cuarenta años después, su trayectoria se ve refrendada por una exposición en el Museo ICO de Madrid que permite recorrer, a través de más de 200 imágenes, los escenarios urbanos creados −para vivirlos− por la arquitecta catalana. Carme Pinós. Escenarios para la vida es un trayecto de ida y vuelta por la historia de nuestra arquitectura, una historia que no acostumbra a llevar nombre de mujer.
Toda una vida dedicada a la arquitectura. ¿Qué queda de aquel interés que le hizo querer ser arquitecta?
Ha ido a más. No cabe duda de que es una profesión muy sacrificada, en el sentido de que cargas con mucha responsabilidad y muchas presiones. Pero me fascina ser arquitecto, por más que la profesión se ponga difícil. Un día decidí ser arquitecto y ya no lo he dudado más.
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¿Qué le llevó a tomar esa decisión?
Supongo que el ambiente familiar. Mi padre siempre fue un enamorado del arte, pensó que en su familia debía haber un arquitecto, y mi hermano mayor era el elegido. Ocurrió que decidió ser médico, como su padre, y yo asumí el encargo.
¿No se ha arrepentido nunca?
No, y mira que la profesión está cada vez más difícil. Los clientes quieren menos riesgos y las Administraciones convocan unos concursos a los que es imposible presentarse porque para hacer un hospital tienes que haber construido diez antes. Pese a todo, me sigue emocionando ser arquitecto.
¿Echa en falta la libertad de los 80?
En los 80 no se había puesto tan de manifiesto que la arquitectura era un coladero para la corrupción. Ahora estamos atrapados en una legislación y una burocracia que ha complejizado mucho nuestra labor. Si te fijas, los despachos de arquitectura ahora son equipos enormes y es precisamente por este exceso de burocracia.
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¿Cómo lidia un arquitecto con su pasado?, ¿cómo afronta sus desatinos?, ¿cómo eludir un error de la envergadura de un edificio?
De ahí la enorme responsabilidad que tenemos. Es algo que les digo a mis alumnos; los arquitectos construimos, pero antes destruimos. Cuando le cambias el perfil a una montaña, cuando cortas una arbolada o cuando le haces sombra a los vecinos, todo eso genera una gran responsabilidad. También emociona cuando consigues revitalizar un determinado entorno, cuando ayudas a generar relaciones en un espacio urbano que antes estaba deprimido.
¿Hasta qué punto el hecho de ser mujer ha dificultado su progresión como arquitecta?
Sí, bueno, es indiscutible que me ha afectado. Nunca me ha gustado pensar en ello, frente a las dificultades he respondido trabajando más. Con esfuerzo he querido demostrar que mi trabajo está al nivel de lo que hacen muchos arquitectos, incluso que es superior. También he tenido el handicap de haber sido pareja profesional y sentimental de un arquitecto con mucho carisma como fue Enric Miralles, lo que hizo que se cuestionara aún más mi valor.
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¿Cómo ve a las nuevas generaciones de arquitectas?
Las veo con más ambición. A mi generación se nos educó con una suerte de admiración al hombre, nosotras queríamos romper con eso y en parte creo que lo hemos conseguido. El problema es que aún lo tenemos en los genes, en cambio la generación actual mira a sus compañeros de igual a igual. Y no hay marcha atrás. Puede que haya cantos del cisne, pero no dejan de ser eso, los estertores de un tiempo que ya no es el que vivimos.
¿Echa en falta una mayor formación humanista en los futuros arquitectos?
Les veo muy preocupados por la tecnología y las redes sociales. Creo que mi generación estaba más preocupada por las humanidades, supongo que porque veníamos de una dictadura y valorábamos la cultura de otra manera. Tengo la impresión que ahora las universidades educan mucho más para ser empleados que para tener conciencia de lo que significa ser arquitecto.
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¿Y qué significa para usted?
El arquitecto es una persona que está creando el ámbito de la sociabilidad. No podemos olvidar que la arquitectura es el lugar en el que nos hacemos ciudadanos, los humanos necesitamos relacionarnos, somos seres sociales, y la sociedad se agrupa alrededor de la arquitectura. Ser arquitecto conlleva una responsabilidad muy grande, necesitamos entender el mundo y para ello la cultura es fundamental.
¿De qué modo cree que la pandemia va a incidir en la arquitectura que viene?, ¿qué horizontes intuye?
Yo creo que esta pandemia nos ha hecho utilizar más la ciudad, ser más conscientes de nuestro entorno, pasear más... Hemos de reivindicar una ciudad que nos permita ser ciudadanos, que nos permita sentirnos parte de ella. Se trata de entenderla como un lugar en el que podamos relacionarnos y no tanto un lugar de tránsito.
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Una ciudad más vivible...
Exacto. Tendríamos que plantearnos la medida de la ciudad, ¿sigue teniendo sentido un modelo de ciudad de más de 20 millones de habitantes como México DF?, ¿cuál es la medida de una ciudad para que realmente sus ciudadanos sientan que pertenecen a ella? Creo que se debería apostar más por ciudades de tamaño más reducido con espacios verdes entremedias.
¿Qué peso tiene en el modelo de ciudad que habitamos el hecho de que fueran planificadas por hombres caucásicos de clase media alta?
Yo creo que el arquitecto no tiene tanto poder de decisión. Es el mercado quien diseñó nuestras ciudades, es el mercado el que las ha hecho como son, los arquitectos fueron los cómplices necesarios. La casa, ahora, es pura mercancía, no hay una idea de ciudad, por eso es tan importante que debatamos qué ciudad queremos, y por supuesto esa ciudad tiene que ser mucho más amable de lo que es ahora. Pero yo no echaría la culpa exclusivamente a los urbanistas y arquitectos, creo que la presión la marca el mercado.
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¿Cómo valora aquella euforia noventera de la arquitectura icónica y los arquitectos estrella?
No hay duda de que el Guggenheim marcó un antes y un después en la arquitectura. Fue el edificio espectáculo capaz de regenerar toda una ciudad, su repercusión fue mundial y su éxito hizo que muchas ciudades buscaran replicar el modelo. Esto generó muchos errores, fue una época en la que se derrochó muchísimo dinero mientras se erigían edificios icónicos sin contenido ni significado detrás. Vivimos tiempos en los que todo se hace para consumir y ser consumido con la mirada.
¿Vamos ahora, crisis mediante, al modelo opuesto?
Parece que sí y yo creo que es un error, en cada momento las sociedades se expresan a través de la arquitectura, son detonantes de actividad social. Es probable que nos hayamos equivocado, pero es no quiere decir que ahora no tengamos que hacer nada, hemos de seguir construyendo pero con más respeto a los contextos y a los usuarios.
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¿Una arquitectura más discreta?
No, a mí la palabra discreta no me gusta; más responsable, diría. Odio la discreción y adoro la responsabilidad.